Sáb 18.10.2008

ECONOMíA  › OPINIóN

El riesgo de la concentración

En los Estados Unidos aumenta el consumo de ansiolíticos y los trastornos de ansiedad; en España la xenofobia crece, desde hace dos años, asociada a la recesión y el desempleo; en Inglaterra los consumidores roban supermercados y estaciones de servicio. En Argentina tenemos pocas noticias de aquella crisis. Ahora podemos reconocer –con certeza– que la crisis de la convertibilidad, la del tequila y otras que azotaron Asia fueron una obertura a esta nueva e inmensa crisis internacional. Una desmedida expansión del crédito llevó a un quiebre del sistema financiero internacional, ahora llegando a su verdadero epicentro en Wall Street.

Hay intelectuales que celebran esta crisis inédita como el fin del poder imperial de los Estados Unidos en el mundo. Probablemente, estos militantes del optimismo desconozcan las finas maneras asiáticas en materia política y económica. Si Estados Unidos cometió excesos terribles en nombre de los valores de la libertad, no se ven perspectivas de un modelo alternativo y viable. Aun las bondades del multipolarismo van a conllevar modificaciones importantes en materia geopolítica y difícilmente sea bondadoso con las naciones más pequeñas del planeta, entre las que nos encontramos. Nuestro futuro está más asociado hoy a la economía de Brasil que a cualquier otro anclaje.

Las crisis financieras mundiales son procesos recesivos en donde las naciones tienden a cerrar sus fronteras. Muchos analistas comparan esta nueva crisis con la ocurrida en 1929. Hay algunas diferencias importantes: mientras que la crisis del ’30 se extendió en barco y por vía del telégrafo, la nueva crisis se refleja cada medianoche con la apertura de los mercados de Oriente en la televisión. Las velocidades de expansión y reacción son distintas. Hay otra diferencia fundamental, la crisis del siglo pasado dejó muchas enseñanzas en cuanto a cómo operar en estos escenarios y se desarrollaron las políticas sociales como en ningún otro período en la historia. En los Estados Unidos aparecieron las presidencias fuertes, con Franklin Delano Roosevelt. Los programas de emergencia se implementaron, en aquel contexto, tres años después de iniciada la crisis. Allí nacieron las denominadas políticas anticíclicas y los planes de construcción de vivienda como formas de reactivación de la economía. El Estado inyectaba dinero en el mercado para contrarrestar la recesión. Se subsidiaban el consumo y el empleo. Cambió la cara de la política y la economía para el resto de la historia.

En situaciones como éstas, los estados nacionales toman un rol activo y participan en forma enérgica en regular la oferta y la demanda de bienes, tanto en el mercado interno como en el comercio internacional. Para hacerlo comprensible, podemos decir que las crisis de este tipo son todo lo contrario a la globalización.

En la Argentina la crisis va a tener efectos muy particulares. En primer lugar se va a enfriar la economía, sin que esto redunde en una mayor recaudación fiscal. Esto va a morigerar los efectos de la inflación, seguramente. Por otro lado, hay una enseñanza de John Maynard Keynes que bien podría ser aplicada por el gobierno nacional: los procesos de crisis tienden a una mayor concentración de la riqueza y a una caída de la actividad industrial. Es una buena oportunidad para levantar los subsidios que apuntan a los consumos de clase media para dirigirlos, con un criterio estratégico, a la creación de empleo.

La crisis de 1930 fue determinante en el surgimiento de movimientos políticos radicalizados, tales como el fascismo y el nacionalsocialismo. No es razonable esperar que los impactos sobre la política sean tan convulsivos como lo fueron en aquella época. Lo que sí es posible que suceda es una creciente fragmentación de la sociedad, entre distintos tipos de asalariados, diferentes tipos de productores y varios estamentos de las clases media y alta. La gravedad y la profundidad del impacto de la crisis en Argentina va a ser proporcional a los cambios políticos que se puedan producir.

La recesión impacta en forma drástica en los sectores urbanos; el denominado sector terciario de la economía es fuertemente sensible a la inestabilidad de los mercados. El Partido Justicialista tiene una relación complicada con estos sectores pues, a pesar de que quiere seducirlos de todas formas, no encontró hasta ahora la clave para cooptarlos. El Frente para la Victoria fue un ensayo ingenioso de desarrollo político. La búsqueda de reconstruir el PJ, con la presidencia de Néstor Kirchner, es un elemento que tiene más limitaciones que posibilidades de expansión.

El sector industrial va a perder, en forma acelerada, su capacidad competitiva en el ámbito de los negocios internacionales. El mercado interno puede sostenerlo –en parte– en la medida en que la liquidez de la economía lo haga posible, además de las barreras arancelarias que se puedan introducir.

El sector agrícola presenta el panorama más complejo. La caída en el precio de los commodities tiende a mantener precios competitivos para los grandes productores. Estos sectores producen para la exportación y radican sus capitales en plazas seguras del mercado internacional; poco influyen en el desarrollo local en el interior del país. En el conflicto con los sectores del campo, en los primeros meses de este año, el Gobierno eligió el estilo de la confrontación, convirtiendo una diferencia de intereses en un enfrentamiento político. Los sectores urbanos no compraron esta oferta de alineamiento. Con semejante forma de operar les dio a los sectores opositores un instrumento con el que no contaron jamás: una estructura política de extensión nacional. Las cabeceras del sector agropecuario se concentran en las provincias de Santa Fe y Córdoba, pero son las únicas que tienen presencia en todo el territorio nacional. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires puede sumarse a alguna ingeniería bien articulada que exprese una oposición al gobierno. El ex presidente Duhalde tiene el tiempo libre necesario para incentivar cualquier emprendimiento opositor que le resulte grato.

El panorama no es bueno por ahora. Si bien dependemos de condiciones ajenas a nuestra realidad, hay muchas cosas para hacer. En las crisis siempre fueron determinantes los liderazgos políticos positivos. Los líderes pueden incentivar la unidad de una nación o perderse en conflictos diversos. Cuando todos los mercados caen, no podemos permitir que se empobrezca la política.

* Director de Ciencia Política (UBA).

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