Ricardo Lois, rugbier de Pucará y estudiante de Arquitectura, fue secuestrado por la Armada en 1976. Su mujer y su hija lo recuerdan.
› Por Gustavo Veiga
Ricardo Omar Lois reivindicaba el espíritu del rugby pero, por sobre todo, las luchas que en los años ’70 le costarían su desaparición. Jugaba en el club Pucará desde los 8 años, donde llegó hasta el umbral de la Primera. Graciela, su esposa, lo conoció cuando había abandonado la práctica de ese deporte donde forjó en buena medida su temple y espíritu solidario. María Victoria, su hija, sólo pudo conocerlo por evocaciones sucesivas que, con los años, recrearon familiares, militantes como su padre y ex compañeros de equipo. A Lois, un morocho de jopo rebelde, flaco y fibroso, que combinaba su pasión por el rugby con la simpatía por San Lorenzo, lo secuestró un grupo de tareas de la Armada en el barrio de Belgrano, el 7 de noviembre de 1976. Su último sueño deportivo había sido reunir quince voluntades en la Facultad de Arquitectura de la UBA –donde estudiaba–, para correr detrás de una pelota ovalada. No lo dejaron. Los militares le truncaron ése como otros sueños.
Graciela recuerda: “El se había organizado con varios compañeros de curso para armar el equipo de rugby de Arquitectura. De hecho, jugaban informalmente. Y el domingo en que desapareció estábamos en el campo de deportes de Ciudad Universitaria. Yo lo conocí en el ’4, cuando tenía 21 años y hacía muy poco que había dejado Pucará...” A su lado, María Victoria, quien hoy tiene 29 años, la contempla con cierta mezcla de ternura y devoción. Ella atesora algunas fotografías de Ricardo en su adolescencia, vestido con los colores rojo y azul de Pucará; también lleva consigo una revista que hizo época, Rugby XV, donde se lo puede observar en una quinta formativa junto a Ricardo Mayoral y los hermanos Rosales.
Lois se crió en Burzaco, junto al club donde pasó casi la mitad de su vida. Y había cursado sus estudios en un colegio religioso en Rafael Calzada. María Victoria recuperó ese pedacito de la historia, cuando se topó hace tres años, de manera fortuita, con un grupo de ex compañeros de su padre. Ocurrió en el balneario de Santa Clara del Mar: “Un verano me encontré con ellos en la casa de Daniel Camejo, que llegó a jugar en la Primera de Pucará. Estaba también Guillermo Alonso. Y se acordaban de mi viejo, de mi abuelo... Una amiga mía, Dolores Aragón, que ahora está en H.I.J.O.S, es hija de la pareja de Camejo y así fue como los conocí. Ellos se juntan todos los años a comer asado en Santa Clara y se sorprendieron cuando se enteraron de lo que pasó”.
Ricardo y Graciela cruzaron sus vidas en Arquitectura. Una de sus primeras experiencias compartidas resultó una detención por haberse movilizado hacia el rectorado. “Nuestra relación comenzó en septiembre de 1974 y nos casamos el 28 de febrero del ‘75. Yo vivía en La Tablada y él, después de la muerte de su padre, se había mudado a Mansilla y Ecuador. Vivimos en la Capital un tiempo, después en la casa de mis padres y cuando nació María Victoria nos trasladamos a Mataderos, que es cuando él desaparece”, evoca Graciela con nostalgia.
Los recuerdos surgen a borbotones mientras se desarrolla la entrevista. Graciela intercala anécdotas con un perfil de su compañero, que dice haberse modelado gracias al deporte: “El rugby lo formó. Era una persona muy noble, muy limpia y él decía que eso se lo había dado el deporte. Lo que más le gustaba era que lo acompañara al tercer tiempo. También llevábamos a un sobrino nuestro, Germán. Y seguimos yendo cuando estábamos casados. Ricardo trabajaba en mantenimiento de ascensores por la mañana, llegaba a casa, se duchaba y después se iba a la facultad. Esa era su vida. Le faltaban tres materias para recibirse”.
Las raíces del apellido Lois se pierden en Santiago de Compostela, Galicia. La madre y los dos hermanos varones de Ricardo residen hoy en Madrid. María Victoria, la nieta y sobrina que quedó en Buenos Aires, tenía apenas tres meses cuando a su papá lo secuestraron. Y se le parece demasiado. Al punto de que su abuela le dice “mi Ricardita”.
“Mi mamá empezó a ir a reuniones por los derechos humanos a los pocos meses de la desaparición. Yo crecí en el organismo, en Familiares de Desaparecidos, era normal para mí estar ahí. Mi vida cotidiana pasaba por el jardín y el organismo, las marchas... De más grande fui preguntando más cosas”, describe la hija, quien a partir de los cuatro años empezó a vincularse con chicos que vivían tragedias semejantes.
“Ricardo era un tipo buenazo, pero de ideas firmes, sabía muy bien lo que quería. Era igual en la vida, en el estudio y el deporte. Se trataba de alguien muy alegre, ni triste ni melancólico, con muy buenos principios. Su padre era un militante de la resistencia peronista, muy comprometido también y él lo admiraba muchísimo”, comenta Graciela.
Lois había nacido el 22 de diciembre de 1952. Aquel domingo caluroso de noviembre de 1976 lo arrancaron de una vida que él concebía en armonía con su entusiasmo por el rugby. “Pese a que le decían que era un deporte burgués, él lo defendía. Cuando yo estaba embarazada queríamos un varón y Ricardo decía que lo anotaría en Pucará”, agrega su compañera. Un deporte donde decenas de militantes como él cincelaron su compromiso con los demás. Basta una acción del juego utilizada como metáfora para describirlo: el empuje coordinado del scrum, donde los ocho forwards de un equipo tiran para un mismo lado.
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