ECONOMíA › LA ARQUITECTURA FINANCIERA INTERNACIONAL
La crisis financiera puso en cuestión las leyes que regulan la circulación de capitales. Los países emergentes presionan por un nuevo ordenamiento que les dé mayor protagonismo. Los especialistas analizan las opciones.
Producción: Tomás Lukin.
Por Eduardo Crespo *
En las últimas semanas mucho se ha dicho sobre la crisis financiera desatada en Estados Unidos. Muchos hablan del fin del imperio norteamericano y del dólar como moneda internacional. Se argumenta que en las últimas décadas la economía estadounidense habría vivido por “encima de sus posibilidades”, ahorrando poco y gastando mucho. Y como prueba de ello se mencionan los proclamados “déficit gemelos” (fiscal y de cuenta corriente) que obligarían a recurrir al “ahorro externo”, principalmente de los países asiáticos. En este clima muchos abogan por una nueva “arquitectura financiera internacional”. Sin embargo, una lectura atenta nos obliga a ser muy cautos ante estos diagnósticos. En primer lugar, nada indica que los problemas financieros desencadenados en los últimos meses tengan alguna relación con la posición o competitividad de la economía estadounidense. Por el contrario, ya debería ser evidente que cada nuevo cimbronazo financiero fortalece y nunca debilita la cotización del dólar. Si la crisis financiera tuviera alguna relación directa con los mencionados déficit, el dólar se debilitaría. Pero ocurre exactamente lo contrario.
Esta crisis no es monetaria. Es financiera. En otras palabras, es una crisis de la moneda privada, de los innumerables papeles y formas de pago creados en forma endógena por el sector financiero privado. La moneda estatal, el dólar, parece estar más saludable que nunca. Lo mismo sucede con los títulos de la deuda del gobierno norteamericano. Puede parecer una paradoja: el gobierno de Estados Unidos anuncia gigantescos planes de rescate financiero, compra títulos privados a gran escala, rescata bancos, compañías de seguros y fondos de inversión. Y al mismo tiempo el dólar y los títulos de la deuda norteamericana recuperan posiciones. Cada noticia desalentadora parece ser otro motivo para seguir comprando dólares.
Es indudable que ahora la economía norteamericana está en riesgo y al borde de una recesión que puede ser severa. No deberían sorprendernos las críticas a las políticas del pasado y los reclamos por mayores regulaciones. Ahora bien, ¿debemos concluir que “las autoridades norteamericanas se han equivocado”? Por ejemplo, ¿podemos decir que la política de Alan Greenspan consistente en “dejar hacer” al sector financiero fue “errónea”? Antes de sacar una conclusión se debe observar que difícilmente quienes toman decisiones a ese nivel lo hacen por motivos sólo intelectuales, ideológicos o morales. La política de Greenspan no fue un simple resultado de alguna obstinación personal con las ideas neoliberales. Estados Unidos ha promovido la desregulación de los mercados financieros en todo el mundo desde hace cuatro décadas. Los primeros indicios de esta política fueron primero la tolerancia y luego la promoción explícita del mercado de eurodólares a fines de los años ’60. Luego, apareció la llamada “diplomacia del dólar” a través de la cual Estados Unidos presionó (y sigue presionando) a todos los países del mundo para que acepten las nuevas reglas de juego de la “globalización” y liberalicen sus sistemas financieros locales a la entrada (y salida) de capitales internacionales.
El motivo no tan oculto de esta política es que la mayor parte de los negocios generados en el sector financiero internacional toman al dólar como moneda de referencia. Es decir, Estados Unidos promueve una política “liberal” porque los mercados “escogen” al dólar. El liberalismo, en la práctica, refuerza el poder del Estado norteamericano. Y esta crisis lo confirma. La demanda del sector financiero por dólares pone en evidencia que los contratos y deudas están nominados en esa moneda. Quien tiene obligaciones en una determinada moneda y se encuentra en aprietos para cumplirlas, tiene que vender alguna otra cosa –títulos públicos latinoamericanos, por ejemplo– para hacerse de liquidez y no caer en cesación de pagos. La importancia del dólar sobrepasa con creces el comercio internacional de Estados Unidos. El dólar es la moneda de entrada al sistema financiero internacional. Por bienintencionada que puedan parecer, la propuesta orientada a crear una nueva “arquitectura financiera internacional” constituye un ejercicio que peca de la misma ingenuidad liberal que cuestiona, ya que parece olvidar la estrecha y centenaria unidad entre el poder, el dinero y las finanzas.
