DIALOGOS › JULIO SANTUCHO, ORGANIZADOR DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE DERECHOS HUMANOS
El Festival Internacional de Derechos Humanos, que ya se realizó diez veces en la Argentina, es una iniciativa privada, sin fines de lucro, que sobrevive por el esfuerzo de un puñado de personas y poco respaldo de los gobiernos.
› Por Andrew Graham-Yooll
–¿Cómo pueden resumirse los resultados del décimo Festival Internacional de Cine, Derechos Humanos, América Latina y Caribe (DerHumALC, 8 al 14 de mayo)?
–Hay muchos aspectos que tienen que ver con lo organizativo, que son parte de una apuesta más fuerte en 2008. Comenzamos a trabajar con las organizaciones sociales, desarrollo que requirió incorporar nuevo personal.
–¿Cuánto personal tiene una organización para hacer un Festival como éste?
–Tenemos una estructura de quince personas, con sueldo durante el Festival DerHumALC. Después hay unos cincuenta voluntarios, a quienes les cubrimos gastos. Hay un trabajo de selección y el año próximo los voluntarios que se destacaron pasan a ser parte del personal. En general son porteños, pero hay algunos extranjeros. Hay una mujer francesa que se presentó a último momento, y ha trabajado muy bien. En realidad, todos los años tenemos algún voluntario o pasante del exterior que conoce el Festival y buscan participar de la experiencia. A cambio de los gastos o con contratos breves se integran para hacer la experiencia; seguramente para ellos puede ayudar en su carrera o su currícula. Por un lado el personal, por otro lado hemos crecido en actividades, actos paralelos, mesas redondas, todo requirió un trabajo de organización muy grande, que todavía no está sustentado por el presupuesto. Tenemos promesas de apoyo del gobierno de la ciudad para el año que viene, porque en éste no tenían presupuesto. Es un desafío.
–¿Cuántas películas han participado en diez años?
–Como cifras, estamos en más de cien películas por festival, así que estamos en unas 1400 películas. Pero el archivo tiene más del doble. En el último festival recibimos más de quinientas películas de las que seleccionamos lo que podíamos usar. Del resto conservamos copias en el archivo, eso está en el reglamento del Festival. No podemos hacer nada con las copias, porque para usarlas hay que tener permiso, pero nos quedan las copias. Si pudiéramos usar todo lo que tenemos en el archivo, tendríamos más de cuatro mil películas disponibles. Queremos comenzar a construir una videoteca en Internet.
–El Festival ya lo hacen en Santiago del Estero.
–Santiago y Buenos Aires ya los hicimos. Apostamos a más también, estamos haciendo contactos para hacer el Festival en La Plata, en Córdoba y en Santa Fe, durante este año. Estamos redoblando la apuesta. Pensamos que debe ser así. Antes de cerrar el capítulo del Festival de este año queremos agregar esas tres ciudades. Los contactos más que nada son con organizaciones sociales, que dicen que tenemos que llegar a más ciudades. Eso estamos tratando de organizar.
–¿Y luego seguirán sus contactos en Roma?
–Sí, me estoy yendo en junio a Nápoles y Roma, después vuelvo, y a fines de agosto hacemos contacto en Tirana, Albania, para participar del programa de espectáculos de verano allá. Estuve hablando con un amigo, Raúl Bravo, de Venezuela, quien comentó –generalizaba, naturalmente– que “ustedes los argentinos tienen mucha iniciativa, hacen cosas, y después recién ven como las financian. Para nosotros en Venezuela es al revés. El Estado da plata para todo, para las cooperativas, para los festivales, y no hay suficiente capacidad para aprovechar ese dinero”. Yo lo entiendo, es una historia larga, acá existe la autogestión, muchas cosas se han hecho y mantenido así, de otra forma no hubieran existido. Tenemos mucha capacidad de trabajo. Por ejemplo, pensemos en las empresas recuperadas son un caso sorprendente y también es sorprendente que el Estado prácticamente no apoye esos emprendimientos. Son cooperativas de trabajo que sacan adelante una fábrica cerrada, que recuperan trabajo y empleos, y el Estado mete trabas burocráticas, dice que sí, que el problema se va a tratar y que se va a hacer una ley. Al final, resulta que cada caso es una ley, todo termina en una legislación específica, en vez de tener disposiciones que automáticamente reconozcan el esfuerzo cuando se constituye una empresa o cooperativa que ha recuperado una empresa quebrada. En Italia es así, cuando surgieron estas experiencias se hizo una ley nacional. Nosotros estamos inscriptos en nuestra cultura, en la del esfuerzo de gestión, queremos construir propuestas y llevarlas adelante, y tratar de exigir al Estado que nos apoye, pero bueno, si no lo hace buscamos otros recursos y seguimos adelante igual. Otro ejemplo es Brasil. Hay un festival de derechos humanos promocionado y bancado por el Estado. Cuando empezó hace tres años lo llevaron a cuatro ciudades, al año siguiente eran ocho ciudades, este año doce, y antes de que llegue el fin del gobierno del presidente Lula quieren llegar a veinte ciudades.
