DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
Al regalarle a su entrañable ciudad y al mundo su “Acuarela de Brasil” y aquella hermosa pincelada para su Río de Janeiro, el músico y relator de fútbol Ary Barroso lejos estaría de suponer del sinnúmero de sucesos que desde entonces y hasta nuestros días le fueron dando identidad a un montón de cuestiones vinculadas con el ser brasileño. Nada menos que casi sesenta años pasaron de aquella “...ciudad maravillosa / llena de encantos mil / ciudad maravillosa / capital de mi Brasil...” (la métrica y en especial la rima lo obligaron a escribir “encantos mil” para que rimara con “capital de mi Brasil” en vez de “mil encantos”).
Que Brasil ganaría cinco campeonatos del mundo; que el maravilloso equipo de Santos de la década del sesenta demostraría como pocos equipos de qué se trata este juego; y que en la música desde Waldir Azevedo, Heitor Villa Lobos, Dorival Caimi, Pixinguinha, Benito Lacerda, los folkloristas nordestinos, y más acá Vinicius y sus maravillosos secuaces como Joao Gilberto, Caetano, Chico Buarque, Toquinho, Maria Creuza, Maria Bethania, Alcione y tantísimos más, que tanto nos regalaron para acariciarnos el paso de los almanaques, no figuraban en la imaginería de Barroso.
Pero ahora, su hermosísima Río de Janeiro fue elegida para los Juegos Olímpicos de 2016. Y seguramente, la enorme Alcione bajará de sus morros con su academia de samba “Mangueira” tantas veces ganadora del carnaval carioca, con sus colores rosa y verde.
Hay que festejar. Porque que haya ganado Río no es un privilegio y nada más. Y no lo es únicamente en términos de los Juegos Olímpicos. Es fundamentalmente un placer y una permanente invitación al disfrute.
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