Lunes, 25 de julio de 2016 | Hoy
DIALOGOS › MIGUEL AVILA, LIBRERO DE LA EX LIBRERíA DEL COLEGIO, FRENTE AL NACIONAL BUENOS AIRES
Miguel Avila no disimula su adoración por los libros, las obras del pensamiento nacional, latinoamericano y la vida de los pueblos originarios. Da charlas sobre libros y autores a estudiantes secundarios de la Capital y provincia de Buenos Aires. Se emociona al recordar a Bioy Casares que lo nombró en sus Memorias como su amigo.
Por Sergio Kisielewsky
–Una editorial estableció que es la librería más antigua del planeta.
–Los primeros sorprendidos fuimos nosotros, siempre los argentinos fuimos un poco pedantes y fanfarrones por eso tuvimos problemas con nuestros pueblos latinoamericanos en estas últimas épocas. En las últimas políticas se produjo un acercamiento mucho mayor con nuestros hermanos chilenos, paraguayos, bolivianos y peruanos pero durante muchos años siempre fuimos como europeos de tránsito por acá. Y tenemos muchos mitos, como la avenida más larga del mundo, la mejor carne, el bife más ancho, las mejores mujeres (risas) y cuando cuento algo de la librería trato de que sea una investigación histórica y una fuente fidedigna. En España la editorial Anagrama lanza un concurso sobre historias de librerías, cómo eran, desde cuándo eran y se hablaba ya de la época de los fenicios de Babilonia y gana ese concurso el escritor español José Carrión y casi al final del libro nos nombra como porteñísima. Me llamó Natu Poblet de Clásica y Moderna y ahí conocí a Carrión.
–¿Antes era una farmacia?
–Era una botica y tanto historiadores como Ricardo Levene, Rafael Arrieta ponen como fecha 1785. Vendían yerbas medicinales y cosas que tenían que ver con el gauchaje porque esta calle que es Alsina y antes se llamaba de la Santa Trinidad, era la calle de acceso al Oeste y pasaban todas las carretas y acá paraban y hacían el primer abastecimiento de charque con gotas de potro con ginebra con yerba, azúcar y en esa época aparecen los primeros libros que por estar enfrente de la Iglesia San Ignacio con seguridad eran libros religiosos. Y como pasa siempre con los libros, te atrapan, es un imán y uno que es amante de los libros, los tiene en cada rincón de la casa…
–Usted vio que iban a poner un local de comidas rápida y se puso en marcha para reconstruir el local que estaba abandonado.
–En 1993 por esas cosas raras que uno se entera yo tenía una librería en la calle Piedras con temas de historia, arqueología y antropología y mi hija iba al Nacional Buenos Aires. Nos reuníamos un grupo de padres en la San Ignacio, mateábamos y vimos una especie de galpón sin vidriera que era una montaña de escombros en la que vivían algunos cirujas. Un compañero me dice “Van a poner un local de comida chatarra, va a funcionar con los chicos del Colegio” y me agarró un ataque de nacionalismo pensá que yo estoy en el mundo de los libros desde los 13 años y acá venía como cadete. Teníamos la esquina más porteña de Buenos Aires, Esmeralda y Corrientes donde se soñaba con la pinta de Carlos Gardel en una confitería conde cantó el Mudo, Magaldi, Hugo del Carril, tocó D Arienzo, Pugliese, Troilo, estaba al lado del Teatro Odeón el teatro con la mejor acústica del mundo, que en las Memorias de Lois Jouvet y Jean Louis Barrault lo mencionan como el teatro con la mejor acústica que habían conocido, toda esa esquina se tiró abajo en una noche con una bola de acero y se puso una playa de estacionamiento que está hasta ahora y lo mismo está pasando con la Confitería el Molino.
–¿Y qué hizo con el local de Alsina y Bolívar?
