ECONOMíA › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Desde marzo de este año, en Estados Unidos, grandes prestamistas, aseguradoras y fondos de inversión, mucho capital especulativo y ariete de la llamada “globalización” que perforó todas las soberanías, comenzaron a desbarrancarse en alud, arrasando con entidades financieras enormes y algunas con más de un siglo de antigüedad operativa. Durante estos meses pasados, también en la Argentina hubo empresas –Aerolíneas (AA) fue el caso emblemático– que, por motivos distintos a las norteamericanas, llegaron a la bancarrota. Los idólatras vernáculos del mercado esparcieron aquí imprecaciones y gimoteos contra la supuesta tendencia estatizante, típica del peronismo autoritario según esas voces, que devoraba iniciativa privada y comprometía al Tesoro nacional, cuyos fondos son acumulados por el esfuerzo de todos.
Esas mismas voces pasaron esta semana de los indignados augurios sobre el desgraciado futuro nacional a los admirativos comentarios sobre la audacia y la velocidad del Banco Central en Washington, la Reserva Federal, para acudir al rescate de las gigantescas corporaciones en quiebra. Sólo cuatro salvatajes le costaron al Estado norteamericano más de 300.000 millones de dólares, un monto cincuenta veces superior a la deuda argentina con el Club de París. Ni uno solo de los futurólogos locales anunció aunque sea la derrota del partido de Bush en las inminentes elecciones presidenciales, del mismo modo que ya vaticinan triunfos y fracasos para el 2011 debido a los malos negocios del Estado argentino. Por el contrario, hay “euforia” en los mercados porque la Casa Blanca crearía una agencia que se hará cargo de las deudas de fondos, bancos y aseguradoras, por una suma que nadie pudo hacer aún, en trueque de bonos públicos que sanearían las economías privadas agónicas. Esta gigantesca “nacionalización” de deudas privadas no se le hubiera ocurrido ni a Domingo Cavallo. La doctrina del libre mercado, las “reformas estructurales” y otras zaranguteadas que Argentina no tiene que soportar desde que canceló la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) las guardaron bajo llave hasta que algún país emergente tenga dificultades de cualquier tipo.
Es obvio que el mundo entero soportará temblores de intensidad diversa a causa del terremoto de Wall Street, entre otras razones, además de la “globalización” financiera, porque las reservas de los países están en dólares y por lo tanto la depreciación de la moneda estadounidense los afectaría sin remedio. Esta es una de las múltiples razones por las que desde China a Belice hay gente que hace fuerza para que sus propias reservas no se caigan al piso, aunque eso signifique aguantar al imperio sobre sus piernas. De allí a prever una caída libre del precio de las materias primas, en primer lugar de los alimentos, y el fin de los actuales superávit comercial y fiscal es lo mismo que consultar a las cartas del Tarot sobre el futuro de la OPEP. Habrá que vivir día por día, con incertidumbres y angustias, como le sucede a cualquier habitante del planeta Tierra, tratando de adquirir un poco más de confianza en las propias fuerzas.
Hay razones para creer que algunos cambios van abriéndose paso. La cumbre presidencial de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) para respaldar al gobierno de Evo Morales en Bolivia, la integridad territorial de ese país y el indispensable diálogo entre las partes en conflicto, sin que intervenga la diplomacia norteamericana, es un dato que la historia no podrá pasar por alto. El gesto provocó una tregua y un principio de acuerdo en un conflicto que estaba al borde del abismo de una guerra civil o de secesión de consecuencias imprevisibles. La Casa Blanca rechazó las acusaciones de Morales por injerencia indebida en los asuntos internos, pero lo cierto es que organismos norteamericanos financiaban en los distritos rebeldes variadas actividades del tipo de seminarios sobre autonomías y educación democrática, entre otros argumentos, que eran tribuna de doctrina en contra de las políticas públicas del gobierno nacional y del texto de la nueva Constitución. Morales presentó pruebas documentales a sus colegas de Unasur que fundamentaron las razones para declarar persona non grata al embajador de Estados Unidos en La Paz y para demostrar las actividades criminales de grupos de ultraderecha que asesinan indígenas y ocupan las sedes de instituciones públicas.
El profundo conflicto boliviano, por supuesto, no está resuelto ni mucho menos, pero la integración sudamericana probó que ya es más que una sociedad comercial de buenos vecinos o un mero negocio. La cumbre se pronunció por la estabilidad institucional y por la gobernabilidad en la pluralidad democrática, dos escudos válidos para todos los que han sido elegidos por el voto popular, pero que son acosados por las minorías de derecha, con gran poder económico y enormes aparatos publicitarios, para que no modifiquen los privilegios heredados de dictaduras militares y de políticas conservadoras, como las que se aplicaron aquí durante los años ’90.
