DISCOS
› EL HOMENAJE DE ERIC CLAPTON A ROBERT JOHNSON
Dios y el diablo tienen blues
En Me and Mr. Johnson, el guitarrista exhuma catorce clásicos del legendario bluesman del Mississippi. Lo hace con autoridad y respeto, preservando su estilo y poniendo su talento al servicio de la música.
› Por Fernando D´addario
En el booklet de su flamante CD Me and Mr. Johnson, Eric Clapton –alguna vez considerado dios de la guitarra– ejecuta un formal ejercicio de humildad y gratitud: “Mi vida entera ha estado marcada por la obra de un solo hombre”. La referencia devocional a Robert Johnson –alguna vez sospechado de haber pactado con el diablo– es enfatizada luego con un velado acto de contrición: “No lo considero (a Johnson) una obsesión, sino un punto de referencia que me ayuda a encontrar mi camino cuando estoy a la deriva”. No deja de ser una paradoja que Clapton, con la divinidad de su parte, haya esperado toda una vida para homenajear a alguien que grabó su discografía entera (29 canciones) en cinco sesiones, ayudado –eso sí– por un tentador padrino espiritual. En 2004, con un homenaje notable y tardío, Clapton redefinió los términos del pacto: recuperó parte de sus fuerzas perdidas en el lánguido blues ejecutivo y, a cambio, proyectó sobre Johnson (muerto en 1938, a los 27 años) una merecida luz ulterior.
Un puñado de canciones da cuenta del tributo blanco al más grande de los bluesingers: Travelin Riverside Blues, Love in Vain, Me and the Devil Blues, Come on in My Kitchen, Hell Hound on My Trail, entre otras. Algún purista extrañará, con razón, la ausencia de otros clásicos, como Walkin’ Blues, Sweet Home Chicago y Cross Roads Blues (que ya había grabado en los tiempos de Cream). Otros, menos atentos a la formalidad del repertorio, encontrarán en este trabajo los pliegues de un sutil entramado histórico y musical. Llegarán a la conclusión de que, definitivamente, resultaría difícil encontrar dos músicos de blues más distintos entre sí que Clapton y Johnson. Esa certeza vuelve aún más interesante este disco. El abismo entre ambos es indefinible, pero las grabaciones, un repaso de sus vidas y el apoyo logístico de la leyenda, ayudan a dibujar el camino que siguió la más popular de las músicas del siglo pasado.
Que el rey del delta blues influyó en Clapton es una verdad de perogrullo: el legado involuntario de Johnson se manifiesta en todo el rock, desde los años ‘50 hasta hoy. Allí se acaban, en principio, las afinidades. Donde Johnson se arrastra en los algodonales para perderse a la noche en alguna taberna con whisky adulterado, asoma la insobornable pulcritud de Clapton. Cuando Johnson se esfuma misteriosamente después de cada “show”, acosado por la ley y por mujeres clandestinas, aparece Clapton, gentleman previsible en los Grammy que lo esperan y en los trajes Armani que ya le diseñaron. El espíritu de la música que “hacen” es solo una derivación de estas diferencias de piel. Aunque los dos hagan blues.
Pero aquí vale la aclaración: el talento de Johnson, que se intuye y se verifica en el rock contemporáneo, está encerrado en los libros de historia y en las antologías para fanáticos. El oído medio del blusero actual está preparado para absorber la versión blanca, trivializada y eléctrica de aquella historia irrecuperable. Y Clapton es el mejor a la hora de releer musicalmente aquellos sonidos de condena y melancolía. Hasta puede decirse que es su gran mérito y –a esta altura– su karma. En los últimos años, cada vez que quiso despegar de ese camino, trastabilló.
En Me and Mr. Johnson condujo su voz lánguida y su finísima guitarra por un sendero seguro: no se vio tentado ni por la aspereza visceral de las grabaciones originales (década del ‘30) ni por la posibilidad de exasperar su virtuosismo; prefirió recostarse en la solidez de su banda (un lujo: Billy Preston en teclados, Nathan East en bajo, Steve Gadd en batería y Andy Fairweather Low y Doyle Bramhall en guitarras y Jerry Portnoy en armónica) y dejarse llevar por esa cadencia hipnótica que tienen las canciones de Johnson. Algunas más ligeras (32-20 Blues y Last Fair Deal Gone down), otras más pesadas (Come on in My Kitchen), todas protegidas por una especie de inmunidad sobrenatural. Que no se sabe si viene de Dios o del diablo, pero es bienvenida.