DISCOS
› LA OPERA DO MALANDRO
Sátira brillante en tiempo de samba
Se publicó el CD con la grabación en vivo de la puesta representada en 2003.
› Por Diego Fischerman
El 18 de agosto de 2003, 25 años después de su estreno, subió nuevamente a escena la Opera do malandro de Chico Buarque, en el Teatro Carlos Gomes de Río de Janeiro. Muchas de sus canciones, que habían estado prohibidas hasta 1978, se convirtieron en algunas de las más famosas de la MPB (música popular brasileña). La obra, inspirada en la Beggar’s Opera escrita por John Guy y Johann Christian Pepusch en el siglo XVIII y en La ópera de tres centavos, la relectura de Kurt Weill y Bertolt Brecht, había sido orquestada originalmente por Francis Hime. La nueva versión, orquestada por Liliane Secco, se trataba de una superproducción à la Broadway. Su costo fue 1.250.394,70 reales y la vieron 130.000 personas a lo largo de 11 meses, convirtiéndose en uno de los espectáculos más exitosos en la historia del Carlos Gomes, el tradicional reducto de revistas de la antigua capital federal. La grabación, realizada en el mes del estreno, acaba de ser publicada en la Argentina por Random.
La composición es, desde ya, una de las más inteligentes, con mejor texto –agudo, crítico y rico en significados– y con mejor música –llena de imaginación, lírica, irónica y, en ocasiones, inundada de dramatismo– de la música de tradición popular brasileña. El solo hecho de que exista un registro de esta obra maestra ya debe ser reconocido como un acontecimiento relevante. Pero, si además la versión tiene la calidad de la que aquí se comenta, si hay voces como la de Alessandra Maestrini –una desgarrada Lucia en “Palavra de mulher”– y Soraya Ravenle –una inmejorable Teresinha en “Meu amor”– y cantantes/comediantes de la altura de Alexandre Schumacher y Mauro Mendonça, a la importancia documental se le suma el placer. La orquesta, conducida por Claudio Botelho, incluye un cuarteto de cuerdas, guitarra, bajo, saxo, trompeta, trombón, piano y batería. Tanto en el aspecto instrumental como en el vocal, esta nueva lectura cuenta con la ventaja que dan los años transcurridos. Es decir, con la soltura y la eficacia que son posibles cuando algo ya es lenguaje conocido.
Autor teatral, guionista cinematográfico y uno de los mejores novelistas contemporáneos del Brasil, Chico Buarque, aunque no especifica las fuentes de su Opera do malandro, repite, casi textuales, los personajes de Weill-Brecht. Un proxeneta, una mujer arribista, una prostituta, el dueño de un burdel y un policía corrupto transitan, en este caso, por el Brasil de los ’40, mientras Japón bombardea Pearl Harbor. Un Brasil que, como consigna el texto, albergaba pronazis pero terminó declarando, oportunista, la guerra al Eje –cualquier parecido con algún otro país sudamericano es, obviamente, casual–. En la versión original la protagonista había sido Elba Ramalho, quien también actuó en la posterior versión cinematográfica, que Buarque realizó junto a Ruy Guerra. Max, el equivalente al Mack The Knife de Brecht, había sido representado, en esa ocasión, por Edson Celulari. Los nombres de otros personajes –General Electric, Johnnie Walker, Phillip Morris y Big Ben– hablan a las claras, por otra parte, del sentido satírico de esta especie de opereta o comedia musical que se da el lujo de incluir entre sus canciones, además de sambas y boleros, también algún tango. Hijo de un historiador –amigo entre otros de Vinicius de Moraes– y una pianista aficionada, el mundo de la educación sentimental de Francisco Buarque de Hollanda fue el de la intelectualidad carioca en los años cincuenta. Estudiante de arquitectura y, según contaba su padre, incansable dibujante de ciudades imaginarias, su comienzo musical fue con un primer premio en un festival de la canción. Ese éxito fue La banda, cantada por Nara Leâo; ya había compuesto la brillante Pedro Pedreiro y más adelante llegarían Construcción, Cotidiano, Cáliz y Mujeres de Atenas. También sus cuatro novelas, Fazenda modelo, Estorvo, Benjamin y Budapest. Y un cierto vacío en el momento de hacer canciones que lo llevó a varios retiros y a frases como “hacer canciones es un camino que se estrecha cada vez más”. Tal vez eso no sea cierto. O quizás, en efecto, el rumbo actual de Chico pase por la literatura. Pero lo cierto es que pequeñas piezas de precisión como las que componen la Opera do malandro tienen ganado un seguro lugar en la historia.