DIALOGOS › DéBORA SWINTUN, DE VECINA DE VILLA INFLAMABLE A INVESTIGADORA DE SU POLUCIóN
Nació y pasó casi toda su vida en Dock Sud, al lado del Polo Petroquímico. Desde ese lugar y con dudas sobre la contaminación en su propio cuerpo, investigó los efectos sociales de la contaminación ambiental. El resultado fue el libro Inflamable. Estudio del sufrimiento ambiental, que escribió junto a Javier Auyero. En esta entrevista, relata los pormenores de esa investigación, en la que ella misma estuvo involucrada.
› Por Mario Wainfeld
–En su libro se describe el “sufrimiento ambiental”, investigando el caso de los pobladores de Villa Inflamable. El sociólogo Javier Auyero y usted (una antropóloga que nació y vivió ahí) pintan una realidad donde existen empresas contaminantes, un enjambre de abogados que ofrecen pleitos que desembocarían en indemnizaciones. Espasmódicas coberturas periodísticas que denuncian el problema, generando enorme excitación por pocos días. Funcionarios o gobernantes que también prometen. Nadie resuelve los problemas. La consecuencia, según ustedes, es la confusión de las personas que viven allí. Esa confusión ¿es deliberada?
–Al nivel que llegamos, creemos que no. No podría decir que en todos los actores o en los que entrevistamos hay una labor de confusión. Pero todas las intervenciones discursivas juntas producen un efecto de confusión: desde los médicos, los maestros, los periodistas, los políticos, los funcionarios, todos los otros actores que transitan por Inflamable. Todos estos actores dicen cada vez una cosa diferente.
–¿Qué dicen estas empresas, las que contaminan?
–Más o menos, que las víctimas son culpables de lo que les está pasando.
–¿Por qué?
–Porque ellos son sucios, no tienen higiene, más o menos viven en la mugre... entonces están enfermos por eso. Ahora, la empresa nunca dice que esa mugre es el plomo que ellos tiraron cuando no había legislación ambiental, los escapes que siguen teniendo, o los venteos que siguen haciendo todas las noches en la zona. Culpabilizan a las víctimas. Y además, expresan que ellos nunca tiraron nada, que son empresas con responsabilidad. Pero los vecinos antiguos (mis propios abuelos) cuentan cómo salían los camiones y tiraban (desechos) ahí.
–Hablemos de los abogados que patrocinan o representan a las víctimas.
–Ellos dicen “yo no soy Teresa de Calcuta, yo también quiero cobrar. Por eso siguen los juicios”. Prometieron que los van a ganar pero hay gente que hace seis años está en pleito. Los vecinos han, un poco, depositado su voluntad en la esperanza que les generó el abogado para salir de lugar. “El juicio me va a dar millones de dólares o miles de pesos para irme...” es como la salida individual. Eso genera parálisis. La presencia de los abogados es errática, por ahí aparecen un montón de días. Después sus clientes pasan seis meses sin saber nada de cómo va su caso.
–Ustedes describen que en Inflamable la gente castigada y destituida espera las soluciones. Se moviliza o se rebela poco. Espera respuestas de las autoridades, de la Justicia, de los medios. ¿Por qué no activa, si hay una visión consensuada de que hay mucho daño?
–De afuera se dice que la contaminación existe. Es cierto, hay contaminación, en el aire, en el agua, en el suelo y en los cuerpos. Es “equis”, “está comprobada” pero adentro pasa otra cosa. A usted le parece que “el afuera” está transmitiendo esa certeza pero en el barrio hay un montón de dudas. Hay vecinos que todavía se plantean si realmente las empresas contaminan o no. Otros dicen “nos están matando todos los días, tiran este gas a la noche, no se puede respirar, tenés que cerrar las ventanas”. La confusión hace que esperen, nosotros lo relacionamos con las teorías de dominación.
–Suponiendo que llegara Papá Noel y les dijera “hay plata, pero lo primero tienen que resolver es si quieren quedarse o irse”. Quedarse y exigir un nivel de limpieza, de purificación. O si aceptan una indemnización suficiente para irse o una relocalización. ¿Eso está resuelto entre la gente?