–Eso ya es un trabajo de tiempo completo para un gran número de gente.
–Desde ya que sí. Se está creando una estructura con financiación sustancial. Empezaron con 250.000 dólares que puso Petrobras, no sé en qué presupuesto andarán ahora. Es una cosa muy loable. Comparando, hay que ver lo que se logra en Brasil, y lo que se da en la Argentina. Aquí tenemos suerte si nos tiran 20.000 pesos.
–¿Quién les da ese dinero? ¿El Gobierno?
–Y, oscila. El Incaa nos dio 12.000 pesos el año pasado. De Buenos Aires esperamos veinte mil. Santiago del Estero nos da 60.000 pesos. Es la autoridad que más nos apoya. Pero en las provincias más ricas uno dice 40.000 pesos y les parece una barbaridad. En Buenos Aires abren los ojos bien grandes cuando se enteran que Santiago da sesenta mil. Para ellos es una cifra exagerada. Hay también un problema de cultura política.
–Eso habría que explicarlo un poco.
–A nivel económico, tenemos más apoyo internacional que nacional. Pero eso no es bueno. El gobierno nacional debería apoyar más activamente la difusión del cine de derechos humanos, en consonancia con sus loables políticas contra la impunidad. Y debería apoyar este festival por dos motivos: por tratarse de un formidable instrumento de educación y sensibilización en materia de derechos humanos; y por tratarse de una empresa social, de una iniciativa privada sin fines de lucro con la mira puesta en el bien público. Este país es muy fértil en iniciativas autogestionadas. El Estado debería darles más atención porque son signos de la vitalidad de la sociedad y concurren al objetivo de ofrecer un bien útil a la sociedad a un costo mucho menor para las finanzas públicas del que implicaría su realización por parte del Estado. Esa es la filosofía del gobierno de Santiago del Estero, que apoya el Festival como un servicio público sin coartar nuestra autonomía ni preguntarnos por quién votamos, como hace con un sinfín de emprendimientos sociales y culturales de la provincia. Yo siento que en la indiferencia de los gobiernos de la ciudad de Buenos Aires hacia nuestro festival ha jugado un papel fundamental la cultura política de los administradores de turno. Es muy frecuente encontrar funcionarios que actúan con una lógica de ocupación del Estado y de utilización de los recursos públicos con finalidades privadas y sectarias, de fortalecimiento del grupo de pertenencia política, de la corriente o sector en que “milita” el funcionario. El caso extremo fue Gabriela Cerrutti (gestión Telerman): llegó a presentar la idea de organizar un segundo festival de cine de derechos humanos en la ciudad para manejarlo desde su ministerio. Creo ver una actitud distinta en los funcionarios del actual Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Han prometido mayor apoyo a nuestro trabajo precisamente porque el festival, en función de su trayectoria, ha demostrado que realiza un bien útil a la sociedad con costos mucho menores de los que necesitaría el Estado para llevar adelante una empresa semejante. Nosotros sólo exigimos que se respete nuestra autonomía. Si ello nos cuesta seguir siendo pobres, bienvenido sea. Mientras tanto, seguimos soñando con llevar el Festival a todas las provincias, sin fijarnos en el color de la camiseta del gobernador.
–¿Cómo se compara el Festival Internacional DerHumALC con el Bafici, por ejemplo?
–Bafici empezó después que nosotros. Nuestro Festival empezó en 1997, ellos en 1998. Nosotros perdimos el año 2001 por la crisis, en cambio ellos lo hicieron igual. Estamos los dos en diez ediciones. Pero ellos tienen respaldo oficial.
–¿Cómo se inscribe legalmente el Festival?
–Somos una asociación civil sin fines de lucro. Y ya tenemos diez años de organización. Por supuesto, tenemos una estructura mínima durante el año, son una o dos personas trabajando según la necesidad. Durante el Festival crece ese número. Hacemos también actividades vinculadas con la producción audiovisual, como videos, traducciones, subtitulados.
–El Incaa dio doce mil, y la ciudad con Telerman dio...
