DEPORTES • SUBNOTA › EL ASCENDENTE CAMINO DEL FLAMANTE CAMPEóN
Hace poco más de dos años estuvo a punto de irse al descenso. Sufrió una crisis institucional, se recompuso y con entrenadores más serios se ganó el derecho a jugar la Copa que nunca había podido ganar hasta la noche de ayer.
Del 24 de junio del 2012 al 13 de agosto de 2014 transcurrieron 780 días que para San Lorenzo fueron una vida completa. Los hinchas pasaron de sufrir la angustia del precipicio, cuando el equipo corrió serio riesgo de perder la categoría, a gozar la conquista del máximo logro en más de un siglo de vida en la institución. Un camino vertiginoso, que puso de pie al legendario club de Boedo.
Aquel día, San Lorenzo salió a jugar al campo del Nuevo Gasómetro acuciado por el promedio y con la posibilidad concreta de irse al descenso, lo que se habría consumado si el rival, San Martín de San Juan, arrancaba un empate. Los sanjuaninos arrancaron en ventaja, pero San Lorenzo lo dio vuelta, aunque sufrió hasta el final para establecer una diferencia 3-1 tranquilizadora. Aquel día, la figura fue –una vez más– Leandro Romagnoli, el mismo que anoche se fue ovacionado tras jugar su último partido con la casaca azulgrana.
“San Lorenzo construyó su mística y grandeza en las desgracias”, opina el actual presidente de San Lorenzo, Matías Lammens. En ese momento era un hincha más. Al frente del club estaba Carlos Abdo, aunque ya estaba en marcha un plan para destituirlo.
La derrota 0-3 de Banfield, como local ante Colón, generó la salvación inmediata, aunque no la aseguró: San Lorenzo debió enfrentar, esa misma semana, la Promoción, ante Instituto de Córdoba. El equipo de Caruso Lombardi (el entrenador que se abrazaba como cábala a un alcanzapelotas pelirrojo) venció 2-0 a la ida en Córdoba e igualó 1-1 como local, en un partido jugado el 1º de julio de 2012 y recordado por la actuación del árbitro Pablo Lunati. “Es increíble: hace dos años jugábamos la Promoción contra Instituto y hoy estamos en la cúspide de América, como siempre lo soñé”, insistió ayer Lammens.
Ante un panorama desolador, una inhibición para comprar jugadores, empleados de la Ciudad Deportiva en huelga, deudas imposibles de afrontar, Abdo (que presidía el club desde diciembre de 2010) anunció su renuncia para el 18 de julio. Pero el empresario Marcelo Tinelli se bajó de una eventual candidatura, los hinchas tomaron la sede de la Avenida de Mayo, el momento en el que asambleísta Rubén Pombo le quitó el micrófono de la mano al vice Jorge Aldrey impidiéndole hablar quedó configurado como el final de una etapa oscura y amenazante.
Lammens, abogado de profesión, dueño de una distribuidora de bebidas y hombre de confianza de Tinelli, encabezó la fórmula que, con el animador como candidato a vice, arrasó en las elecciones del 1º de septiembre con el 80,5 por ciento de los votos. Con 32 años había sido ungido como el presidente más joven en la historia de la institución. Al día siguiente ya se habían hecho cargo del club.
Con la nueva conducción arribó, como se descontaba, una inyección de capital y otro orden en el trabajo cotidiano. Caruso Lombardi le dejó su puesto, en medio de una comedia de enredos, a Juan Antonio Pizzi, quien debutó en el cargo el 20 de octubre, con un 0-0 en Mendoza como visitante.
San Lorenzo terminó ese torneo, el Inicial 2012, en la undécima posición, pero trepó al cuarto puesto en el Final 2013 y, finalmente, se consagró campeón en el Inicial 2013, ganándose el derecho a jugar la Copa Libertadores de este año, antes de que Pizzi dejara su cargo para irse a dirigir a España. Un día después de la última Navidad, Edgardo Bauza, que ya había sido campeón de la Copa Libertadores en 2008 dirigiendo a la Liga Deportiva Universitaria de Quito, arregló sucederlo. Y lo trajo hasta acá. Y con suerte lo llevará hasta la final del Mundial de clubes ante el Real Madrid.
“La Copa es la materia pendiente que tenemos en San Lorenzo. Tenemos los nervios lógicos y estamos invadidos por emociones y sensaciones personales”, confesó el dirigente azulgrana, quien admite que es “imposible” separarse del rol de hincha. “Nos hubiese gustado tener una cancha para 100 mil personas.”
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