ECONOMíA
El país de la fuga no puede vivir sin controles
Después de haber dejado entrar y salir capitales sin restricción alguna, la Argentina está montando barreras al movimiento de fondos. Un informe de Ecolatina evalúa las chances de esta estrategia, a la luz de dos casos exitosos pero diferentes: los de Chile y Malasia. La consultora afirma que las vallas no serán removidas.
› Por Julio Nudler
Sí al control de capitales, pero a la chilena, porque Argentina está demasiado lejos, económicamente hablando, de Malasia. Tal la conclusión a la que llega Ecolatina, la consultora que creó Roberto Lavagna y sigue ligada al ministro de Economía. La distancia con el reino asiático, que se rebeló exitosamente en 1998 contra las imposiciones políticas del FMI, queda bien de manifiesto con solo observar dos cocientes. Uno muestra que con cuatro meses y medio de exportaciones Malasia puede pagar su deuda externa total, mientras que la Argentina necesitaría también 4,5... pero no meses sino años. Por otro lado, las reservas malayas septuplican holgadamente su deuda externa de corto plazo (con lo cual el país tiene en realidad una posición acreedora neta), mientras que en el caso argentino las reservas son apenas un 38 por ciento del pasivo a corto.
Como el control de cambios impuesto a comienzos de año no frenó la fuga de capitales, ni siquiera en combinación con el corralito, en las últimas semanas el Banco Central comenzó a imponer, tardíamente, restricciones específicas sobre los movimientos de fondos con el exterior. Curiosamente, esas trabas no sólo complican la salida de dinero: también obstaculizan el ingreso, en momentos en que no abundan quienes quieran traer recursos frescos al país. En cualquier caso, y ante el empantanamiento con el FMI, los controles quedaron instalados como un instrumento clave de la política económica. Pero las condiciones para aplicarlos están lejos de ser ideales.
Ecolatina anota que, por la alta complejidad de los mercados de capitales, se requiere una gran capacidad de auditoría para asegurar que los controles de capitales sean efectivos y para reducir el margen de corrupción en su aplicación. Hoy no parece garantizada en la Argentina esa capacidad de auditoría, o de control de los controles, pero no hay ninguna posibilidad de prescindir de éstos. En este sentido, la consultora que ahora preside Alberto Paz arguye que, dado el “fenomenal quiebre institucional” que sufrió el país desde diciembre, “resultaría arriesgado pretender que se restablezca la confianza de ahorristas e inversores a través de políticas `correctas’ en un período suficientemente corto como para evitar una gran fuga de capitales en ausencia de controles”.
En concreto, Ecolatina advierte que no se puede esperar el relajamiento de los controles en el corto plazo, a partir de lo cual importa revisar la experiencia de los países que los aplicaron. En realidad, sólo el caso de Malasia es comparable, ya que allí se impusieron las restricciones mientras arreciaba un vendaval especulativo contra su moneda, el ringgit. Chile, en cambio, tuvo la sabiduría (que le faltó a la Argentina de Domingo Cavallo) de imponer limitaciones con fines preventivos, en una época de plena estabilidad macroeconómica y alta afluencia de capitales.
Pero, como se sugirió arriba, la comparación con la experiencia malaya indica que “las perspectivas de éxito de esta política son menos favorables en el caso de la economía argentina, dada la mayor profundidad de la crisis y, fundamentalmente, la mucho mayor dependencia respecto del financiamiento externo”. Adicionalmente, “mientras en Malasia los controles sirvieron para posibilitar la aplicación de políticas fiscales y monetarias expansivas, esa posibilidad está claramente vedada en el caso argentino”.
Las razones de esa “veda” son dos. Una es la inexistencia de financiación interna o externa para el fisco argentino, que por ende no puede, en teoría, incurrir en déficit, aunque de hecho incurra, cubriéndolo con emisión (incluidas las cuasimonedas) y devengando gasto que no paga, como forma de financiamiento forzoso. La política monetaria choca a su vez con la restricción de una demanda de pesos aún vacilante, pese al sorprendente desarrollo de diversos activos financieros en moneda local en los últimos meses.
Aunque la convertibilidad quedó en el pasado, se sigue pensando muy rígidamente en la relación entre las reservas externas y la oferta demedios de pago. Así, cualquier expansión en éstos eleva el dólar “defendible” e induce a esperar una mayor devaluación del peso. De todas formas, sólo blindando al país respecto del mercado financiero global puede abrirse algún espacio para las políticas expansivas, sin que la fuga de capitales las desbarate.
Analizando la performance malaya, Ecolatina señala que “cuando las autoridades llevan a cabo, simultáneamente, políticas macroeconómicas consistentes con un equilibrio de mediano y largo plazo, la existencia de controles de capitales no aísla por sí misma al país de la comunidad financiera internacional”. En otras palabras: un país puede aplicar estrategias opuestas a las que recomienda el Fondo, sin por ello “caerse” del mundo. Más aún: es posible que vuelva a crecer sostenidamente.
De hecho, después de sufrir en 1998 una contracción de 7,4 por ciento del PBI, Malasia creció 6,1 por ciento en 1999 y 8,3 por ciento en 2000, aunque 2001 fue un año de estancamiento. Pero también hay que observar que la cuenta corriente malaya exhibe altos y sistemáticos saldos positivos, que promediaron casi 12 por ciento del Producto entre 1998 y 2001, lo que expresa que no vive necesitando de ingresos de capital para poder mantener en funcionamiento su economía, como sí ocurre en el caso argentino. La Argentina también puede exhibir actualmente un superávit corriente, pero en su caso como contrapartida de una rotunda caída en su demanda interna de consumo y de inversión.
Ecolatina elogia particularmente, en referencia a Chile, la calma que supo mantener en momentos de euforia en los mercados internacionales de capital, y “los beneficios de desalentar la inversión especulativa y el endeudamiento de corto plazo, para el mantenimiento del equilibrio en el sector externo”. La Argentina, salida de las híper de 1989 y 1990, optó en cambio por un programa económico que sólo podía funcionar con la propulsión del capital externo. Cuando éste raleó, se mantuvo a toda costa el ingreso de fondos mediante la colocación de títulos públicos, con tasas de interés cada vez más altas.