–No dio nada el año pasado. Nos dijeron que ya nos habían dado el año anterior una suma de 20.000 pesos, por el Fondo de Cultura. Es un subsidio otorgado por concurso. Obviamente tenemos un presupuesto mucho más alto. Por ejemplo, este año tenemos veinte mil dólares de la Fundación Save the Children. Nuestros principales sponsors son la provincia de Santiago y esa Fundación. Esa es la plata al contado. Podemos contar con 150.000 pesos para el evento. También tenemos pequeños aportes de entes como el Inadi, hay restaurantes que contribuyen con comidas, embajadas que nos dan pasajes para traer invitados. Casi todos los invitados especiales vienen con pasajes donados por embajadas. Sumando todo, esa cifra en efectivo se duplica. Lo que se gasta para hacer un festival de esta dimensión que es bien chico pero requiere un esfuerzo muy grande de producción suma cien mil dólares, como mínimo.
–Sorprende que diez años después de iniciar el Festival aún sea tan difícil la propuesta. Al final, una década de organización no es poco. ¿Cómo empezaron?
–Yo volví del exilio en Italia en 1992, y traía la idea por la experiencia en la universidad en Roma, donde yo trabajaba con cine y literatura panamericana. Ahí me di cuenta de que era un medio muy eficaz el cine para lograr la difusión y el debate. Después, había desarrollado contactos en lugares como Naciones Unidas, acá y allá. La cosa que más me motivó fue ver en Ginebra cómo las Naciones Unidas organizaban un festival de cine de derechos humanos en Africa. Era responsabilidad del Alto Comisionado para Derechos Humanos que estaba trabajando en un país de Africa francesa. Yo me pregunté por qué no podía hacer lo mismo en la Argentina. La gente de Acnur me alentó. Me prometieron apoyo, y todo eso. No hubo apoyo en lo práctico, pero hubo un respaldo moral muy bueno. Era en un período en que yo ya estaba volviendo a la Argentina. Antes de regresar definitivamente hacía visitas prolongadas, venía por dos o tres meses cada vez. Me contacté con Federico Storani, que apoyó el proyecto mientras yo estaba aún en Roma, y me reuní con mucha gente que les entusiasmó la idea y que están todas mencionadas en el programa del Festival y también en un libro que se presentó para el Festival (Cine y Derechos Humanos, compilado por Susana Sel, edición del Festival, del Inadi y de la Secretaría de Derechos Humanos). Y nos pusimos a trabajar. Como queda escrito, los primeros en apoyarnos fueron los holandeses. Como escribí en un capítulo de ese libro, Raymundo Gleyzer fue el inspirador de nuestro festival. Cineasta militante desaparecido: excelente profesional de la imagen, audaz documentalista que robaba entrevistas a los poderosos con su carné de periodista, militante político que no ocultaba su pertenencia al Partido Revolucionario de los Trabajadores, la expresión concentrada de la guerrilla marxista, aunque ello le costara ser discriminado (como sostiene Dolly Pussi en el documental Raymundo). Gleyzer reunía en su persona todas las cualidades que definían los rasgos esenciales de nuestro proyecto inicial.El director artístico del primer festival fue Alvaro Melián, que fue compañero de Raymundo Gleyzer en Cine de Base. El programador fue Fernando Martín, autor con Carlos Vallina del libro El cine quema: Raymundo Gleyzer. El primer jurado lo integraban Eduardo Coutinho, Adolfo Pérez Esquivel, Lita Stantic, Daniel Incalcaterra, Pablo Jáuregui, Vallina y Carlos Trilnik. La producción de ese primer evento estuvo en mandos de otro ex militante del PRT, Tito Baquela.
–La Fundación Sergio Karakachoff, que primero los apoyó, ¿era de los radicales?
–Sí, era de la corriente de Storani, y estaba presidido por Fredy Storani. En ese momento, en la segunda mitad de los noventa, Storani encabezaba una convergencia dentro del radicalismo. Creo que representaba el sector más progresista dentro del radicalismo, y conmigo se portaron muy bien desde el punto de vista político. Nunca me pusieron condiciones ni afiliación ni nada.
–¿Cuáles han sido las satisfacciones del décimo Festival? Las pálidas las sabemos, la falta de presupuesto y todo eso.
