DIALOGOS › GERMáN FERRARI, PERIODISTA E INVESTIGADOR, SOBRE EL AñO DEL RETORNO A LA DEMOCRACIA
Las tres décadas que se cumplen del fin de la dictadura llevaron a Ferrari a indagar sobre aquel momento de la historia argentina. El resultado fue su libro 1983. El año de la democracia, una investigación minuciosa y a la vez fresca sobre los múltiples significados del triunfo de Alfonsín. Aquí repasa aquel momento: el peronismo derrotado por primera vez, las expectativas sociales, las opciones económicas, los militares y los derechos humanos. Los vasos comunicantes con el presente para “ir cerrando las deudas de la democracia”.
› Por Natalia Aruguete
El inicio de la democracia en 1983 significó una bisagra en la historia argentina reciente. Por eso, despertó gran interés en estudiosos que abordaron este fenómeno desde distintos ejes: el legado económico, las iniciativas en el área de derechos humanos, la construcción del alfonsinismo como “movimiento histórico”. En 1983. El año de la democracia, Germán Ferrari relata el entramado político desplegado a lo largo de ese año mediante testimonios y documentos históricos. En diálogo con Página/12, este investigador y periodista detalla los temas puestos en debate hace 30 años –derechos humanos, deuda externa, democratización de la Justicia, violencia en el fútbol– y los vasos comunicantes con el momento político actual del país. “Enseñanzas que nos dejó el ’83 (pero también) deudas de la democracia”, concluye Ferrari.
–Según algunos investigadores, Raúl Alfonsín tenía una visión optimista cuando ganó las elecciones en 1983, pensaba que ese triunfo le permitiría cambiar identidades políticas. ¿Con qué grado de poder cree que asumió Alfonsín la presidencia?
–Es evidente que era un poder muy recortado. La corporación militar era fuerte aún, los sectores golpistas medían cuáles serían los primeros pasos de Alfonsín y estaban al acecho. De hecho, en los primeros meses de gobierno se ven intentos de erosión del gobierno en distintos diarios y revistas, como Somos, Ambito Financiero, La Prensa, La Nueva Provincia, Cabildo. Alfonsín asume con una cuota de poder reducida –sobre todo cuando atacaba determinados intereses– y, tal vez, con el optimismo que transmitió durante la campaña. La frase “con la democracia se come, se cura, se educa” sonaba voluntarista en ese momento. Pero, viéndolo a la distancia, encerraba una fe en que sólo en democracia se podía comer, educarse, vivir. Eso se vio en medidas muy concretas del gobierno: el juicio a las Juntas Militares, la ley de divorcio.
–En su libro 1983... queda documentado cómo, en la propia conformación del gabinete, Alfonsín intenta trazar lazos con otras fuerzas políticas: le ofrece a Italo Luder la presidencia de la Corte Suprema e incluye a dirigentes socialistas en su gabinete. ¿Eso habla de ese “poder recortado” con el que gana las elecciones o puede ser visto como una estrategia de ensanchamiento de su base política?
–La limitación de su poder convive con la idea del ensanchamiento de las bases de lo que era el propio alfonsinismo, entroncada con el intento de conformación de un tercer movimiento histórico. Hay una estrategia que se ve durante la campaña electoral y que, luego en el gabinete, quedará reflejada en ese arco a izquierda y derecha de lo que será el alfonsinismo. Raúl Borrás, que es su mano derecha y constructor del entramado político del alfonsinismo, es el encargado de tender lazos a izquierda y derecha. Allí se ven claramente sectores del socialismo, sectores de centro, liberales marcados por el antiperonismo. De hecho, acuerda con dirigentes que eran de la derecha del propio partido para integrar el gobierno. El caso más paradigmático es el de Antonio Tróccoli como ministro del Interior, un hombre proveniente del balbinismo. O el ofrecimiento a Fernando de la Rúa para ser senador por la Capital Federal, cuando podría haberlo dejado de lado por su amplia victoria en las internas.
–Era la primera vez que el radicalismo le ganaba al peronismo en elecciones democráticas y eso había generado mucho desconcierto entre los dirigentes peronistas. ¿Cuál era el sentido que esos dirigentes le daban al descontado triunfo del peronismo en la recuperación de la democracia?
–Había una creencia generalizada de que el peronismo ganaba “con la camiseta”. Es decir que no importaba quién fuera el candidato, Luder en la presidencia o Herminio Iglesias a gobernador. Por su sola presencia –y dado que siempre había ganado en elecciones libres– iba a ganar. Esto después empezó a modificarse y, más cerca del acto electoral, surgió el planteo de la duda en algunos dirigentes. Pero había una sensación de que el peronismo había ganado siempre en las elecciones, ¿por qué no esta vez?
