DEPORTES • SUBNOTA
› Por Juan Sasturain
Desde la casa
El chiste debe haber aparecido en Hortensia, a principios de los setenta; o tal vez en Hum(R) algo después. El memorable dibujo del Negro Fontanarrosa mostraba en el centro de la pista del circo al uniformado anunciador dirigiéndose al público junto al cañón de boca ancha del que asomaban cuatro absortas cabecitas: “¡Señoras y señores, ante la ausencia del hombre bala, les ofreceremos una perdigonada de enanos!”. Inolvidable.
Este es un tipo de cosas que, por ser absolutamente incorrectas, “en Europa no se consiguen”, como decía el auténtico Ratón Rubén Ayala. Ya allá no hay chistes de enanos –no se puede joder con eso– y tampoco se usan los enanos mismos. Son cosas que ya nadie se anima a hacer o poner. Acá sin embargo, para bien y para mal, en este confín desmadrado de Occidente y de la corrección, todavía se puede soñar con la posibilidad de asistir a una perdigonada de enanos. O a algo parecido a eso. Como ayer en Francfort.
Es que Pekerman ante Holanda, no por necesidad sino por elección, optó por la variante loca y propuso, sin altavoces pero con el beneplácito del circo (¿qué otra cosa sino eso era la hermosa multitud futbolera reunida allí?) soslayar al hombre bala y cargar el ataque argentino con los Enanos que el público ha venido –todos hemos venido– reclamando, airados al principio y sólo pidiendo buenamente después de la epifanía del set ante Serbia y Montenegro. Esos Enanos (así, con mayúscula de nombre propio) incorrectos, imprevisibles, antropométrica y estéticamente descartables para los bienpensantes y midientes de las escuelas de fútbol; esos Enanos que no se consiguen en ningún lado, y que no se pueden encargar porque no se fabrican, jugaron juntos durante una hora larga. Y fue una alegría verlos. Una alegría no sólo argentina, una alegría del universal futbolero. Porque tenemos la suerte de disponer de un par de pendejísimos enanos jugadores, de esos que le dan ganas a la gente de volver al circo.
Durante esa hora, Tevez y Messi hicieron un montón de cosas lindas y productivas. Solos, juntos o acompañados de terceros. Le tocó a Carlitos andar algo mejor, elegir mejor a la hora de resolver entre la individual y la descarga. Pero eso es sólo un detalle. El Enano más chico (tan chico es...) es un monstruo y sentir que cada vez que la agarra y encara no se sabe qué va a pasar –y puede pasar todo– es una sensación incomparable. Además, son dos valientes para jugar.
El esquema de José, con cuatro bien clavados en el fondo y sin permiso –supongo que porque Holanda iba con dos wines-wines– no proveyó demasiadas pelotas dominadas para jugar con libertad desde el medio para arriba. Sin embargo, durante el primer tiempo, cuando la tuvieron Román más los Enanos y el resto, produjeron belleza. Algunas de las cosas más lindas que se han visto hasta ahora en el Mundial.
Estuvo bien, el partido. Y hubiera sido mejor de haber habido un gol que obligase más al rival. Desde ya, me siento a esperar el sábado a los Enanos.
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