DIALOGOS • SUBNOTA › ¿POR QUE THOMAS BUERGENTHAL?
› Por Lola Huete Machado *
Es afable, tierno, de hablar tranquilo, y en él, en sus rasgos de hombre de 73 años, se reconoce a la perfección la mirada, idéntica, inocente, sin un ápice de tristeza o rencor, de aquel niño nacido de familia judía alemana el 11 de mayo de 1934 en Lubochna (antigua Checoslovaquia); que crecería en el ghetto de Kielce, y sobreviviría a los campos nazis de Auschwitz y Sachsenhausen y a la terrible “marcha de la muerte” de 1945. Algunas fotos de la infancia en familia –muy pocas, porque sus pertenencias fueron borradas del mapa tal y como sucedió con las de millones de judíos detenidos y/o asesinados– aparecen en el libro que acaba de publicar en Alemania, titulado Ein glückskind; algo así como un chico con suerte, afortunado; algo que una pitonisa le dijo un buen día y que él no creyó, pero su madre sí, y eso fue lo que alentó su esperanza de encontrar a su hijo al final de la guerra. Un título optimista, irónico, que refleja el modo en que Buergenthal consiguió sobreponerse a aquel tiempo trágico, a la dura vida cotidiana, al miedo y la desolación. “Este es el relato de mi primera vida”, dice. Y enseña el número de prisionero que aún conserva tatuado en su brazo: el B-2930. “El de mi padre era el B–2931. No me lo quiero borrar. Nunca quise. Es parte de mi vida, es mi identidad; incluso lo usé como clave en mi computadora”.
Por sobrevivir a aquello, asegura, nunca se sintió culpable, sino victorioso. Aunque las pesadillas –“me enfrenté a ellas y vencí; me quedan las sensaciones, los dedos congelados del pie que me amputaron, que duele cuando hace malo...”– y los recuerdos tardaran en difuminarse y permanecieran prendidos en su mirada durante mucho tiempo. Como cuando llegó en barco a Estados Unidos, en 1951, y vio las lucecitas de Nueva York: “Me parecían crematorios a lo lejos”. Allí, en Estados Unidos, inició su segunda existencia. Se formó, se convirtió en profesor universitario, fue miembro de la junta directiva del Museo del Holocausto en Washington –“es magnífico, un museo vivo; pero, ¿sabe?, nunca pude recorrerlo”–, se convirtió en persona de referencia en derecho internacional.
Y Buergenthal es hoy juez norteamericano en el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ), en La Haya, máximo órgano judicial de la ONU; una institución creada en 1945 para resolver disputas legales entre Estados que, junto con la vecina Corte Penal, creada en 2002, es referencia en derechos humanos. “No renovaré en 2014, es hora de iniciar la tercera fase”, bromea este hombre que cree que la justicia es una casa que se va construyendo “ladrillo a ladrillo”. Quince jueces forman parte del TIJ; profesionales de distintos países, religiones y posturas ante los sucesos de un mundo sobre el que Buergenthal no se hace grandes ilusiones.
¿Volverá a suceder en Europa lo que ocurrió en Alemania hace 70 años? “Ya ha ocurrido: en los Balcanes, aquí mismo, hace nada”, asegura.
En su despacho de La Haya, Buergenthal –muy criticado en 2004 cuando votó en contra, “por falta de información jurídicamente pertinente”, en el fallo del TIJ en el que se consideraba ilegal el muro que Israel construyó en Cisjordania: “Decían, claro, el juez norteamericano, ¿qué va a votar...? Pero yo no me debo a Estados Unidos. Es más, he votado dos veces en contra, en dos casos. ¿Por qué? Porque estoy acá para decidir cosas relacionadas con la justicia, independientemente de los estados... ¿Y qué me van a hacer? ¿Me van a mandar a Siberia?”– señala varios estantes repletos de sus publicaciones sobre derecho internacional, escritos que han ocupado su amplia y reconocida vida profesional. “¿Los ves? Pues entre todos no llegan ni al uno por ciento de la expectación que ha creado este nuevo libro”, se ríe.
Y ahí está su autobiografía parcial, la historia de alguien perseguido por creencias que ni siquiera tuvo –“ser judío es para mí no sólo cuestión religiosa; es ética, cultura, historia, tradición...”–, escalando listas de venta en Alemania y a la espera de editarse en otros países. ¿Por qué sigue interesando tanto lo relacionado con el Holocausto? “Porque vamos quedando pocos; los protagonistas de aquel tiempo somos ya parte de la historia antigua”. Una época que se cerró para él, para muchos, para la historia, cuando los soviéticos le liberaron del patíbulo de Sachsenhausen. Dijeron: “Son libres, pueden marcharse”. Y él pensó: “¿A dónde?” Y hasta aquí ha llegado.
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