DEPORTES • SUBNOTA › A 20 AÑOS DEL GOL A LOS INGLESES
Fue a saludar a la princesa Máxima de Holanda y recibió un caluroso abrazo de Michel Platini. Hoy se cumplen dos décadas de “la mano de Dios” y aquel sensacional golazo.
Al entrar al vestuario del seleccionado argentino para alentar al plantel, Diego Armando Maradona debe haber sacado algunas cuentas: estaba a sólo 24 horas de que su mejor gol mundialista cumpliera dos décadas; un 21 de junio, pero de hace doce años, había concretado su última conversión como jugador profesional; pasaron apenas cinco días desde que Esteban Cambiasso enviara a la red el balón que, hasta ahora, pasa por ser el mejor gol de lo que va de Alemania 2006. Por si fuera poco, una vez instalado en la tribuna, Michel Platini acudió a saludarlo. El abrazo del caballero de la Legión de Honor, de elegante traje azul, y el ex Diez, enfundado en los mismos colores que minutos más tarde vestirían los Pekerman’s boys, fue reproducido por la pantalla gigante que domina el estadio.
“Costó conseguir entradas, pero acá estamos, esperemos que todo vaya bien”, comentó Maradona al ingresar al Waldstadion. Quizás, por elevación, apuntaba a la FIFA que no le había reservado tickets para el partido. De todos modos, la AFA proveyó las entradas para que el ex jugador, su hija Dalma y un amigo pudieran presenciar el empate con el once holandés. Antes de comenzar el partido, había acudido al palco de honor que ocupaban el príncipe heredero de la corona holandesa, Guillermo de Orange, y su mujer, la argentina Máxima Zorreguieta. Fue un contacto breve y distendido, aunque no tanto como el que luego, en el entretiempo, mantuvo con Platini quien para no ser menos también tenía su efemérides: ayer, el icono del fútbol francés cumplía 51 años.
Respetuoso de las cábalas, Maradona repitió la ropa utilizada en Hamburgo y Gelsenkirchen, escenarios de los encuentros contra Costa de Marfil y Serbia y Montenegro. No fue la camiseta azul que lució hace 20 años contra Inglaterra y con la que, además del gol prodigioso hecho como las reglas mandan, nació la leyenda polémica de “la mano de Dios”. Una leyenda que el propio Maradona destruyó al pronunciar la frase impronunciable: “Voy a confesar...”. En esta etapa de su vida, Pelusa elegía sacrificar la fantasía en el altar de las mediciones de televisión. Y quizá porque el secreto a voces había dejado de serlo, para esta edición del Mundial se ungió con la celeste y blanca de los ganadores de México 1986. De todos modos, sostienen, de aquellos polvos, estos lodos. El triunfo 2-1 (el descuento anotado por Gary Lineker) sobre los británicos había abierto el camino hacia el trofeo más preciado. El “gol a los ingleses” fue una obra de arte individual y, sin embargo, dibujada sobre una construcción colectiva. Es obvio que, estrecha y parcial como todo relato, la mitología de fútbol registra de aquella jornada nada más que la imagen del pequeño delantero corriendo concentrado, imparable, hacia la meta. Por eso es que Héctor Enrique navega entre el reproche sutil y la broma cada vez que dice: “Todos hablan de él. Nadie se acuerda del pase que le di”.
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