–Primero el éxito de los eventos. Entre ellos la venida del escritor chileno Ariel Dorfman para presentar su película El largo exilio de Ariel Dorfman: Una voz contra el olvido. Dorfman convocó mucho público, mucha prensa. Se fue muy contento. Hicimos un evento con la embajadora Carla del Ponte, de Suiza, en el Colegio de Abogados que también tuvo éxito. Ella fue fiscal del tribunal internacional en los juicios de la ex Yugoslavia. Otro invitado fue Franco Brogi Taviani, el más joven de los hermanos Taviani. Está muy contento con lo que encontró. Su película Quizás Dios está enfermo, un testimonio de un viaje a Africa (Angola, Camerún, Mozambique, Senegal, Sudáfrica y Uganda), fue premiada y tuvo muestras adicionales con el Cine Núcleo, donde fueron invitados distribuidores, y en el Círculo Italiano. Esos son aspectos importantes de nuestra actividad, nuestra concepción, que es ayudar a la película de derechos humanos para que la vea más gente. El corto argentino Veo Veo, hecho por Benjamín Avila, hijo de desaparecidos, se hace conocido por el premio que ganó y es invitado a otros festivales, y esperemos que sea visto por televisión. Creo que hemos mejorado la promoción de las películas que han participado y de los invitados. Hemos aprovechado mejor la presencia de los invitados. Esto significa que nos hemos consolidado en nuestras relaciones internacionales. Nos han llamado de varias embajadas para ofrecer participación el año que viene, invitando algún director. Entramos en una fase en que no todo gira en torno de nuestro esfuerzo.
–¿Eso será por haber cumplido diez años el Festival, son más confiables porque cumplieron la mayoría de edad?
–Creo que tiene que ver con un creciente impacto positivo de los eventos. La buena prensa contribuyó, si bien nos falta la prensa grande, lograr una cobertura más amplia. Hubo mucho interés en ciertas películas, como en la del alemán Andrés Veiel (Black Box BRD), sobre un atentado en Alemania. Sin duda la participación de las organizaciones sociales en el Festival ha sido éxito. La idea surgió del equipo de producción el año pasado. Esta fue la primera experiencia, hay mucho que se puede mejorar, pero el hecho es que comenzamos, se logró que participaran y que comentaran las películas. Me parece sano, correcto, y la forma de incluir gente que puede sentir que el Festival es algo propio. Por último, pienso que el camino que hemos tomado en participar en las redes internacionales abre nuevas perspectivas con visitas del exterior que quieren trabajar. Hubo muchos latinoamericanos. Bueno hay circunstancias excepcionales en la región, más del punto de vista del cine que de la política. Lo interesante es que los nuevos gobiernos en países latinoamericanos le han dado mucha importancia al cine. Se han hecho leyes de cine en varios países. En Ecuador, donde el gobierno está apenas hace un año, ya ha hecho una nueva ley para promover el cine local. Se dan nuevas perspectivas. Brasil lo que tiene es una ley de mecenazgo y un nuevo canal público.
–Acá tenemos el Canal Encuentro, que creó el Ministerio de Educación.
–Sí, se están creando estos nuevos espacios en todas partes, más posibilidades. Canal 7 está mejorando. En Bolivia están creando una videoteca de los pueblos originarios. También se amplía la oportunidad de trabajar cada vez más por Internet, y estamos pensando en hacer una videoteca virtual, cuando tengamos el permiso de los interesados, naturalmente. Dentro de la dinámica del Festival tenemos que encontrar los puntos que nos permitan tener más impacto. Queremos crecer en el área del cine, para después tener impacto en el sector social. Como Festival vamos a tener más impacto si logramos traer películas más importantes, y atraer miradas a más directores y actores de relevancia. En los próximos años queremos lograr más interés en el Festival. También quiero que el Festival lo asuma la gente más joven, y dedicarme a construir las redes internacionales, especialmente en América latina. Quizás hasta pueda hacer una película. Quiero trabajar también en la memoria de mi hermano.
–¿Qué memoria tiene de su hermano mayor?
–Yo escribí un libro sobre mi hermano y la experiencia del PRT, se publicó en 1988 la primera edición. La segunda, ampliada, Los últimos guevaristas, lo hizo Ediciones B (2004) en la colección que dirige Rogelio García Lupo. El libro trata de hacer una reconstrucción de su lucha, su concepción, sus ideas. Pienso que si estuviera vivo hoy hubiera modificado muchas cosas, pero también pienso que es fundamental que la sociedad argentina conozca su trayectoria. Es muy respetado. Por el apellido me encuentro con gente que pregunta si soy pariente. Mucha gente me felicita y dice que es un honor conocer a un hermano de Santucho, dicen que fue un gran luchador. Claro, sólo el uno por ciento sabe lo que hizo y lo que pensaba. Pasaron tantos años. Pero la expresión de admiración la he escuchado incluso de políticos, hasta de un senador, y creo que son sinceros. Me pasa todos los días.
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