–Está dividido lo que las familias consideran que es la solución. Hay un montón de gente que ese proceso ya lo tiene, más o menos, hecho. Cuestiona todo el tiempo el lugar donde vive, pero no tiene la solución... “No me puedo pagar un alquiler, no me puedo comprar una casa en otro lado, ¿a dónde me voy?”. Son muchos, la mayoría. Y más los que tienen hijos, muchas madres jóvenes. Los adolescentes no tienen duda, ellos tienen una claridad, una certeza... Ven muchísimo más claro que el Estado no toma completamente cartas en el asunto, como debería. Ojo, las dudas tienen que ver también con un montón de historias de vida diferentes. Hay mucha gente que trabajó en las empresas del Polo (Petroquímico), su relación con la empresa es otra que la de alguien que no trabajó. Hay personas que dicen “YPF fue la madre buena, fue mi segunda madre o la madre que no tuve”. Pero en realidad, todas las petroleras en cualquier parte del mundo, aun con mejor tecnología y con más control, tienen impacto ambiental fuertísimo. Entonces, sanear el espacio, primero, puede llevar siglos, las napas son altísimas, son todos terrenos rellenados con residuos industriales. ¿Cómo sanear una cosa así? En el primer mundo estas empresas están como mínimo a un kilómetro de lugares poblados. Tienen unas zonas que se llaman áreas buffer alrededor de estas empresas. “Buffer” significa amortiguación, entonces ya está reconociendo que tienen impacto. Y, en este caso, tenemos una calle de tres metros que es donde está el paredón, cruza la calle de tres metros y tiene al barrio viviendo. Así que la idea de que se pudieran quedar a cuatro cuadras de lo que es el Polo... no.
–En un momento –para mí, formidable– del libro uno de ustedes (usted) escribe, en medio de la investigación, en algo así como un diario personal: “¿Qué hago yo viviendo aquí?” ¿Qué edad tenía cuando se preguntaba eso?
–Fue después de haber hecho el grueso de las entrevistas. Ya tendría veintisiete o veintiocho años.
–Ahora tiene treinta. ¿No se lo había preguntado antes?
–Me lo pregunté cuando tenía 20 años y hubo una gran protesta por la exposición a los cables de alta tensión. Pero era mucho más difícil, además estaba estudiando y quería terminar, recibirme.
–¿Y hace dos años?
–Me pregunté qué hacer porque recordaba que yo también había tenido de chica ciertos síntomas que advertía en los chicos. Entonces decidí iniciarme estudios de plomo y de demás tóxicos, son interminables y costosísimos, en total salen casi mil pesos.
–Entonces, se preguntó “¿qué hago aquí?” Y, más directamente, “¿no estaré enferma?”. Cosa que salvo en algún momento no había sentido en lo físico, o no lo había sentido mayormente o (por lo menos) no lo había asociado.
–No lo había asociado y esto tiene que ver con otro tema que desarrollamos: el acostumbramiento. Estar arraigado al espacio y tu vida cotidiana. Mientras investigaba pude unir un montón de historias y descubrir a cuántos les estaban pasando cosas iguales. Hay algo que es superfuerte, lo escuché en una de las entrevistas a una de las mamás antes de hacerme los estudios. “¿Sabés lo que me dijo la médica? Que mi hija, cuando le dé el pecho a su hijo, le va a pasar plomo en la leche”. El plomo es una de las sustancias que generan retrasos madurativos, problemas de hiperactividad, alergias.
–¿Usted tiene chicos?
–No.
–¿Está en pareja?
–No (risas).
–¿Usted sabe si vivir en Villa Inflamable dañó su salud?
–Sí. Después de hacerme los estudios, fui a ver a ver una toxicóloga del Hospital Fernández. Ella creyó que yo no vivía en Inflamable. Entonces me decía: “Cuando salís del lugar tenés que lavar la ropa cuando llegás a tu casa, no comas en el lugar, no tomes agua del lugar, tratá de estar las menos horas posibles”. Yo le respondo: “Mirá, yo vivo ahí”. Me dijo: “Te tenés que mudar ya”.
–Usted cuenta en el libro que fue otro el diagnóstico de la unidad sanitaria del barrio...