–¿Por qué estaba tan instalada esa idea?
–Había una minimización del fenómeno Alfonsín, que se venía gestando después de la derrota de Malvinas. A partir de ese momento, la figura de Alfonsín tuvo un crecimiento que fue en ascenso y no paró hasta el 30 de octubre. Y esto no fue visto por los dirigentes peronistas.
–Después de su triunfo, ¿cómo empezaron a ver los referentes peronistas la figura de Alfonsín?
–Hubo una situación de sorpresa y de posicionamiento frente a las primeras medidas. El golpe más duro fue el proyecto de ley de reordenamiento sindical, fue un primer cimbronazo que puso en tensión el juego entre el oficialismo y el peronismo. Y, en menor medida, el tema de los derechos humanos con el juzgamiento a las Juntas (Militares), el juzgamiento a las cúpulas de la guerrilla y la creación de la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), porque los sectores dominantes del peronismo habían tenido una participación en ese proceso pregolpe de Estado durante el gobierno de Isabel (Perón). Fue Luder quien firmó los decretos de aniquilamiento. Con lo cual las críticas que se le hacían a Alfonsín por izquierda provenían de los sectores de izquierda del peronismo con respecto al tema de derechos humanos.
–¿Por qué la ley de reordenamiento sindical significó una confrontación tan dura?
–Porque atacaba directamente la columna vertebral del peronismo, que era el movimiento obrero. Y acá hay que destacar dos figuras que se apartan del resto: Carlos Menem, quien rápidamente entabla relaciones con Alfonsín y se declara “su amigo”.
–Luder también lo visitó después del triunfo y recibió el ofrecimiento de presidir la Corte Suprema.
–Luder también, aunque desde la distancia de un reconocimiento tardío de la victoria de Alfonsín. Pero la figura de Menem en ese sentido es paradigmática. Hay otra figura, quizás hoy menos recordada, que es la de (Angel) Robledo, que se sumó como asesor. Robledo representaba a sectores de la centroderecha del peronismo, estaba aliado con (Jorge) Triaca dentro del movimiento obrero, y Alfonsín lo convocó como uno de sus asesores.
–Hay distintas miradas sobre lo que significó para el PJ haber perdido en las elecciones de 1983. ¿Cree que contribuyó a su reconstrucción, sobre todo a partir del nacimiento de la “renovación”, o supuso una derrota difícil de remontar?
–Fue una derrota difícil de remontar y de digerir, sobre todo. Hubo mucha sorpresa y decepción; los testimonios de los dirigentes en ese sentido son unánimes. Pero también contribuyó y aceleró los tiempos para dividir aguas.
–¿En qué sentido dividió aguas?
–En las elecciones legislativas del ’85 la “renovación” se vio claramente diferenciada, se presentó a elecciones por fuera del grupo más ortodoxo del peronismo, representado por (Ramón) Saadi y Herminio Iglesias..., y sólo habían pasado dos años. Esto reacomodó fichas dentro del peronismo, aunque algunas personalidades que habían sido muy importantes en 1983 –el constructor de la fórmula, Lorenzo Miguel– siguió teniendo peso también a posteriori.
–En el plano gremial, ¿la “ley Mucci” buscaba generar una democratización del sector sindical –tal como fue planteado– o fue una estrategia de debilitamiento?
–Obviamente se trataba de una forma de debilitarlo, aunque con una intención de democratización a partir de la incorporación de las minorías, tal como establecía el proyecto de ley. Es interesante el testimonio de César Jaroslavsky, presidente del bloque de Diputados de la UCR, que en sus memorias admite como un error del alfonsinismo el haber confrontado con el peronismo a través de esta ley, y no haber buscado acuerdos para poder democratizar el sindicalismo.
–¿Qué sentido le daba Jaroslavsky a esta idea de “democratizar el sindicalismo”?
–Democratizar en el sentido de poder apartar lo que comúnmente se conoce como “la burocracia sindical”. Esos sectores que, en muchos casos, habían colaborado con la dictadura militar y habían tenido fuertes relaciones: (Jorge) Triaca, (Ramón) Baldassini, (Juan) Horvath. Y si bien las intenciones del proyecto impulsado por el ministro (de Trabajo, Antonio) Mucci eran auspiciosas, el corazón era también el desmembramiento de esa columna vertebral del peronismo. De hecho, el radicalismo entabla relación con sectores del peronismo descontentos e intenta sumar a la causa a jóvenes más combativos, como Víctor de Gennaro o (Alberto) Piccinini, y a veteranos como (Andrés) Framini.
–Alfonsín apostó a una política heterodoxa con Bernardo Grinspun como ministro de Economía, y luego hubo un viraje muy radical hacia la ortodoxia. ¿Por qué cree que se dio ese giro? ¿Tuvo alguna relación con ese “poder recortado”, que usted mencionaba al comienzo de nuestro diálogo?
