Martes, 23 de marzo de 2010 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Pablo Vignone
Cuando la efervescencia Maradona destapaba todas las discusiones acerca de la primacía mundial histórica en el siempre debatible ambiente futbolístico, el Flaco Menotti solía sincerar el nivel cero de la discusión recordando que Pelé había ganado tres títulos del mundo contra la única Copa de Diego, la versión 1986 de la que el ahora entrenador del seleccionado descree un tanto. No es que Menotti pensara que Pelé era mejor: lo que hacía era acomodar sobre el tapete los requisitos de la sensatez con los que se comienza a debatir. Era como refrescar la imposibilidad de comparar el brillo de un astro en pleno fulgor con el de otro cuyo logro encandila pero de vigor apagado hace rato. Comparar épocas es un interesante ejercicio si se advierte desde el arranque la futilidad del juicio final.
Ahora sucede algo parecido. Que Lionel Messi la rompa no sorprende, y en todo caso permite refregarse las manos frente a la tácita promesa de lo que pueda elaborar dentro de tres meses, en el Mundial de Su- dáfrica, a partir de su rendimiento actual, con la expresa salvedad de que, hasta el momento y mientras no se demuestre lo contrario, el Messi del Barcelona nunca jugó en la Selección Argentina. El rosarino ya jugó un Mundial y no fue el Pelé de 1958 y aunque no terminó tan mal como el Maradona de 1982 se lo criticó bárbaramente por su indolente actitud aquel día de Berlín. ¿Es mejor que Maradona? Materia sumamente opinable. La sensación es que todavía no se echaron las bases suficientes como para una comparación justa con los méritos de ambos: los que expuso Diego entre 1984 y 1988, los mejores años de su carrera, y los que despliega y promete desplegar el rosarino. Es, aún, una discusión prematura.
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