DIALOGOS › RENATA DUBINI, DIRECTORA PARA AMéRICA DEL ALTO COMISIONADO PARA REFUGIADOS, DE LA ONU
Con grandes migraciones en Centroamérica y el Caribe, el trabajo de Acnur ha redoblado su trabajo. Dubini llegó a la Argentina para presentar un plan de ruta a los gobiernos, de protección a las personas desplazadas, refugiadas y apátridas.
› Por Patricio Porta
El drama de los refugiados no es exclusivo de algunos países de Africa o Medio Oriente, donde se prolongan interminables conflictos armados. Renata Dubini, la nueva directora para las Américas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), estuvo en Buenos Aires para presentar el Plan de Acción de Brasil, una hoja de ruta que sirve a los gobiernos latinoamericanos y caribeños interesados en fortalecer la protección hacia las personas refugiadas, desplazadas y apátridas. Con un entusiasmo visible, conversó con Página/12 sobre el liderazgo de Brasil y Argentina, los avances legales y operativos de los países de la región y la situación humanitaria en otras partes del mundo.
–¿Cómo se define el status de refugiado?
–Según el tipo de residencia que otorga el país, que puede ser permanente o temporaria. Incluye todos los derechos, salvo el ejercicio de los derechos políticos. Estos se adquieren en el caso de que alguna legislación autorice la naturalización de la persona refugiada. Ese momento sería la culminación de la identificación de la persona con la nueva sociedad. Pero este proceso no sucede en muchos países. América latina es una región muy generosa, y salvo los derechos políticos, prácticamente todos los países de la región otorgan derechos laborales. Más allá del ejercicio de derechos, la particularidad del status de refugiado es la posibilidad de acceder a un territorio y la garantía de no ser devuelto al lugar del cual tuvo que salir la persona. Esta es la garantía primordial que ofrecen los países que conceden el asilo.
–¿Los países sudamericanos tienen políticas receptivas en relación con este tema?
–En el reciente evento que se celebró en Brasilia para conmemorar el Proceso de Cartagena, se adoptó un plan de acción por parte de prácticamente todos los países latinoamericanos y se reiteró el compromiso en la protección internacional de los refugiados, para encontrar una solución verdadera a este problema. Hay un tiempo de oportunidades en la región, pero también hay desafíos en varias zonas del continente. Para nosotros es muy alentador ver que hay no sólo compromiso, sino un acompañamiento realmente tangible y una voluntad de operacionalizar, es decir, en no quedarse en una mera declaración. El Plan de Acción de Brasil (PAB) tiene once ejes de trabajo, algunos de aspecto temático, como la calidad del asilo en la región y los asentamientos solidarios, y otros de naturaleza geográfica, por ejemplo, la ayuda en el triángulo norte de Centroamérica con el tema de los desplazamientos que están ocurriendo en esa región, o el acompañamiento del proceso de paz en Colombia. América Latina es una región de avanzada cuando hablamos de la proyección internacional. Trabajé en Argentina hace 15 años y tuve la posibilidad de visitar ayer la Comisión Nacional de Refugiados (Conare) y quedé muy impresionada. Lo que era una declaración de buena intención se está concretizando. Se ve que el Estado está tomando sus responsabilidades. No es solamente la legislación de avanzada que tiene la Argentina. Es cómo la Conare, donde trabajaban cuatro o cinco personas y hoy es una oficina con 26 profesionales, observa los temas sociales que afectan a los refugiados. También en Brasil y en Chile hay un tipo de desarrollo similar. Hace diez años atrás la situación era distinta. Claro que se puede mejorar aún más en el área de políticas públicas y en la parte legal, para la determinación de la condición de refugiado, para que la respuesta a la persona no sea ad hoc y se pueda institucionalizar o regularizar. Y tenemos mucha esperanza de que eso ocurra en los próximos años.
–¿Cree que esta mayor operatividad de la que usted habla en América latina tiene que ver con que el número de refugiados está creciendo en la región?
