ECONOMíA › OPINION
› Por Alejandro Otero *
La desconexión de los mercados financieros nos puso a resguardo de las consecuencias inmediatas del incendio global. La brutal concentración del capital y la expansión de su valorización financiera arden en los mercados mundiales. El pánico se deja ver en las grandes capitales y un relato (neoliberal) sobre el funcionamiento de la economía de mercado topa con su límite histórico. No hay revoluciones a la vista. El sistema se recompone a sí mismo. Y es ingenuo pensar que a la era neoliberal de inmediato la sucederá otra mejor. Entre la crisis del ’30 y la consolidación del Estado de Bienestar pasaron más de tres lustros de destrucción y muerte y se propagaron las formas más espantosas del pensamiento moderno. Argentina resiste mejor que en otros tiempos. Pero no somos inmunes. La amenaza es la desaceleración del ritmo de crecimiento.
El freno de la economía. Ese “remedio” tan promovido por el pensamiento conservador, que so pretexto de atacar alguno de los males de la economía contemporánea lo que realmente busca es disciplinar a los sectores populares y limitar los avances y mejoras en la distribución del ingreso. Frenar el ritmo de crecimiento, desacelerar la economía, implica siempre limitar el crecimiento del empleo, la mejora en los salarios y la expansión en el acceso a los bienes públicos. Es decir, implica posponer el bienestar de las mayorías para atender los interese de una minoría acomodada. La gran “victoria cultural” del neoliberalismo, absolutamente contracivilizatoria, fue poner en evidencia que en el presente el aumento del desempleo y la miseria no producen revoluciones. Disciplinan. Someten. Desde entonces, la receta mágica a los males de la economía es moderar el ritmo de expansión. Es decir, bajo la promesa del derrame, postergar la capacidad de consumo de las mayorías en favor de sostener los privilegios y el bienestar de las minorías. Eso es exactamente lo que tenemos que evitar. La respuesta a esta crisis requiere audacia y anticipación. Bien se dice cuando se dice que en el frente externo reside la mayor complicación para el futuro inmediato. Menores exportaciones y precios, combinadas con avalanchas importadoras de stocks excedentes mundiales nos presentan un panorama complejo. Es tiempo de consolidar un mercado local y regional capaz de obrar de sostén del ritmo de crecimiento. Es el tiempo del mercado interno y de la política. No hay respuestas económicas a esta crisis.
En el marco del incendio global los actores económicos se contraen, priorizan su propio interés por sobre cualquier objetivo de conjunto y posponen decisiones y proyectos hasta que las cosas mejoren. Es normal que así suceda. No es la economía, sino la política la que tiene que hacer su trabajo en la crisis. Una serie de medidas coherentes orientadas a desalentar la concentración económica, a profundizar la distribución del ingreso para sostener la capacidad de consumo, a promover la inversión y crear emprendimientos para mantener el mayor ritmo de crecimiento que sea posible. Un plan avalado por las fuerzas políticas que estén dispuestas a sumarse. Un plan que pueda convocar a los actores sociales y económicos. Un plan con el que tal vez todos no estén de acuerdo, pero sí las mayorías. Un plan que contemple como mínimo la reforma tributaria, la distribución de recursos entre nación y provincias, la reforma financiera y el fortalecimiento de las capacidades estatales para asegurar el bienestar de largo plazo. Un plan que nos asegure que todo argentino llegará al bicentenario con acceso a la salud, la educación, la vivienda y la alimentación. Un plan que nos dignifique como nación y nos convoque a poner lo que hay que poner para atravesar la crisis con los menores costos y la mayor esperanza. Un plan para atravesar la crisis construyendo un futuro para todos.
* Presidente Frente Grande, Capital.
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