–Yo rescato la visión, por ejemplo, de Juan Carlos Torre.
–Que además vio el proceso desde adentro...
–Sí, formó parte del gabinete, acompañó a (Juan Vital) Sourrouille. El señala que hay algunas posturas del radicalismo que han quedado ancladas en el gobierno de Illia, que se traducen en algunas medidas del gobierno de Alfonsín bien podrían ser las medidas económicas, no adaptándose a una Argentina y a una realidad que habían cambiado: había otros índices de empleo, otros problemas estructurales. Además, en el caso de Grinspun hay una cuestión particular: él era amigo de Alfonsín. Lo había acompañado desde siempre y tenían una relación muy estrecha de confianza y coincidencia en planes concretos. Es cierto que, desde el punto de vista económico, no se dimensionó el verdadero desastre en que estaba inmersa la Argentina, en el plano local y en el internacional.
–¿Se refiere a que era una visión ingenua?
–Había una visión bastante esperanzadora, ingenua y liviana de que todo iba a poder acomodarse, respondía un poco al optimismo del que hablábamos antes. Esto se fue contrastando con la dureza de los organismos internacionales, de la crisis estructural que había dejado la dictadura militar en el plano económico-productivo. Una vez en el gobierno, el afonsinismo se dio cuenta de la catástrofe que era la Argentina, más allá del manejo de los números y el análisis.
–Allí aparece la disyuntiva del giro a la ortodoxia, ¿era posible seguir con la decisión de política económica de inicios del gobierno?
–Esto excede del ’83 (N. de la R. 1983 es el período que abarca su investigación), porque ya es la llegada de Sourrouille al Ministerio de Economía. Esa es una decisión política de Alfonsín también. Podría haberse plegado a quienes planteaban el no pago de la deuda externa; pienso en el caso de Alan García.
–Que, por lo menos, se demoró unas décadas en volcarse a la ortodoxia.
—(Risas.) Bueno, él (por Alfonsín) decidió ese camino... Es cierto que Alfonsín, en su discurso en Parque Norte (1 de diciembre de 1985) empezó a tener un posicionamiento de mayor pragmatismo, más cercano a posturas neoliberales. Esto se va a profundizar con el inicio de las privatizaciones: la llegada de (Rodolfo) Terragno y la asociación con SAS para la privatización de Aerolíneas Argentinas, por ejemplo. Pero en ese primer momento respondió más a esa mirada desarrollista que embarcaba a todos los partidos políticos.
–Alfonsín realizó reuniones para la conformación del gabinete en la quinta del presidente de la Sociedad Rural de Chascomús y terminó su mandato enfrentado con este sector y con la prensa, entre otras corporaciones. ¿Con qué sectores buscó aliarse al asumir el gobierno?
–En el ’83 hay una conformación de sectores medios y sí tenía relación con un sector que era la Sociedad Rural. Pero era desde una óptica inclusiva, un intento de abrazar a izquierda y derecha a sectores disconformes con diferentes puntos. En el caso económico, su intento de dejar atrás todo signo del liberalismo y cualquier asociación con la política económica de la dictadura –en la primera etapa por lo menos– fue derivando a posteriori en el acercamiento a un pragmatismo y a relaciones más vinculadas con la derecha y el neoliberalismo, que a veces contrastaban con esos mismos sentimientos de Alfonsín. Esto lo pienso ahora, aquí, en voz alta.
–¿Por qué cree que se daba tal contraste?
–Su actitud de contestar en la Sociedad Rural tiene que ver con esas convicciones de Alfonsín de disparar contra los poderes. En este caso la Sociedad Rural, Clarín también fue un caso de confrontación, el subirse a un púlpito para contestar el sermón de un sacerdote, contestarle a Ronald Reagan siendo visitante. Esos gestos díscolos son parte del aquel Alfonsín del ’83, de esa “rebeldía” que fue tocando en algunos puntos de la campaña.
–¿Qué posicionamiento tuvo aquel gobierno respecto de las relaciones internacionales?
–Allí fue fundamental el pensamiento de Dante Caputo, plasmado en su gestión como canciller: una apertura hacia Latinoamérica que luego se cristalizó en el Mercosur. Además la Argentina fue un modelo de democratización para Uruguay, para Chile, para Brasil. El interés regional y por Latinoamérica de alguna manera fue retomado décadas después por Néstor Kirchner. Por otro lado, hubo relación con las socialdemocracias europeas: el modelo español sobre todo, la figura de Felipe González atraía mucho en ese momento histórico. Y las relaciones con (François) Mitterrand en Francia.
–¿Por qué con las socialdemocracias europeas?