–Al día siguiente vuelvo muy triste a mi librería y pasa el padre Arce de la Iglesia San Juan Bautista que tienen una particularidad. Esa iglesia tiene curas muy longevos, el más purrete tiene cien años. Le conté lo que pasaba y nos vinimos los dos y me dice: “¿Vos sabés quiénes son los dueños de esto?” preguntamos al encargado del kiosco de acá enfrente y entre risas le dice: “Es de ustedes” hace las averiguaciones y me da una tarjeta para que me comunique con Cayetano Lisiardo que fue ministro de Educación de Onganía y Lanusse al cual fue a insultar varias veces en mi época de estudiante y le conté que quería rescatar una esquina que es muy cara a la historia cultural de nuestra ciudad, que ahí estuvo una librería que fue emblemática y ahí pasó todo el pensamiento nacional de todo el siglo XIX y que tenía entendido que estaban próximos a alquilarla a una empresa de hamburguesas norteamericana, yo no tengo nada contra las hamburguesas pero encima norteamericana me parece un cachetazo a nuestra historia y a nuestra identidad y se puso serio. En ese entonces yo dirigía una obra en el teatro San Marín, tenía una librería en la calle Piedras y como no tenía plata para un cartel, vino un escenógrafo y me pintó motivos de art nouveau en la vidriera. Y él me dice: “Lo que usted acaba de decir tiene toda la razón del mundo, es verdad que hay una empresa norteamericana que es McDonald’s, hay una especie de pre contrato, hágame una nota y vamos a pelearlo. Nunca nadie vino a pedirme por ese lugar y si Dios lo puso enfrente mío sus razones tendrá” y estuvimos un año hasta que llegamos a un acuerdo y se encarriló, ellos se comprometieron a arreglar un poco todo el edificio y yo asumí el compromiso de darle vida y continuar un poco lo que había sido la vieja librería Del Colegio.
–¿Se especializó en algún tema, se encontró con algún tesoro editorial?
–Trasladé la especialización de los temas de pueblos originarios y represento al Museo de Ciencias Naturales de La Plata que publica libros desde la época de Florentino Ameghino en 1885. Uno de los problemas que nosotros tenemos es que con las publicaciones oficiales se hace la presentación, se toma una copa, se obsequia el ejemplar del libro y el resto va a parar a un depósito y no se mueve más.
–Parece el destino de los libros de poesía de nuestros autores en especial.
–Es cierto pero conseguí hacer contacto con la Academia Argentina de Letras y la gente se sorprende de ver esos títulos, como las revistas de teatro Llegás Thalía que la dirigía Emilio Stevanovich. Ahí se publicó La Fiaca, Nuestro fin de semana, todo lo que fue el teatro en las décadas del 60 y 70 en la Argentina. Y en el subsuelo hacíamos teatro gratis al mediodía y muchos empleados que tenían libre esa hora, en vez de estar sentados, en una plaza veían una obra de teatro o participaban de una presentación de un libro o de algún debate o se proyectaba una película. Me acuerdo que en esa época el actor Rubén Stella hacía un trabajo estupendo sobre Discépolo y se llenaba el lugar, era la expansión de la cultura.
–Es un sitio por donde pasó Bioy Casares y Borges…
–Grandes personalidades de nuestra historia, polémicas porque la librería era un lugar de encuentro, de tertulia, uno se encontraba en la librería Lorraine, -Dávalos- y ahí íbamos a encontrar el libro curioso, el libro raro, las librerías estaban abiertas las 24 horas en la calle Corrientes, la calle no dormía, cuando yo era estudiante de teatro los sábados amanecíamos en el bar Ramos o en el bar La Paz.
–En relación a los libros, estamos bombardeados por la actualidad, por la novedad, por el best seller, pero lo que aquí se ve es el rescate de nuestra historia con todos los puntos de vista.
–Empecé a tener una librería a los 22 años, la Fray Mocho. Me inicié como vendedor, la dueña me quería mucho y me pasó la librería y en esa época ya estábamos en desacuerdo con los best seller. Teníamos un editor como Gonzalo Losada que cuando un vendedor le comentaba que se agotó un libro de Rafael Alberti o García Lorca, él decía: “Que la reediten, ninguna editorial puede llamarse así si no reedita ciertas obras”. Ese concepto de editar lo que está de moda dura tres meses, después desaparece, se descataloga y pasa a los saldos.
–¿Tiene algún tema preferido en este universo de libros?
