DEPORTES • SUBNOTA
› Por Gustavo Veiga
La impunidad de las barras bravas se forja todos los días con episodios sistemáticos y, en ocasiones, novelescos. En este caso, la contribución a la violencia que nos domina proviene desde Rosario, donde los pesados de Central, enfrascados en una interna de grupos que responden a los motes de Pillines, Chaperos y Guerreros, acaban de hacer otra de las suyas. Hasta ahora los recursos provenían de prebendas arrancadas a los dirigentes, negocios tan antiguos como la reventa de entradas y hasta la representación de juveniles del semillero por métodos coercitivos. Pero todo eso acaba de quedar superado.
Hoy cantará el popular Ricardo Arjona en el estadio mundialista de Rosario y el empresario que lo contrató, cuando ya había acordado el pago al club de 100 mil pesos por el alquiler de la cancha, se encontró con un nuevo pedido de dinero. Esta vez, no provino de la comisión directiva y sí de la barra. De cuál de los sectores, aún no se sabe. Lo que sí trascendió fue la razón para exigirle 20 mil pesos más al organizador del espectáculo. Sí, casi unos 7 mil dólares. “Si no los ponés, los que vayan en auto al recital se van a quedar sin vidrios”, le habrían dicho, en tono intimidatorio.
Cuando el empresario intentó pedirle una explicación al presidente Pablo Scarabino, se habría topado con una respuesta más sorprendente aún: “Bueno, pongamos 10 mil cada uno”. Todavía no hay denuncia formulada, pero en Rosario la barra de Central, a la hora de delinquir, es la más original de todas. Maneja jugadores de las divisiones inferiores y recauda más que Sadaic.
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