DEPORTES • SUBNOTA
› Por A. G.
“Berlin, Berlin, wir fahren nach Berlin.” Para el partido ante los alemanes, cumplimos el grito de guerra de ellos y nos fuimos para Berlín. No sólo nosotros. Había cientos de alemanes, con sus banderas y sus cervezas; unos cuantos argentinos, tanto periodistas como hinchas; y hasta camarógrafos de la televisión china, que se hicieron un festín con imágenes de los fanáticos. El asiento de cuatro nos tocó compartirlo con dos alemanes, que nos recibieron tomando oporto con Coca a las ocho de la mañana. Del otro lado del pasillo, tres hinchas de Estudiantes, Bernardo, Jorge y el Tío. “Tensa calma”, definiría un cronista veterano. Ni hablar cuando uno de los pinchas preguntó si Panno seguía trabajando en Página/12. “Soy yo”, dijo el susodicho, que luego tuvo que explicarle a Bernardo, el amigo platense, una nota escrita sobre Bilardo, 20 años atrás, justo antes del inicio del Mundial ‘86. Mientras tanto, los alemanes seguían dándole al oporto, hasta que por el pasillo pasó un argentino con la camiseta 14 de Palacio. “Ese juega en Boca”, le dice uno al otro. Y la frase sirvió para romper la barrera. Es que el hombre de la camiseta era el padre de Rodrigo, ya un amigo de tantos viajes compartidos, lo que motivó el inicio de una serie interminable de chicanas con los alemanes y con los hinchas de Estudiantes. “¿Cuándo sale el vuelo de ustedes? ¿Mañana?”, arrancó Klaus, fana del Stuttgart. “Sí, pero volamos a Dortmund. ¿No les sobran unos tickets?”, llegó el contragolpe argentino. Así se dio un ida y vuelta real, no como el que unas horas después iban a protagonizar Ballack, Crespo y Cía. En medio del duelo apareció Gonzalo, el hermanito de Palacio, que no tardó nada en captar la atención de los alemanes. Fue así que Steffen, fana del Bayern Munich, le empezó a pedir a Gonza un autógrafo de su hermano. “No tengo ninguno”, respondía el pibe. Pero a la negativa inicial, pronto la contradijo la primera oferta: “Te doy cinco euros”, puso el precio Steffen. Y, obvio, el negocio no iba a pasar por alto. Al ratito, Gonza apareció con unos autógrafos calentitos, recién elaborados... La risa de los alemanes, de los platenses y del resto de los pasajeros, ya enterados de todo ante el alboroto de la situación, no tardó en llegar. Incluso, hubo intercambios con unos fresquitos de Klose y Podolski. A esa altura, Steffen y Klaus no paraban de invitar cervezas a estos cronistas, a Bernardo, Jorge y a los vecinos de asiento. Hasta le dieron la dirección a la madre de Palacio, que tuvo que prometerles enviarles una foto de su hijo autografiada. También se llevaron nuestros e-mails que, se ve, los agendaron pronto: “Feliz regreso, ¿cuándo sale el vuelo a Buenos Aires?”.
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