–Soy un curioso de la historia, creo que no hemos contado muchas cosas, cómo ha sido lo que nos pasó. Es como una deuda muy grande que tenemos. Se avanzó pero todavía no sabemos qué fue la guerra del Paraguay o la figura de Güemes. Te puedo asegurar que la mayoría de los legisladores no leyó “La guerra gaucha” de Leopoldo Lugones donde habla de la guerra de guerrillas de Güemes. San Martín llega a afirmar que de no haber sido por Güemes, la Argentina hubiera terminado en el Norte de Córdoba. El muere muy joven enfrentado con toda la oligarquía salteña y tiene una anécdota muy curiosa. En la época de las invasiones inglesas eran un joven de 20 años y había un barco inglés en el Río de La Plata y Güemes la descubrió con su gauchaje y esperan que baje la marea y se escondieron detrás del follaje, bajó la marea y él hizo un asalto con el gauchaje a caballo, caso único en el mundo que se asalta y se tirotea a caballo un barco pirata y lo toman. Como el caso de Belgrano, que como hombre íntegro que era, le escribió a San Martín: “General nosotros estamos para servir a la patria y no para servirnos de ella”. Lo mejor es ir y leer las cartas de ellos, la correspondencia de Quiroga, de López, de Ramírez, Castelli.
–¿Qué personalidades solían frecuentar la librería?
–Una vez viene un empleado y me dice: “¿Ese hombre que está sentado allí con dos mujeres no es Serrat?” Me arrimo, le toco el hombro y le digo: “Es para agradecerte los momentos de alegría que nos diste a varias generaciones además de las chicas que hemos conquistado con tus canciones” y me dice: “Bueno hombre, sería bueno que empezaras a pagar con unos buenos almuerzos y unos buenos vinos” y también tuve una relación muy linda con Adolfo Bioy Casares. Por sus Memorias me enteré que me consideraba su gran amigo, para mí era muy grande y se entabló toda una relación que se fue desarrollando en el tiempo, eso es la ventaja que da el libro, es un puente, un vínculo total, el hombre cuando descubre el libro tiene la garantía de nunca más estar solo. La librería es un lugar de encuentro, confrontación de ideas, pensamientos, de lectura de clásicos como Dostoievski, Tolstoi, Gogol y Turgueniev. A mí se me abrió la puerta grande al conocer a grandes libreros que llegaron al país luego de la guerra civil española, ser un librero era ser un hombre culto un hombre que le interesaban los libros, Jorge Gelman en la Editorial Ameghino, del que crea Fray Mocho, Marcos Silman, que tenía tatuado el número del campo de concentración. Su socio era el colorado Jorge Abelardo Ramos. Ellos dos fundan esa librería y crean uno de los primeros salones literarios que funcionaban en el primer piso. Le pusieron Salón Literario porque en el año 1850 vino Esteban Echeverría de Europa y junto con un grupo de intelectuales fundó un Salón Literario en la calle Victoria (Nde R: hoy Hipólito Yrigoyen) al 700 u 800, con la certeza de que Rosas se lo iba a cerrar al primer día y en las tertulias se llenaba de gente hasta que Rosas se lo cierra, después Echeverría se tiene que recluir en un campo cerca de Luján.
–José Hernández estuvo escondido en lo que es hoy el Banco Nación.
–Ahí estaba el Hotel Argentino, allí Hernández escribe la primera parte del Martín Fierro. En Tacuarí y Rivadavia había unas caballerizas y en la esquina estaba la librería Del Plata, ese edificio lo habían construido los Obligado. a la librería la manejaban Rafael y José Hernández. Rafael hacía la parte de administración de estancias y de campos, mientras José atendía la librería. Ahí escribió la segunda parte del Martín Fierro y en la misma época, Rafael Obligado escribió “Santos Vega”. Ahí tenemos las dos obras cumbres de la literatura criolla escritas en un mismo edificio.
–La librería es un sitio de diálogo y a la vez de tensión, de debates. Enriquece ese cruce de diversos puntos de vista.
–Y si no ¿cómo hacemos para crecer? El varón necesita confrontar con el padre para poder crecer, el varón que no confronta nunca con el padre está condenado y en la confrontación de ideas es donde yo aprendo y el otro me está mostrando una visión distinta a la que yo tenía ¿y por ahí no tendrá razón?
–Y se ve en los libros de ensayos en las posiciones diversas.
