ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
Cuando el valor de un activo financiero o inmueble sube de precio se genera lo que se denomina “efecto riqueza”. El dueño de esas acciones, bonos o propiedades que se valorizan pasa a tener la percepción de que ha incrementado su patrimonio. Se trata de una contabilidad virtual, pues sólo se concreta esa mejora al momento de realizar la operación de compraventa de ese bien. O sea, cuando se apropia de esa ganancia de capital. En ese estado, el bienestar crece, se deciden inversiones, se accede a créditos y se dispone de una mayor vocación de consumo porque existe respaldo en un activo con cotización en alza. En general, el efecto riqueza es impulsado por políticas públicas en contextos económicos que colaboran para generar ese escenario amigable para el capital. Existen casos de bonanzas generadas por factores exógenos, como el descubrimiento de importantes yacimientos de petróleo o de minas de oro. En la mayoría de los casos es la propia política económica que impulsa la valorización de activos. En muchas ocasiones provoca una burbuja especulativa que exacerba el efecto riqueza, como fue la tablita cambiaria de Martínez de Hoz que disparó a las nubes el precio de las propiedades o la convertibilidad que alentó subas alocadas de las acciones. La situación más dramática hoy se observa en Estados Unidos: el ex titular de la Reserva Federal Alan Greenspan bajó tanto la tasa de interés para evitar la recesión por el estallido de la burbuja de las puntocom en 2001 que creó otra con los créditos hipotecarios, que ahora desencadenó una profunda crisis. En esos ejemplos fue la política económica que ayudó a la suba de las cotizaciones de activos, pero con una base débil en la estructura de la economía que derivó en una posterior debacle. Existen otros casos, en cambio, que tienen más consistencia y no se apoyan solamente en burbujas, aunque puede existir un componente adicional especulativo. El valor de la tierra es uno de ellos.
La política de tipo de cambio real competitivo, que con obsesión mantiene la gestión kirchnerista, ha sido un aliado importante en el extraordinario crecimiento patrimonial de los dueños de la tierra. El dólar caro alentó la producción para exportar en un escenario muy favorable por el aumento del precio internacional de granos, leche y carne. A la vez, mejoró la demanda interna al estabilizar la economía. Así la oferta de los bienes provenientes del campo se encontró con un mercado en franca expansión, tanto el doméstico como el externo. En esas condiciones, el valor de los campos comenzó una veloz recuperación luego de la debacle de la convertibilidad y posterior megadevaluación. El precio de las hectáreas superó los máximos de la década del noventa y se encuentra en los niveles más altos de una serie histórica de los últimos cuarenta años. El efecto riqueza en el campo es indudable. La situación patrimonial de los productores ha mejorado sustancialmente en relación con su pasado reciente de endeudado y sin horizonte para su producción. La valorización de la tierra ha derramado prosperidad en las ciudades del interior, que se verifica en la renovación del parque automotor, el desarrollo del área comercial y de servicios y en el ritmo febril de construcciones de viviendas.
El dólar caro no es una política con adeptos en el consenso económico internacional, como se observa en la continúa depreciación de esa moneda desde hace meses. Una referencia cercana es Brasil, que tenía una cotización del real en relación con el dólar similar a la del peso, y hoy se ubica a 1,70 por unidad. En Argentina existe una estrategia deliberada de defender una paridad elevada, que implica un costo de esterilización de la emisión por la compra de dólares por parte del Banco Central, que colabora, entre otros resultados, para mantener el efecto riqueza en el campo. Sube el precio de la tierra y también el de los arrendamientos. Desde el pozo de la crisis el valor de los campos aumentó hasta un 300 por ciento en dólares. Recorrer los clasificados de compraventa de campos brinda casos para el asombro. Por ejemplo, la zona núcleo maicera (nordeste de Buenos Aires, sur de Santa Fe, sudeste de Córdoba y parte de La Pampa), que es la de mayor producción agrícola, la hectárea cotizaba a 2500 dólares y hoy está en promedio casi 10.000. Incluso algunos campos de San Antonio de Areco, Venado Tuerto, Sancti Spiritu y María Teresa tienen valores de 12.000 dólares por hectárea, hasta un máximo que llega a 15.000.
En el sitio web Todo Agro se indica que la inmobiliaria rural Compañía Argentina de Tierras estimó que los valores en las mejores zonas de la Pampa Húmeda (Pergamino, Rojas y Salto) cotizaron a principios del año pasado en 8200 dólares promedio por hectárea, con picos de 10.000. Estos son los mismos valores medios que existen en Iowa, la tierra productiva por excelencia en Estados Unidos, de acuerdo con Mario Arbolave, director de la revista especializada Márgenes Agropecuarios.
Este extraordinario proceso de incremento patrimonial es explicado por Angel Palermo, un experto del área económica de uno de los grupos más relevantes del sector, la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea). En un documento de hace un par de años se preguntaba por qué pese a los elevados precios de los campos se concretan pocas operaciones. Las respuestas que encontró fueron las siguientes:
- “En primer lugar, el dueño de la tierra no quiere vender porque tiene la posibilidad de producir o alquilar su campo a valores que le permiten vivir confortablemente en nuestro país.
- En segundo término, y muy a pesar de las retenciones, los valores de la rentabilidad del campo son mayores que muchos otros sectores alternativos de la economía. No hay muchas mejores opciones para colocar el dinero.
- En tercer lugar, la pesificación logró descomprimir muchas situaciones de endeudamiento y son pocos los que se ven compelidos a vender por necesidad.
- Los productores argentinos, a diferencia de los uruguayos, licuaron sus deudas. Estos últimos, a pesar de la devaluación que se registró en ese país, tienen que devolver sus deudas en dólares”.
El alza del precio de los campos derivó en consecuencia en una suba sustancial de los arrendamientos, convalidada por las buenas perspectivas de cosecha, de valores internacionales sostenidos de los commodities y el impulso que da el desarrollo de biocombustibles. De ese modo, el alquiler promedio de campos agrícolas, dependiendo de sus características, fue creciendo sin pausa. Para la soja, pasó desde los 12 quintales por hectárea (unos 168 dólares) que se pagaba en 2002 hasta los poco más de 20 quintales (cerca de 360 dólares) en la actualidad.
No existe un solo campo. Las realidades son múltiples. La situación del pequeño y mediano productor es bastante diferente a la del grande. Cada vez más se expanden los pool de siembra y se verifica el desembarco de inversores con lógica financiera en el negocio agropecuario. Pero todos, más o menos según su posición relativa en el sector, han registrado un efecto riqueza considerable con el crecimiento fabuloso del precio de los campos. El piquete verde puede incorporar la consigna “Hasta la victoria, siembre”.
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