Esto no significa que un país como la Argentina no deba tomar recaudos para controlar la entrada de capitales especulativos, proteger su sistema de pensiones, resguardar su moneda, acumular reservas (en dólares y títulos estadounidenses precisamente) para protegerse frente a eventuales tormentas financieras. Pero si estamos hablando del “sistema financiero internacional” no deberíamos ser ilusos. Sin dudas vendrán cambios importantes, pero ninguno de estos cambios será ajeno a las relaciones de poder y a las consideraciones geopolíticas.
* Profesor de la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro.
Por Guillermo Wierzba *
A principios de los setenta con la inconvertibilidad dólar-oro se cerraba un período signado por los acuerdos de Bretton Woods, cancelándose una época de predominio de la rentabilización productiva del capital. El modelo de regulación financiera asociado a aquel período se erigía sobre un esquema macroprudencial sostenido en normas estatales sobre la liquidez, el control cuantitativo de las relaciones entre préstamos, depósitos y capitales de las entidades financieras, la orientación del crédito y de las tasas de interés, y el rol de los bancos centrales como prestamistas de última instancia. Las condiciones regulatorias respondían a criterios que reservaban a las finanzas un carácter de auxiliar del proceso productivo.
La nueva fase que sobrevino ungió a la valorización financiera del capital como signo distintivo de su dinámica. Se caracterizó por la liberalización del movimiento internacional de capitales que desencadenó la “globalización financiera”. Esta condujo a la expansión y concentración bancaria, la conformación de conglomerados financieros que incluían bancos y otros intermediarios (fondos de pensión, fondos comunes de inversión, compañías de seguros), el crecimiento del papel de bancos internacionales en desmedro de los locales, el despliegue de los mercados de capitales, la irrupción de derivados -–con un volumen siempre creciente—, y una desmedida innovación financiera. Este “nuevo orden” implicó un atractivo incremento de ganancias para el capital, basado en la especulación financiera.
Su ámbito regulatorio son los acuerdos del Comité de Basilea. Esta institucionalidad es ajena a los organismos de la comunidad internacional y generó una regulación de carácter microprudencial, basada en el resguardo de la solvencia de los bancos, que carece de un enfoque sistémico. Las crisis financieras nacionales y regionales prenunciaron un final, que se desplegó en el actual colapso, y evidenciaron el fracaso de la regulación y arquitectura financiera internacional vigentes.
La construcción de un sistema financiero internacional más justo y estable requiere de: a) discusiones que deben realizarse en el marco de una institucionalidad que garantice la participación de los gobiernos de todos los países de la comunidad internacional. b) el desarrollo de las arquitecturas financieras regionales (como la de nuestra América latina), siendo éstas constituyentes sustantivas de ese nuevo diseño.
El eje de la regulación financiera de los mercados locales tendrá que ser de carácter macroprudencial, atendiendo a las condiciones de regulación de la liquidez y crédito, y previendo intervenciones contracíclicas que desestimulen la subestimación del riesgo en el auge y su sobreestimación en la fase descendente. Deberá impedirse la existencia de inversiones de riesgo fuera del balance de las entidades. Se tendrá que prohibir la existencia de productos financieros complejos respecto de los cuales los agentes que asumen el riesgo estén fuera de condición para una comprensión general sobre los mismos.
El tamaño y las actividades de las entidades financieras deberán ser controlados y limitados por la Supervisión. El conjunto de políticas deberá proveer a sustituir el papel jugado por las descalificadas “calificadoras” por medios idóneos que garanticen la evaluación del riesgo. Las economías subdesarrolladas han de recuperar su capacidad para estimular el crédito de largo plazo utilizando la regulación como instrumento que permita orientar el destino de los préstamos. Los acuerdos internacionales apuntarán también a reconstruir un flujo de crédito público y multilateral que desprivatice el financiamiento del desarrollo.
Las modificaciones en los mercados financieros locales no completan por sí solas los cambios necesarios en las regulaciones a las finanzas internacionales. El corazón de la liberalización financiera internacional debe ser revertido: es imprescindible imponer normas sobre los movimientos internacionales del capital que reduzcan sustantivamente la volatilidad y la dimensión de flujos especulativos. Los encajes sobre la entrada de capitales son un buen instrumento. Recobra vigencia la propuesta de la “tasa Tobin”, como impuesto a las transacciones de divisas adoptada por la comunidad de naciones, que reduciría el movimiento de capitales internacional y acumularía fondos para financiar el desarrollo.
Es necesaria la reestructuración de la arquitectura financiera internacional. El FMI, el Banco Mundial y el ámbito de Basilea son inadecuados para la nueva etapa. Se impone un nuevo enfoque sobre desarrollo y estabilidad financiera, sustentado en principios de multilateralismo en la decisión, disminución de las asimetrías entre naciones, revitalización de la institucionalidad regional e impulso de la equidad social.
* Director del Cefid-AR.
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