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Más riesgos, menos recaudos
› Por Diego Bonadeo
De a ratos la final de ayer pareció un calco, pero al revés, de aquel partido. No solamente por la ventaja temprana de Brasil, sino por lo que le siguió prácticamente hasta el final, con la Selección Argentina buscando alcanzar lo que se sabía inalcanzable. Brasil tuvo en su favor lo de siempre. O, por lo menos, lo de casi siempre: individualidades para los reemplazos. Cicinho por Cafu, Gilberto por Roberto Carlos, Adriano por –habría que ver si no será “con” y no “por”– Ronaldo, con el agregado del más que promisorio Robinho.
No importa si se juega con tres o con cuatro en el fondo, ni si se juega o no con eso que ahora se da en llamar “doble cinco”. Lo que importa es quiénes son los tres o cuatro del fondo y quiénes los dos remedos de centrojás. En el rato que jugó en el torneo, Milito demostró ser el mejor de todos los del fondo, así como Sorin fue el mejor en todo el torneo, no importa que juegue “de algo”. Es bien sabido que por condiciones, panorama de juego, destreza no desdeñable, pelotas en sentido futbolero y no de guapo de esquina, el capitán del seleccionado juega “de Sorin”. Así como no hace tanto el Burrito Ortega jugaba “de Ortega” en la Selección. Y como, de algún modo, Riquelme juega “de Román”.
Falta un año para el Mundial, y así como a los jugadores se les reclama que tomen más riesgos y menos recaudos, lo mismo vale para el cuerpo técnico, que no juega, pero decide quiénes juegan y durante los partidos hacen los cambios. Porque está claro que, de esta cuestión del fútbol, Pekerman sabe más que Parreira
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