En fuentes de la diplomacia nacional aseguran que la presidenta Cristina desempeñó un rol determinante para realizar la cumbre sudamericana, por lo pronto poniendo sordina a la vehemencia tropical de Chávez, cuya solidaridad desbocada con Morales irritaba la prudencia de otros gobiernos, en primer lugar al de Lula, que apoyaba la causa del boliviano pero temía por los desbordes retóricos, floridos pero innecesarios, en que podría incurrir una asamblea con el venezolano desplegando su histrionismo. Los temores, si existieron, fueron disipados por la propia reunión y el texto del documento titulado “Declaración de La Moneda”, apropiada evocación de la sede en la que murió Salvador Allende 35 años atrás, es un cuidado ejercicio de equilibrio político que Chávez también rubricó, en unanimidad de presidentes. Aunque la oportunidad venía pintada, nadie volvió a mencionar la moción del ecuatoriano Correa para que Néstor Kirchner ocupe la secretaría ejecutiva de Unasur, porque la iniciativa no tiene consenso suficiente. Al parecer, otra vez Lula, celoso de los liderazgos zonales, prefirió demorar la decisión aduciendo que la enérgica personalidad del candidato tal vez exceda los límites de la jerarquía y de las tareas del cargo propuesto. “Aún es prematuro –dicen fuentes de Itamaratí– para que el mundo crea que Sudamérica eligió presidente regional permanente.”
La capacidad de iniciativa del esposo de la presidenta Cristina despierta suspicacias más allá de las fronteras, pero a la vez ciertas prevenciones, porque en la lectura externa del conflicto campestre se le atribuye al ex presidente, sobre todo por el tono y el contenido de su último mitin en Congreso antes de la votación legislativa, una exagerada dosis de imprudencia para considerar las factores de riesgo, haciéndole cargo principal de la frustración obtenida. Tampoco se le reconoce mérito por la forma en que se decidió la candidatura de la sucesión, dado que la actual Presidenta tiene méritos suficientes para imponerse por sí misma en un congreso partidario o en una asamblea de dirigentes de la convergencia sin necesidad de ningún dedo mágico. Pese a que los observadores externos reconocen que las derechas en particular y la oposición en general han abusado de las críticas al “doble comando”, señalan que apenas se descuida Néstor incurre en exhibiciones impropias, como la reciente foto con intendentes en Olivos. La residencia presidencial no debería funcionar como oficina del consorte, sostienen, porque la mirada pública puede confundir los roles con bastante facilidad.
Hay que decir, sin embargo, que después del “voto no positivo” de Cobos, el ex presidente K. conservó un segundo plano, el que le corresponde en esta etapa, pese a distracciones como la señalada. Aunque las encuestas más confiables muestran alguna tendencia de recuperación en las opiniones positivas, los analistas todavía se preguntan si se debe a los méritos de gestión o a las impotencias de la oposición para presentar una opción válida al oficialismo. Dicho en crudo: ¿es apoyo o resignación? Por supuesto que hay muchas versiones maliciosas, envueltas en una campaña sostenida que busca desacreditar la imagen de la presidenta Cristina, mediante el método de la gata Flora, a la que nada le venía bien, según el cuento.
Si la crisis de Wall Street no arrasó con la economía argentina, según la versión de gata Flora, no se debe a la fortaleza de los macroindicadores, sino al aislamiento absoluto del país, una ínsula perdida. Si la presidenta Cristina razona ante los industriales, con sensatez, que un dólar demasiado alto podría perjudicar al país incentivando los efectos inflacionarios, la gata Flora aduce que no quieren subir el dólar para castigar al campo y que el Gobierno no se ocupa de la inflación porque prefiere creer en los “índices Moreno”. Si usa collares es un exhibicionismo impropio de riquezas conseguidas vaya a saber de qué manera y si cubre el cuello con pañuelos es para ocultar la inflamación de cirugías plásticas. Si mantiene al general Bendini al frente del Ejército se debe a que es un favorito de Néstor, pero si lo retiran debido a las imputaciones que lo afectan en una causa judicial, es un acto típico de debilidad que ya no le permite sostener lo insostenible. Es tiempo de terminar con el estilo de la gata Flora y juzgar al Gobierno por sus actos y consecuencias, más que por la superficie de las conductas privadas. Los ciudadanos, en general, suelen tener esa precaución, pero una intoxicación de versiones hace tanto daño al bienestar general como una gestión deficiente. Basta echar una mirada al mundo para comparar, desde el punto de vista de cada uno, y sacar conclusiones sin ser presa del marketing mezquino de la política.
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