La última vez que la Selección Argentina jugó por las Eliminatorias fue en un día de lluvia torrencial en el Monumental, una cancha tan rápida y pesada como la de ayer. Dos a uno Perú, en un partido dramático, que se definió, como se recuerda, sobre la hora. Nadie que haya estado ahí habrá borrado las imágenes de Palermo empujando la pelota a la red y el técnico Maradona haciendo el avioncito en el agua. Ese día atajó Romero y jugaron Heinze, Mascherano, Aimar, Schiavi, Insúa...

La curiosidad mayor de ese encuentro, comparado con la goleada de anoche, es que sólo tres de los que habían participado en aquella ocasión entraron a la cancha a disputar el encuentro contra los chilenos: Gonzalo Higuaín, Lionel Messi y Angelito Di María. Algo así como una metáfora sobre la vigencia de lo clásico y lo bueno. Tres sobrevivientes, tres cracks, los que la rompieron. Cualquier análisis que se haga respecto del encuentro de anoche deberá empezar por la contundencia y el poder de definición de Higuaín, la jerarquía del Flaco Di María y el repertorio de virtudes del mejor jugador de fútbol del Mundo en la actualidad.

La clave del partido, la principal, es la producción de los dos delanteros y de su socio principal. En los cuatro goles estuvieron dos de ellos o los tres:

1) Pase largo de 35 metros de Di María, gol de Higuaín, de derecha.

2) Pase en cortada de Higuaín, gol de Messi, que pudo ser de Di María, porque habían llegado juntos para definir.

3) Pase de Di María de media vuelta, gol de Higuaín, de primera y de zurda.

4) Pase de gol de Messi, de caño, definición de Higuaín, otra vez de zurda.

Pudo haberse duplicado la cifra en jugadas que casi siempre lo tuvieron como protagonista a Messi, dejando en posición de gol a sus compañeros. El crack del Barcelona rompió la malaria con la red, se reencontró con la gente y se llevó una merecida ovación al final del partido. A Di María también lo aplaudieron mucho cuando fue reemplazado y a Higuaín le tributaron todo el cariño con el “Pipaaa...Pipaaa”, después de perder un gol, tras una gran jugada de Messi.

La velocidad, la capacidad de adaptación a ese terreno pesado y la jerarquía del terceto resultó una pesadilla para los lentos, pesados y confundidos defensores chilenos. Si José Sosa no hubiera estado tan impreciso con la pelota en los pies (o, dicho de otro modo, si Sabella se hubiese decidido a ponerlo al Flaco Pastore), el festival pudo haber sido mayor.

Claro que no todas fueron luces en el equipo argentino. Encandilaron los de arriba, pero sigue todo bastante oscuro en una defensa que no consigue solidez. Con Sabella, y antes con Batista y antes con Maradona, el equipo no consigue seguridad por los laterales (ayer especialmente por el lado de Rojo) y tampoco logra estrechar los espacios en la mitad de la cancha, quitándole posibilidades de llegada a sus rivales.

Chile tuvo por lo menos cuatro situaciones de gol claras, al margen del tanto que conquistó en una acción en la que se combinaron varios errores y especialmente un manotazo deficitario de Andújar. No toda la responsabilidad está en los defensores. Los volantes de contención en algún momento perdieron la brújula y salieron a destiempo cometiendo infracciones que se pagan caras en este torneo (dos amarillas implican una suspensión automática). Allí es donde más tendrá que trabajar Sabella. Es cierto que no estuvieron dos de los titulares indiscutibles como Mascherano y el arquero Romero, pero aun así hay muchas cosas que corregir desde el fondo hacia atrás.

Lo bueno, lo importante, será que nadie se tire a dormir sobre los laureles de la goleada. Todavía está fresco el recuerdo de la goleada en contra ante Bolivia después de un triunfo contundente ante Venezuela en el Monumental, en los tiempos en que la dirección técnica estaba a cargo de Maradona.

Se supone que Sabella es muy consciente de esto. Y también de que hay que armarlo todo para que dispongan de la mayor libertad Higuaín, Messi y Di María, los tres clásicos, los universales, los que definen.