DEPORTES › EL SHOW DE LOS HINCHAS ARGENTINOS Y HOLANDESES EN FRANCFORT
La alegría y el clima festivo que despertó el Argentina-Holanda de ayer fue incomparable. Resultó un show de los fanáticos. Por una entrada para el partido se llegó a pedir hasta 800 euros.
› Por A. G.
Desde Francfort
Pocas veces un partido de fútbol podrá generar tanta alegría y un clima tan festivo como el que se vivió en esta ciudad durante la previa de Argentina-Holanda. Es que a la onda habitual en los encuentros mundialistas, se sumó el colorido aportado por los holandeses y la algarabía de los argentinos. La clasificación ya asegurada de los dos equipos tranquilizó los ánimos y motivó una fiesta interminable por las calles de la capital financiera de Alemania, una metrópoli llamativa, que contrasta edificios ultramodernos con iglesias y construcciones de varios siglos de antigüedad. Cómo contrasta el ambiente mundialista con la movilización de los estudiantes universitarios que protestan por los aumentos en los aranceles y paralizan durante la mayor parte de la tarde los trenes que van hacia el norte de la ciudad.
Para vivir el encuentro, no debe haber hinchas que se produzcan más que los holandeses, con un arsenal de gorros de distinto tipo, pelucas, trenzas, camisetas flamantes o retro, bermudas, tiradores, trajes flúo y hasta suecos. Obvio, todo naranja. No hay uno que no aparezca sin el color tradicional. Y como para que Máxima se sienta contenta, la comunión con los hinchas argentinos resultó de la mejor. Uno de los puntos de reunión fue la plaza central de la ciudad vieja, donde los holandeses encontraron una manera muy original de divertirse, pateando decenas de pelotas para arriba, que en más de una ocasión terminaron golpeando en la cabeza a algún desprevenido.
Para la recorrida de la previa, una cita imperdible era la Fan Fest, sin dudas la más original de todas las sedes. Es que el lugar elegido por los organizadores es la orilla del Meno, que atraviesa la ciudad a unas pocas cuadras del casco histórico. Entonces, con tribunas a ambas márgenes del río y las pantallas gigantes sobre el agua, la sensación es única. Muy lindo, pero, eso sí, hay que rogar que justo cuando un delantero se interna en el área no se cruce alguno de los tantos barcos que navegan por el Meno, desde y hacia el Rin.
De pronto aparecen unos rosarinos, con un cartel que se cotiza en oro por estos días: “I have two tickets” (“tengo dos entradas”). En realidad, en lo que se cotizan las entradas es en euros, más precisamente 800 cada una, el precio que fijaron para sacrificar su ingreso al partido de la noche. Es que sin entradas para los octavos, la idea de los pibes es solventar con esa plata lo que tendrán que pagar para estar el sábado en Leipzig ante México.
Cerca del rascacielos en el que Messi comparte una gigantografía de Adidas con Kaká y Ballack, se escucha el Himno argentino tocado por una banda de música. Pero no son el Tula y sus amigos. Un grupo organizado de holandeses pasea por la ciudad ejecutando sus instrumentos. Hay de lo que se pida: bombos, trompetas, trombón, clarinetes. Y cada uno de los músicos cuenta con varias partituras, para que todo salga perfectamente coordinado. Ante el esfuerzo de los rivales, un grupo de misioneros compensa para aportar algo de color criollo. Así, mientras los holandeses siguen con la música, los argentinos bailan al compás. Llega la hora de dirigirse al Waldstadion. Muchos hinchas, los más afortunados, se van para la cancha. Otros –la mayoría– prolongan la fiesta por las calles de Francfort.
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