–Que nadie lo tome a mal pero basta ver las llamadas librerías shopping y todas tienen lo mismo. Yo peleo en buenos términos con Alberto Casares, con Helena de Buenos Aires, peleo para ver quién tiene los mejores libros, quién tiene los mejores clientes. Después nos reunimos una vez al año y festejamos y a veces nos pasamos datos. No hace mucho vino un cliente y me contó que hace muchos años financiaron un libro de poesía a un amigo. Me dice el título y me suena familiar, voy al depósito que es el lugar del placer del librero que no es cuando vende ni compra. El placer del librero es cuando abre los paquetes y esos libros le pertenecen, subo con el libro y yo pensé que se descomponía. No lo puedo explicar.
–Me llamó la atención algo que contó Piglia durante los programas en la TV Pública el año pasado, dijo que Borges entre 1941 y 1963 vivió en Buenos Aires y todo su “material” lo descubrió en las librerías.
–El pensamiento del mundo del hombre está en las librerías, ahí están las edición rara de Flaubert de Madame Bovary, de Julio Verne. Una sola vez lo vi a Borges, Bioy me lo presentó. Entró a Fray Mocho y estaba Bioy y me hizo señas. Fui con mucho miedo y entre dos mesas lo vi a Borges agachado con un libro. Lo saludé y se puso rojo como un tomate, me hizo una reverencia y se fue, la única vez que lo vi fue en ese laberinto de libros. El pudo describir al compadrito y al cuchillero sin haberlos conocidos.
–Como que la librería abre puertas abre mundos de fraternidad que no se olvidan.
–Con Bioy nos encontrábamos tres veces por semana, con Bioy lo primero que se hablaba es de mujeres, de cine o de la actualidad política. De literatura no hablaba nunca. No te olvides que él integraba un grupo con Victoria y Silvina Ocampo, Pepe Bianco, Borges y Mujica Láinez. Eran nenes bien, se empilchaban como los dioses, se iban en invierno a Mar del Plata o pasaban mucho tiempo en la estancia de Las Flores que era su lugar en el mundo para Bioy.
–El mundo del libro da lugar a encuentros muy especiales
–Conocí a los viejos libreros como Rodríguez Bocanegra o Capelli. A Marcos Silman lo iban a ver los estudiantes para hacer un trabajo en la facultad sobre tal tema y él les preparaba todo el material bibliográfico, no detectaba los libros por los títulos sino por el contenido. Y en Fray Mocho, cuando estaba en la calle Sarmiento al 1800 la especialicé en teatro y tuve la suerte de conocer a Zully Moreno, Egle Martin, Lee Strasberg que era el director de teatro y maestro de actores de Marlon Brando y James Dean. Vino a dar un seminario y tuve el gusto de atenderlo, de mandarle materiales, lo mismo pasó con Robert De Niro, mucha gente vinculada al teatro iba a la librería.
–¿Y el vínculo con Jorge Álvarez?
–Lo intelectuales le deben un homenaje de verdad a Jorge Álvarez, el que impulsó la literatura argentina y latinoamericana, impuso a Quino, Puig, Copi el de “Los pollos no tienen silla”, a Germán Rozenmacher, a Walsh y luego el sello musical Mandioca con Manal y Almendra. Estaban los filósofos Carlos Estrada, Alfredo Llanos, Ricardo Vera, historiadores como Julio Romero, gente de cine, actores directores, músicos como el Mono Villegas, el Gato Barbieri y terminábamos al mediodía en un restorán muy pequeño, angostito y largo, que se llamaba “La Chiquita” que estaba enfrente de Banchero de Talcahuano y Corrientes. Y con Walsh compartíamos esos almuerzos
–¿Cómo era?
–Siempre con un saco de sport de franela gruesa con las hombreras que se le caían y esos anteojos culo de botella. Era un gran amante del cine y comentábamos lo que habíamos visto en el Lorraine. Era muy tímido, retraído, le gustaba mucho el género policial negro: Dashiell Hammett y Raymond Chandler que comenzaban a editarse en la Serie negra de la Editorial Contemporánea. Y también estaba Piri Lugones. Yo leí Otra vuelta de tuerca de James por él a fines del 60 y 70 hasta que vino el golpe.
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