DEPORTES › MARIA SHARAPOVA SE IMPUSO 7-5, 6-3 A LA SERBIA ANA IVANOVIC Y FESTEJO EN AUSTRALIA
La rusa se aflojó tras su gran victoria y mostró sus sentimientos más profundos. Consiguió su tercer título de Grand Slam.
› Por Sebastián Fest
Desde Melbourne
Una derecha ancha sirvió para derretir el témpano. Maria Sharapova, engreída, por momentos insolente a lo largo de dos semanas, mostró su rostro más débil, sus sentimientos más profundos. La derecha de Ana Ivanovic fuera de los límites le dio a la rusa su tercer título de Grand Slam, y pareció liberarla de su propio personaje, aliviarle la carga de demostrar en todo momento quién es y lo lejos que puede llegar.
Probablemente por eso lloró sin preocuparse por controlarlo, quizá por eso fue tan cálida con sus aficionados, con los que compartió el trofeo y la alegría del triunfo. “¡No puedo, me lo quiero quedar, es para mi abuelo!”, le dijo a un fan que, estirando su cuerpo desde la primera fila, le reclamaba algún souvenir. “¿Quieren tocar el trofeo?”, les preguntó como compensación. “¡Sííí!”, reaccionaron los espectadores, que pocas veces tienen la oportunidad de involucrarse tanto en la alegría de un campeón.
La de ayer fue una Sharapova muy distinta a la del viernes, el día previo a la final. Un periodista le preguntó si se había sorprendido a sí misma con lo hecho en el torneo, avanzando a la final con contundencia sin ceder un solo set. La respuesta fue una síntesis de la soberbia de Sharapova, también un ejemplo de las frases que los relacionistas públicos hacen memorizar a sus estrellas. “Sé lo que mi tenis es capaz de producir. Lo he mostrado ya antes. Ya lo hice en mi carrera. Gané dos Grand Slam, fui número uno del mundo. No lo hice comiendo helado cada día tras despertarme. Trabajé para alcanzar todos esos logros, y sé que soy capaz de lograr más. Eso es lo que me impulsa a entrenar cada día, porque sé que puedo ser una mejor jugadora, y sé que voy a ser una mejor jugadora.”
La rusa de 20 años viene siendo vendida desde hace tres años y medio como la nueva musa del tenis femenino, como una belleza casi sin parangón en la historia del tenis. Tanta presión es difícil de soportar para cualquiera, y Sharapova –que siempre hizo gala de una seguridad impensable en una chica de su edad– se fue haciendo con los años más y más dura, más y más consciente del papel que juega. “Como deportista eres también un artista. La gente compra sus entradas para verte actuar”, explicó más de una vez.
Mientras Ivanovic, su rival de ayer, regaló miles de sinceras y cálidas sonrisas al torneo durante las dos semanas de Melbourne, Sharapova apretó los dientes más de una vez, zamarreó dos noches consecutivas ante 15.000 espectadores a su entrevistador para la televisión australiana, el ex doblista Todd Woodbridge, y marcó distancias cada vez que no le gustó la pregunta que le planteaban.
Pero a medida que se iba acercando la final, ese témpano siberiano que a veces es Sharapova se iba derritiendo. Fue así que esta semana habló del amor que siente por su madre, Yelena, a la que casi nunca se ve en los torneos. “¿Cómo es tu madre, Maria? No recuerdo haber visto una foto de ella”, le dijo un periodista. “Se parece mucho a Uma Thurman, y es una mujer extremadamente inteligente y sensible, una gran persona. Gracias a ella voy a museos, estoy al tanto de los principales hechos culturales. Fue ella la que se preocupó siempre de que no perdiera el idioma ruso. Me hacía escribir ensayos todo el tiempo para que pudiera expresarme bien.”
Maria fue separada de Yelena con nueve años para irse a entrenar a Florida, y durante dos años no vio a su madre, con la que hablaba por teléfono una vez cada seis meses. Ayer le dedicó el título porque era su cumpleaños y la llamó apenas terminó la entrega de premios, casi como en julio de 2004, cuando sacó en pleno court central de Wimbledon su celular para hablar con su madre.
Quizá por esa extraña infancia no sorprende lo dura que es Sharapova, algo que hizo sentir a sus rivales: en su camino hacia el título venció a tres de las cuatro mejores del mundo, incluido el 6-4, 6-0 sobre la belga Justine Henin, número uno del mundo. “Los campeones aprovechan sus oportunidades, la presión es un privilegio”, decía el mensaje que Billie Jean King, figura histórica del tenis femenino, envió al teléfono de Sharapova antes de la final. “Lo convertí en mi motivación”, dijo la rusa, que también dedicó el triunfo a Jane, la madre de Michael Joyce, su entrenador. “Tuvo cáncer durante muchos años, y cada vez que parecía que iba a mejorar, volvía a caer. Cuando el año pasado murió, el tenis se hizo muy pequeño para mí, y tuve una nueva perspectiva de muchas cosas.”
Sharapova venía de llorar, algo que no pudo parar de hacer desde que supo que el título era suyo. La semana que viene jugará la Copa Fed en Israel integrando por primera vez el equipo ruso. Australia dejó una Sharapova con ínfulas de número uno, pero quizá también una Maria más humana.
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