–Porque la socialdemocracia era un tema muy caro para ciertos sectores del alfonsinismo y eso se tradujo en las relaciones internacionales. Con los Estados Unidos había una relación de no sometimiento, de distancia y de relaciones no amistosas aunque tampoco beligerantes. Respecto de la otra potencia, la Unión Soviética, si bien la dictadura militar había tenido sus relaciones con ese bloque, la propuesta era establecer una relación diferente, desde una mirada más aperturista, propia de la tradición democrática del radicalismo en términos de relaciones exteriores. Otro hecho es la relación con Cuba y con Nicaragua, con el gobierno sandinista de Daniel Ortega. Estados Unidos estaba muy pendiente de eso y no le causaban ninguna gracia las relaciones del gobierno de Alfonsín con Cuba y Nicaragua.
–En materia de derechos humanos, puntualmente relacionado con el juicio a las Juntas Militares, ¿qué diferencia habría marcado el haber conformado una comisión bicameral que investigara los delitos de la dictadura militar en lugar de crear la Conadep? ¿Por qué Alfonsín optó por la Conadep?
–Mientras Alfonsín llegaba al poder, durante todo noviembre y luego en la primera etapa del gobierno, ésa fue la gran discusión interna y con los organismos de derechos humanos: ¿de qué manera iba a dar solución al terrorismo de Estado? Alfonsín priorizó tener una comisión que funcionara de manera autónoma pero que no se le fuera de las manos, como podría haber ocurrido con una comisión bicameral en el Parlamento.
–¿Qué quiere decir con “írsele de las manos”?
–Que se le complicara respecto de sus objetivos, que venían de la mano de los decretos que se habían firmado unos días antes: el juzgamiento a las Juntas Militares y a las cúpulas de la guerrilla. Esos decretos explicitaron la “teoría de los dos demonios” planteada por el gobierno radical –reflejada más tarde en el prólogo de la primera edición del Nunca Más—, y abrieron un debate que cada tanto se intenta reactualizar. Tener una comisión creada por el propio gobierno con figuras destacables y notables –algunas discutibles– que no generaran polémica interna y externa en el gobierno, estaba comprendido en esta visión de Alfonsín de que no fuera un Parlamento donde, entre las fuerzas propias, las del peronismo y las de los otros grupos, se pudiera dar una situación que se desmadrara. No fue fácil esa conformación (la de la Conadep), hubo negativas como la de Adolfo Pérez Esquivel. Muchos de los que cuestionaron la creación de una comisión especial –miembros de la oposición sobre todo– con el tiempo reconocieron que el trabajo de la Conadep fue encomiable, elogiable, muy valioso.
–¿Qué relación encuentra entre aquel contexto de asunción de Alfonsín y sus reivindicaciones y el momento actual?
–Hay temas muy puntales que surgen en el ’83 y que hoy, en mayor o menor medida, siguen estando en debate. El tema Malvinas: en 1983 había pasado un año desde que la Argentina había perdido la guerra y todavía la sociedad civil y la dirigencia política no digerían esa derrota. El gobierno de Alfonsín sufrió la acusación de la “desmalvinización”. El tema Malvinas sigue siendo hoy muy fuerte, y está pendiente de resolución. Temas como el legado del terrorismo de Estado. Desde el 2003 en adelante, con el impulso del gobierno de Néstor Kirchner, se retomó parte de lo que se empezó a construir en el ’83. Temas como la violencia en el fútbol. Otra cuestión es la militancia juvenil. En el ’83, los jóvenes fueron el motor de la campaña electoral y, de un tiempo a esta parte, los jóvenes retornaron a la militancia en política, no solamente en el kirchnerismo sino también en otros sectores: organismos de derechos humanos, sindicalismo. Allí hay lazos comunicantes.
–¿Qué lazos comunicantes observa en el sector sindical, puntualmente?
–Es el tema que mencionábamos al principio: cómo democratizar a esos sectores que estaban burocratizados en el ’83, en el 2013 sigue siendo un tema de debate que no se ha podido resolver. Esos vasos comunicantes sirven para la reflexión, son importantes al momento de ver “las enseñanzas” que nos dejó el ’83 y para intentar ir cerrando esas deudas de la democracia. Podríamos hablar de cuestiones como desocupación, posibilidades laborales, la inseguridad, que si bien en el ’83 no se la identificaba con ese nombre sí estaban presentes los legados de la dictadura en cuanto a represión, al accionar de las policías, tanto las provinciales como la federal. Es un tema pendiente cuando vemos que hay policías provinciales que siguen torturando, y que la Policía Federal o sectores de esta fuerza participa de diferentes delitos. Y los otros dos temas que sobreviven en el debate son la democratización del Poder Judicial y de los medios de comunicación. Eso también son deudas de la democracia.
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