–El número de refugiados en Argentina no ha crecido exponencialmente. El único país de la región en donde el número ha aumentado de forma considerable en los últimos años es Brasil, particularmente porque introdujo una visa humanitaria. A diferencia de la argentina, la de Brasil es una visa humanitaria más abierta, en el sentido de que no establece precondiciones. Estas visas se conceden a través del consulado. Después, cuando las personas llegan a destino, presentan una petición de asilo. En Brasil hay 12 mil concedidas, seis mil ingresadas y tres mil ya procesadas. En Argentina, las precondiciones hacen que el proceso sea más paulatino, pero esto no significa que la llegada de refugiados vaya a disminuir, sobre todo porque la situación en Medio Oriente no promete una solución a corto plazo. Es una cuestión de madurez, no solamente de números. Al principio era un empeño político muy importante, que siempre existió en la región, hasta que se logró la adopción normativa y su procesamiento. Es una cuestión de conciencia más que una cuestión numérica, tanto de los gobiernos como de la sociedad civil.
–El drama de los desplazados internos en Colombia es una consecuencia del conflicto armado. ¿Piensa que los acuerdos de paz entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC permitirán a los desplazados volver a sus hogares?
–Todos tenemos mucha esperanza respecto a Colombia. De hecho el acompañamiento del proceso de paz es una prioridad para nosotros. En base a nuestra labor con los desplazados internos, pensamos que las señales que enviaron cada una de las partes son importantes. Pero la realidad es que cuando se firma un acuerdo comienza el verdadero trabajo. La gente necesita recuperar confianza en sus autoridades, sean centrales o locales. Estamos hablando además de personas que dejaron sus territorios hace 15 o 20 años. El proceso va a tomar tiempo, porque el Estado va a necesitar un poco de tiempo para afianzar su relación con la sociedad. Soy muy optimista pero también cautelosa. Estoy segura que si esperamos 5 o 10 años muchas de estas personas podrán volver a sus hogares. Veo que el Estado colombiano y la otra parte del conflicto asumieron un compromiso con los acuerdos de paz. Tenemos que ser realistas y no presionar mucho. Darle la posibilidad a la gente de retomar la confianza, algo muy importante para la persona humana, especialmente cuando regresa a un lugar donde ha vivido experiencias difíciles.
–¿Cuál es la situación más grave que enfrenta América latina respecto de los desplazamientos masivos?
–Además de Colombia, el triángulo norte de Centroamérica. Estamos muy impresionados con el liderazgo de Honduras, que ha reconocido el tema como un problema que afecta a sus vecinos. Hay una comisión ministerial que se ha creado en 2013, donde están intentando definir políticas públicas, fortalecer instituciones nacionales y dar respuestas a las comunidades y a las víctimas. Esperamos que otros países que sufren la misma problemática se animen e intenten entender las causas del desplazamiento, perfilar el tipo de persona que se ve obligada a desplazarse y comprender sus necesidades y ver qué respuesta institucional, humanitaria y de solidaridad se puede dar en estos casos. El SICA (Sistema de Integración Centroamericana), que es un poco como el hermano del Mercosur, puede ser un órgano muy importante para brindar apoyo a los países que enfrentan esta problemática, sobre todo en la adopción de políticas públicas.
–En Haití la crisis humanitaria sigue siendo considerable. En el país hay aún 80 mil personas desplazadas por el terremoto de enero de 2010, según Naciones Unidas.
–El tema de Haití es bastante complejo. Habrá elecciones en breve y recién en ese momento la comunidad internacional podrá determinar qué queda por hacer. Ha habido avances pero queda muchísimo por hacer, como establecer un registro de las personas afectadas y poder calificar la presencia de los haitianos afuera del país, cuáles son sus necesidades, la capacidad del Haití de recibir a sus connacionales. Hay varios temas, uno de los principales es la movilidad de los haitianos.
–Muchos haitianos escapan a República Dominicana, donde el trato de las autoridades y de la sociedad es generalmente hostil. El trauma de dejar el propio hogar continúa cuando la recepción en otro país es conflictiva.
–Sí, pero también hay muchos haitianos fuera de República Dominicana, cerca de 130 mil en las islas del Caribe. El problema es más amplio. Algunos se marcharon al sur. Un número bastante importante llegó a Brasil, Ecuador, Perú y Argentina. Esto depende de los sistemas de acogida que existen en diferentes lugares. También hay una mayor concientización a partir del Plan de Acción de Brasil, ya que los países mostraron interés en llevar adelante consultas regionales para adoptar un sistema de flujo de mixto, de migrantes y refugiados y adaptar los procedimientos para ayudar a estas personas.
–¿Con qué dificultades se enfrenta por lo general un refugiado, independientemente del lugar que elija para rehacer su vida?