–Fui a una unidad sanitaria para hacerme un estudio de rutina. Ahí se detectó una anemia. Yo sabía que el plomo estaba asociado también con la anemia. Las médicas decían: “No, esto es falta de hierro. Habrá que hacer tal vez un tratamiento con hierro”. Y yo le digo que no son culpables ellas de no poder identificar... hay falta de formación en sus carreras con respecto a eso.
–La médica no tiene un interés particular en escamotearle a usted la causa de su anemia. ¿O sí? ¿Se lo mandan de arriba?
–No, no vi eso. Claro que ellas mismas tenían dudas de que realmente el ambiente no estuviera afectado. Muchas médicas se fueron de la unidad sanitaria porque les encontraron tolueno en la sangre. Yo, por lo que había estudiado, por todo lo que había leído, por todo lo que vi después de las entrevistas, dije: “No me puedo quedar con que solo puede ser una anemia. Quizá sí, pero quizá no”.
–¿Y se mudó?
–Me mudé. Sí.
–De su familia, ¿quién sigue viviendo en el barrio?
–Tengo mi mamá, un hermano y una hermana. Tenía mis abuelos, que fallecieron el año pasado.
–¿Usted les sugirió que se fueran de Inflamable?
–Sí, ellos lo saben también y siempre su expresión es que nosotros nos fuéramos. Una de mis hermanas ya se fue. Uno de mis hermanos está tratando. Mi mamá también quiere irse pero, primero, hay una imposibilidad, cómo mantener una casa más grande. También tiene miedo de qué pase con la casa, ella es propietaria.
–Hay otro momento llamativo en el libro, en su epílogo. Cuando ustedes estaban terminando el libro, le hacemos un reportaje a Javier Auyero en Página/12. Se abordaban varios temas, entre ellos esta investigación. La nota sale titulada por el lado del sufrimiento ambiental. Y entonces una funcionaria...
–Florencia Roitstein, que asumía como subsecretaria de Promoción del Desarrollo Sustentable junto a Romina Piccolotti...
–...le ofrece a Auyero que se sume a la gestión y Auyero rehúsa.
–En ese momento yo analizaba irme a estudiar afuera. Y un día Auyero viene al barrio, me cuenta lo que habló con Roitstein y me propone que vaya a conocerla. Yo, la verdad, no perdía nada. Voy, tengo una charla con ella, me empezó a preguntar qué me parecía qué había que hacer en el Polo, ya como técnica. Y me ofrece sumarme al equipo para trabajar en el caso. Me pregunté: “¿Qué hago? ¿Me voy o intento con todo lo que ya sé que puede funcionar?” Porque estaba consciente de que, si bien el barrio necesitaba organizarse, la solución completa no iba a venir solo de ese lado tampoco. E intenté...
–Aceptó.
–Un lugar como asesora, como técnica. Intenté, promoví el tema de relocalización, cómo se tenía que intervenir el Polo, las empresas... Colaboré en todos los programas que tenían que ver con el Polo. Los de relocalización, el epidemiológico, un programa de emergencias, en parte cómo se trabajaba al comienzo, cómo se trabajó con las químicas para que se relocalizaran. Hicimos un estudio de suelo...
–¿Cuánto tiempo lleva? ¿Se logró algo?
–Estoy hace un año y medio. Hay un avance en relación con las empresas. Pero en relación con lo que para mí es sustancial, lo que tiene que ver con el sufrimiento de los vecinos de Inflamable, no.
–Por favor, cuénteme qué se avanzó con las empresas.
–Se avanzó en planes de reconversión que han firmado, que tienen que ver con bajar emisiones, nueva tecnología de las que se van a quedar, las petroleras, y se avanzó con algunas relocalizaciones de algunas químicas. Una ya dejó de operar.
–¿Eso tiene algo que ver con la intervención de la Corte Suprema en el caso del Riachuelo o fue en paralelo?
–Sí, el Polo es parte de la cuenca (del Riachuelo). El Polo está dentro del plan de saneamiento integral de la cuenca.
–¿Por qué las empresas cedieron esto y no lo hicieron antes? ¿Hubo más presión del Estado?
