DEPORTES • SUBNOTA › EL MUSEO DE DOCUMENTACION QUE GUARDA LA HISTORIA NEGRA ALEMANA
› Por Juan José Panno
Desde Nuremberg
Un muchacho y una muchacha veinteañeros se deslizan sobre un par de skates en una ancha avenida. De pronto al chico se le escapa la tabla y queda pegado a una pesada puerta. Escuchan un murmullo lejano y, con un poco de temor, abren. Las voces crecen y se mezclan con pasos atronadores, los jóvenes suben escaleras de pesadísimo mármol y cuando llegan a un espacio abierto la imagen se esfuma y lo que sigue es una vieja filmación de los años ’30. Decenas de miles de soldados en segundo plano forman varios rectángulos de líneas simétricas por donde se las mire. Dominando el primer plano, Adolf Hitler. El diálogo estremece:
–Heil Nurenberg!
–Heil Hitler!
La película, que dura unos diez minutos y golpea donde corresponde en esa escena, es parte de la recorrida del museo de documentación que funciona en la Sala de los Congresos del complejo arquitectónico monumental que había levantado Hitler a mitad de los ’30. El palacio debía ser algo así como un Coliseo Romano y albergar a 50 mil personas. Le faltaban casi 70 metros de construcción hacia arriba cuando el nacionalsocialismo se derrumbó. Queda una estructura bien conservada. En los últimos años se trazaron planes para construir un centro comercial y un complejo deportivo, pero finalmente se optó por preservar la memoria.
La entrada cuesta 5 euros e incluye el préstamo de un audífono, especie de enorme celular antiguo con botones que al ser pulsados permiten escuchar explicaciones en español castizo sobre los paneles y los elementos que están a la vista. Banderas, ejemplares de Mein Kampf, documentos, fotos, soldaditos de plomo, insignias, símbolos de toda clase, La voz en español cuenta: “Mi lucha fue traducido a 16 idiomas; se vendieron 10 millones de ejemplares que hicieron millonario a Hitler, a las personas que se casaban se lo regalaban los funcionarios del registro civil”. Se pueden apretar los botones y se escucharán referencias de la Gestapo, las SS, las juventudes hitlerianas, del exterminio de millones.
Hitler había encargado al arquitecto preferido del régimen, Albert Speer, una “ciudad”, con varios edificios cercanos para mostrarle al mundo la imponencia del Tercer Reich. Una gran calle, la grosse strasse, es un lúgubre eje de 60 metros de ancho y 2 kilómetros de extensión con torres que contenían antorchas. Impresiona. Tanto como observar en las inmediaciones el Frankenstadion, donde el domingo jugarán México e Irán. No está permitido andar en skate, a pesar de lo que muestra la película en el museo. Sí se corren carreras de autos. A los costados, enormes y graníticas tribunas capaces de albergar a 60 mil oficiales del ejército alemán para ver desfilar a medio millón de soldados. Nuremberg, que hoy tiene 490 mil habitantes, no llegaba a 400 mil cuando recibía a las tropas para que latieran en la ciudad del corazón del nazismo.
El veterano encargado del museo duda un instante cuando se le pregunta por lo que representa esa historia para él. Parece quebrarse y suelta: “No sé qué decirles”, que suena más bien a “no sé cómo podemos justificar esto”. El alcalde de Nuremberg, Ulrich Maly, había dicho hace un tiempo: “La ciudad tiene un capítulo en su pasado que es terrible, pero hoy se muestra tolerante, abierta, comprometida con los derechos humanos como ninguna otra en el país”.
De ese cruce entre pasado y futuro también puede dar cuenta la familia del arquitecto que levantó el complejo. El mismo Speer había abjurado del nazismo y poco antes de morir dijo que Hitler tenía un hueco en el lugar donde debía estar el corazón. Su hijo Albert, también arquitecto, fue el responsable de la Feria de Hannover en el 2000 e integra el equipo de profesionales que montarán los Juegos Olímpicos de Pekín. La hija, la nieta del arquitecto de Hitler, Hilde Schranen, está en el Parlamento alemán. Representa a la izquierda.
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