–El desafío más grande no es ser recibido en un país o tener un status de legalidad. Siempre hay oportunidades, sobre todo en América latina y en otras partes del continente americano. El problema es la inserción socioeconómica. Si ya viviste un trauma muy grande, llegas a un país y esperas no sólo obtener el documento sino que te extiendan una mano, para recuperar la confianza en ti mismo y la de tu familia, porque generalmente no viaja la persona sola. Establecer cuál es tu perfil y cuáles serían tus oportunidades, intentar ver cómo te podrían asesorar para encontrar un trabajo o generar tus propios medios de vida, que tus hijos vayan a la escuela, que si tienes un problema de salud puedas acudir a un hospital. Que te ayuden a adquirir una vivienda y después tú puedas poner los pies en la tierra y caminar solito y tomar el control de tu vida. El cruzar la frontera, entrar al país y encontrar la acogida es importante. Otra cosa son las políticas de afirmación.
–¿Existen países que se nieguen a recibir refugiados o que los expulsen de modo compulsivo?
–Compulsivamente quizás no, pero hay países que tienen procedimientos acelerados y que no poseen todas las garantías de protección que un organismo como el nuestro defiende. Hay países que podrían mejorar el tratamiento de las personas refugiadas.
–Lo pregunto porque en Europa hay todo un debate sobre qué hacer con los refugiados que llegan del otro lado del Mediterráneo y sobre cómo acordar una cuota común de refugiados.
–Una cosa es el reciente acuerdo que se tomó en el seno de la Unión Europea sobre las 20 mil plazas para refugiados, pero no existe en Europa una cuota de refugiados o de inmigrantes. Este acuerdo fue parte de un plan especial para responder a la gravísima situación en la que se encuentran las personas que llegan a orillas del Mediterráneo. Normalmente no hay una predeterminación numérica. Los países siempre han recibido migrantes y refugiados. Ahora están hablando de números porque quieren dar una respuesta más ordenada a lo que ha sido un flujo más masivo, donde la atención primaria era salvar vidas. Pero la atención se pone en que cada país asuma su cuota de responsabilidad.
–Sin embargo, en el caso de las personas que llegan a Europa vía Mediterráneo, la línea que divide a los migrantes que parten en busca de una mejor vida y los refugiados, que escapan para salvar sus vidas, es muy delgada.
–Sí. La movilidad humana es una realidad de nuestro tiempo. Tenemos un flujo mixto. Hay solicitantes de asilo pero la mayoría son migrantes, y esto depende también del país de donde proviene la persona. Históricamente hemos tenido flujo mixto, aunque quizás antes eran más migrantes que refugiados. Desafortunadamente, con la intensificación de los conflictos frente al Mediterráneo se está amplificando la problemática humanitaria y, en consecuencia, el número de personas en condiciones de pedir asilo. Hoy en día hay problemas muy severos en Africa, lo que genera flujo mixto. Muchas veces hay un primer país de asilo, que está dispuesto a dar acogida, pero que no tiene un aparato económico y social para que la persona pueda desarrollar una vida allí. El cuadro es muy complejo en este momento. Los países europeos tienen sistemas capaces de distinguir a migrantes de refugiados.
–Usted tuvo la oportunidad de viajar a Siria antes del estallido de la guerra civil. ¿Cómo era en ese entonces el país?
–Llegué a Siria cuando había muchos refugiados iraquíes. Siria fue un país muy generoso con los iraquíes a causa de la guerra de Irak. Acnur registró más de 300 mil iraquíes, pero otros organismos llegaron a hablar de entre medio y un millón. Los sirios fueron muy generosos también con los libaneses después de la corta guerra entre Líbano e Israel en 2006. Cuando la guerra comenzó en Siria en 2011 esta generosidad fue devuelta por los países vecinos. Muchos sirios debieron salir del país, aunque previamente se habían desplazado por el interior del territorio. Líbano, Turquía, Jordania y Egipto recibieron muchos sirios. Es muy grave la situación y ya lleva cuatro años. Hay una cantidad de actores tan grande que no se sabe cómo se podrá recomponer el país. Naciones Unidas tiene un representante que intenta promover el diálogo entre las autoridades sirias y los diferentes grupos. Quizá, gradualmente, se den cuenta que la única solución es política. Los sirios se merecen una salida rápida porque han atravesado un sufrimiento enorme. Ya no es un enfrentamiento entre sirios, sino que se ha convertido en un tema de intereses regionales. Pero son los sirios los que están pagando un precio altísimo, y también los países que los están recibiendo. El 25 por ciento de la población de Líbano son refugiados, algo impresionante para un país de cuatro millones de personas. Lo mismo puede decirse de Jordania y de Irak, que pese a todos sus problemas mantuvieron sus puertas abiertas a los sirios.
