DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
La goleada, más en el resultado que en el juego, con que la Selección nacional debutó en las Eliminatorias para el Mundial de 2014, al ganarle 4-1 a Chile, resultó, con el tiempo, solamente un espejismo.
Quizá por cierta exagerada autoestima, por antecedentes y vaya uno a saber por qué cuestiones futbolísticas, freudianas o lacanianas, el combinado argentino perdió sin atenuantes contra Venezuela de visitante.
En, quizás, la peor producción de las cuatro que hasta ahora produjo, el empate con Bolivia en la cancha de River dejó un sinnúmero de incertidumbres, además de algunas frustraciones como los mediocres desempeños de Javier Pastore y Ricardo Alvarez.
Con algunos cambios inentendibles, como la salida de Gago –que contra Bolivia había sido de lo más rescatable– y el ingreso del siempre desorbitado Rodrigo Braña, el conjunto argentino llevaba la peor parte al terminar el primer tiempo contra Colombia.
Por razones a desentrañar, en los cuarenta y cinco finales Messi volvió a ser el mejor, Sosa fue otro del opaco ex Estudiantes del primer tiempo, y con la entrada del Kun Agüero el equipo se fue pareciendo un poquito a lo que debe ser.
Quizás un consuelo de tontos.
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