–Sí, hubo más presión del Estado. Me imagino que también hay un apoyo por lo menos desde un poco de arriba para que lo hicieran. Nunca nadie se metió con las petroleras y ahora se meten por las causas que sean, porque también hay otras coyunturas de energía. Y también hay una Corte Suprema detrás presionando. Una Corte que dijo: “el Estado tiene que hacer el plan de saneamiento, las empresas son llamadas a tales y tales cosas”. También la Corte señala toda la otra parte de lo epidemiológico, lo de la relocalización.
–Con las empresas algo se avanzó. Pero a usted le parece que en la actividad, la organización de la gente, no pasó lo mismo. ¿Por qué? ¿Qué es lo que no han podido cambiar desde el Estado?
(Largo silencio): –En esta circunstancia, hay un presupuesto asignado para sanear, hay una Corte activa, hay otra situación. Y hay más sensibilidad con respecto a los temas ambientales. Pero no sé si hay conciencia real de lo que implican en todas sus puntas. Entonces sí, la gente está sensible por Inflamable... pero consciente, no me parece. Y, por el otro lado, me parece que hay una falta de decisión. No hay vuelta, porque si hubo una decisión para intervenir con el tema de las empresas sistemáticamente, no la hubo sistemáticamente para encarar el tema de una relocalización y un estudio epidemiológico de la población, aunque sí ha habido intentos, así, muy aleatorios. Se llegó a formular el proyecto, de hecho lo hice yo, lo elaboramos con médicas que contraté del Fernández. Se armaron algunas reuniones con la gente del municipio y demás pero...
–Usted lleva su saber al Estado... esto podría tener dos desemboques. Uno decepcionante, que confirme una tesis central de su propio libro: su intervención termina agregando a la confusión. Y otro más satisfactorio: en definitiva agentes más o menos exteriores pueden ayudar a resolver sin la organización de la gente. ¿Puede darse ese segundo escenario?
–¿Sin la organización de la gente?
–...
–Para mí las dos cosas van a ir de la mano para que se resuelva el problema. Es un final abierto, en ese sentido. Con esto que usted dice que la solución vendría sola, yo le digo: ojalá viniera sola sin que la gente se organice. Es demasiado injusto (no quiero usar otra palabra más fuerte) que, para llegar a la solución, se le exija a la comunidad que se organice, que salga a protestar. Porque Inflamable no es un Gualeguaychú, no es gente de clase media que puede disponer de movilización, de dinero y de todo para organizarse.
–Gualeguaychú parece un modelo exitoso de acción directa, podría imitarse. ¿No pensaron “hay que hacer piquetes como los de Gualeguaychú”?
–Mucha gente dice: “Si no hacemos así lo nuestro no va a cambiar”. Pero también observa esa protesta y dice: “¿Cómo hacemos aquí?”. En una época sí se hicieron piquetes y protestas porque faltaba luz o porque había salido un estudio que demostraba contaminación en los hijos de quienes están viviendo ahí. Duró un tiempo y cuesta sostenerlo. Además, las empresas siempre accionan para levantar los piquetes, la municipalidad hace promesas... La gente está desmovilizada. La contaminación ambiental es un problema. Pero (no digo que para todos) para muchos está como un problema más. “Tengo que ir a darles la comida a mis hijos. ¿Voy, además, a hacer un piquete? Si nunca pasa nada, si nunca nos vamos.” Y también está por detrás la esperanza ésta de que “sí, ahora nos vamos a mudar, ya vinieron”. El plan de relocalización, los intentos que han salido por los medios son muchísimos. Muchísimas veces se ha anunciado –para mí muy irresponsablemente– que ya están las cosas cuando no es así. Y piense que hoy Inflamable es lo que es, pero mucha de la gente que vivió ahí disfrutó otro espacio: disfrutó ir a las quintas, recrearse en la ribera del río cuando no era lo que es hoy, eso también juega en el estar. Le hablo, por ejemplo, de la gente entre cincuenta y cinco y setenta años. Pero la gente más joven vivió otra cosa. Yo viví otras cosas desde que nací ahí, no viví la época linda.
–¿Extraña Villa inflamable?
(Larguísimo silencio): –A ver. Extraño, porque hay parte de mi familia todavía ahí. Pero como espacio, como espacio que digas “quiero volver a vivir”, no.
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