Mié 26.02.2003

DISCOS  › SE EDITAN DOS ALBUMES CON MUSICA DE GUASTAVINO

Para conservar la memoria

El propio compositor al piano en uno de ellos y Eduardo Falú en guitarra, en el otro, testimonian el arte de este autor.

› Por Diego Fischerman

Se habla de la Edad del bronce o de la Edad de piedra. Incluso, de la Era atómica. La tecnología es la que define, en gran medida, una época. En el terreno de las grabaciones de música podría hablarse, por ejemplo, de la Edad del Geloso. Y, obviamente, esta caracterización no estaría referida a un momento cronológico particular sino, precisamente, a la utilización de un determinado equipamiento. La memoria –o por lo menos la memoria debidamente testimoniada– es un lujo de los países ricos. La Argentina, es claro, no es uno de ellos. Los registros realizados en el Colón en los años ‘60 –muchos de ellos circulan en ediciones piratas– son mucho más antiguos que los de Ella Fitzgerald o Charlie Parker a fines de los ‘40, aunque hayan sido realizados 20 años después. Y algo similar sucede con el notable documento sonoro que el sello Pretal acaba de editar, en el que Carlos Guastavino toca al piano sus propias Diez Cantilenas Argentinas.
Si bien la edición no consigna la fecha del registro, aclara que fue imposible lograr que “el piano no llorara”. Si se tratara de otro país, si aquí hubiera habido industria cultural o, al menos, ediciones universitarias (como sucede en otros países no mucho más ricos, como Uruguay o Colombia) tal vez habría otras grabaciones de Guastavino. Pero no hay. Y entonces, el llanto del piano se convierte en un dato menor frente al hecho de que, por otra parte, tampoco existen registros de otras versiones más modernas de estas obras, escritas entre 1953 y 1958. La situación no es distinta a la de otros géneros. Basta, como ejercicio, imaginarse las lujosas cajas y ediciones monográficas que podrían estar dedicadas a Horacio Salgán –en lugar de los magros dos o tres CDs existentes– si hubiera nacido en otra parte (aunque es cierto que en ese caso tal vez no hubiera hecho tango, quizá no hubiera sido genial o, incluso, podría haberse dedicado a la agrimensura o la mecánica dental). Lo cierto es que estas diez miniaturas de Guastavino muestran lo mejor de su estilo, sencillo, evocativo, declaradamente menor y ajeno a las ampulosidades.
Más allá de las polémicas acerca de reacción y vanguardia, este compositor desarrolló, prácticamente hasta su muerte en 2000, a los 88 años, una manera de componer por fuera tanto de las tendencias hegemónicas durante la segunda mitad del siglo XX como de las que se les opusieron. En la obra de Guastavino no hay rastros de dodecafonismo, aleatoriedad, teatro musical, microrritmos ni procedimientos electrónicos. Pero tampoco aparece nada de las pomposas vueltas a Bach ni de las previsibles acentuaciones irregulares que, a partir de la Consagración de Stravinsky y de Bartók los norteamericanos supieron convertir en receta. Guastavino parece emparentarse más con el siglo XIX tardío o, mejor, con esa tradición de ritos de salón de la que los aristócratas del campo argentino supieron vanagloriarse. Pero ese particular arte, a caballo entre tradiciones populares y cierta estilización propia de la tradición escrita, encuentra su mejor forma en otro CD recién editado por el mismo sello, llamado Eduardo Falú interpreta a Carlos Guastavino, en el que se recogen las grabaciones que el guitarrista realizó entre 1961 y 1974.
También aquí hay falencias tecnológicas (aunque mucho menos graves) y, sobre todo, grandes diferencias de calidad entre unas grabaciones y otras. Aun así, la calidez y delicadeza con la que Falú aborda piezas como “Romance de la Delfina”, “Pueblito, mi pueblo”, “Trébol” o “Se equivocó la paloma” (hecha famosa por otro intérprete popular, Joan Manuel Serrat) es un ejemplo de interpretación al mismo tiempo personal y respetuosa. El guitarrista toma al pie de la letra, más que las partituras, el espíritu de esas partituras. Y las despoja, además, de cualquier posible alambicamiento. Los intérpretes clásicos, al abordar estas obras, deben hacer un esfuerzo para incorporar a sus interpretaciones algo de ese estilo popular que Guastavino buscaba recuperar. En el caso de Falú, en cambio, ese gesto es absolutamente natural. Si las piezas breves de Guastavino se desarrollan en ese espacio de tensión entre dos tradicionesmusicales distintas, el predominio que una de ellas, la clásica, tiene en las versiones habituales, en la mirada de Falú se invierte por completo. Guastavino, en sus manos, no suena como música clásica con guiños pintoresquistas sino como música popular. Una música popular sofisticada y tan refinada como bella.

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