–¿Cuántos sirios hay fuera de Siria?
–Se calcula que hay más de tres millones que están registrados, por no contar a los que tienen otro tipo de visa, que podría ser por reunificación familiar, visa de estudiante, permiso de trabajo o diferentes formas de admisión.
–¿Existe una salida humanitaria al problema de la guerra en Medio Oriente?
–Se hicieron muchos pedidos de solidaridad internacional. Se pidió a los países que ofrezcan reasentamiento y también otras formas de admisión, como permitir a los estudiantes seguir con sus estudios en el extranjero y poder llevarse a sus familias, o formas más fáciles de reunificación familiar. También otorgar visas humanitarias como ofrecieron Brasil y Argentina. El Acnur pidió al menos en 2014 y 2015 un cupo para 130 mil personas y estamos cerca de obtener este resultado. Se están promoviendo mecanismos para que al menos de forma transitoria se pueda dar lugar y un poco de paz y tranquilidad a familias que están viviendo en condiciones extremadamente difíciles. Pero el problema es enorme. Aunque pensemos en el doble de 130 mil, 260 mil no es ni siquiera el diez por ciento de los refugiados. Hay que resaltar el rol de estas sociedades que reciben a los refugiados, porque no han sido solamente los gobiernos sino la gente que hospeda a estas personas que recién llegan. Es gente que hace un sacrificio importante para compartir su lugar con vecinos que han tenido un destino atroz. Los demás países deben ayudar a los de Medio Oriente para que desarrollen sus sistemas sociales, económicos, de salud y de educación.
–Este drama lo vemos también en los campos de refugiados, que deberían ser provisorios, y en la mayoría de los casos resultan permanentes.
–Nuestro organismo tiene una política que consiste en buscar alternativas a los campos de refugiados. No sirve ni para las personas ni para los países, porque crea ghettos y genera problemas de protección para los refugiados y su entorno. Los campos no deberían existir, o deberían ser una medida de emergencia, como un campo de tránsito, para tomar los datos de la persona, e inmediatamente después enviarla a un centro urbano o semiurbano y no alentar la ghettización. En Líbano no hay campos, en Jordania hay sólo dos. En Turquía las autoridades crearon algunos, pero hay allí un número muy chico de refugiados. Turquía dio inmediatamente el permiso para trabajar. Esto hace que le persona retome confianza y sienta la obligación de actuar positivamente por sí misma y por la sociedad. El campo crea un sentimiento de dependencia que es muy difícil de revertir después, y que no beneficia ni a la persona ni a la sociedad. Cuanto antes se logre desmantelar estos campos, mejor.
–En nuestro imaginario un refugiado es aquel que escapa en grupo de un conflicto grande como una guerra civil o una guerra entre Estados. ¿Cómo trabaja el Acnur con colectivos o minorías en riesgo, como las mujeres o las personas lgbt?
–Son grupos que consideramos de mayor riesgo. Todos nuestros programas priorizan la atención a menores, a mujeres y al colectivo lgbt. También tenemos que añadir al grupo de los discapacitados y de los ancianos, porque hay abuelitos que se desplazan o que quedan atrás y necesitan una atención especial. Aquí tenemos el caso del Mercosur con la opinión consultiva acerca de los niños, que es una base importante y demuestra el compromiso que tiene la región con los menores. Hay además muchos programas de reasentamiento que dan prioridad a las mujeres que sufren violencia de género o que han perdido al padre de familia y son madres solteras. Pero en estos temas, como la violencia contra la mujer, que incluye la mutilación genital, el cambio social no se promueve hablando con la autoridad central. Cuando estuve en Liberia, fuimos a las comunidades, hablamos con los líderes comunitarios, que en su mayoría eran hombres, y trabajamos con ellos. Nosotros trabajamos con muchos actores, con muchas organizaciones internacionales que abogan por la protección de los derechos humanos. Trabajar con los líderes de las comunidades y con los hombres adolescentes fue muy útil. Es un proceso largo. Lamentablemente la violencia de género es también un instrumento de guerra. Pero aun así notamos un cambio de perspectiva en los países donde esta violencia era más común.
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