ECONOMíA › LA INFORMALIDAD LABORAL SIGUIó EN DECLIVE EN EL CUARTO TRIMESTRE DE 2008
Los trabajadores no registrados suman más de tres millones. Son el 37,8 por ciento de los asalariados, 1,5 punto menos que a fines de 2007. La crisis de 2002 había llevado la informalidad a casi el 50 por ciento, pero la media histórica era del 20.
Según el Indec, el trabajo en negro retrocedió en el cuarto trimestre de 2008 a 37,8 por ciento del total de asalariados. En el mismo período de 2007, la informalidad afectaba al 39,3 por ciento, con lo cual hubo una caída de 1,5 punto porcentual en el transcurso de un año. Si la comparación se traza con el tercer trimestre de 2008, el número crece también 1,5 punto, ya que en ese momento se encontraba en 36,3 por ciento. Sin embargo, la comparación correcta para evaluar la tendencia es la interanual. Después de haber alcanzado un pico de 49,7 por ciento en octubre de 2003, el empleo no registrado fue en permanente declive, en línea con la recuperación del mercado laboral y de los mayores controles del Ministerio de Trabajo. Aun así, la informalidad se encuentra apenas por debajo del nivel de 2001 y todavía lejos de la media histórica.
La medición del Indec es sobre una Población Económicamente Activa de 11,2 millones de personas en 31 aglomerados urbanos. De ese universo representativo de la situación laboral en el país, el 76,4 por ciento eran asalariados en el cuarto trimestre y 23,6 por ciento eran no asalariados (básicamente cuentapropistas). Sobre el 76,4 por ciento de asalariados, el 37,8 no estaban registrados: tres millones diez mil personas. Los datos surgen de una ampliación de los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares que presentó ayer el Indec. La desocupación, en tanto, se encuentra en 7,3 por ciento.
En la década del 80, el empleo en negro promediaba el 20 por ciento. En 1990 saltó a 25,2, y de ahí en más hubo una escalada continua, al mismo tiempo que se profundizaba la flexibilización laboral y se desmontaba la fiscalización estatal. En 1995 ya era de 30,3 por ciento, en 2000 llegó a 37,4 y en 2001 trepó a 38,5. La crisis de 2001-2002 lo llevó al nivel astronómico de 49,7 por ciento a fines de 2003. Es decir que recuperar todo lo perdido en aquel entonces llevó cinco años.
Las personas que trabajan en negro sufren sus consecuencias en distintos planos: no acceden a la obra social, están privados de las asignaciones familiares, no tienen derecho al seguro de desempleo, no aportan para su jubilación y no tienen garantizadas las vacaciones pagas ni el aguinaldo. Pero lo que es tanto o más grave es que a igual cantidad de horas trabajadas, los empleados no registrados ganan entre 50 y 60 por ciento menos que aquellos contratados en blanco.
El norte del país es la zona con mayor grado de informalidad. En el noroeste el empleo no registrado representa el 45,3 por ciento (47,2 por ciento hace un año), mientras que en el noreste alcanza al 44,0 por ciento (45,5). Les siguen Cuyo, con 39,9 por ciento (40,6), y la región Pampeana, 36,1 (38,4). La mejor situación laboral se vive en la región patagónica, con 23,5 de empleo en negro (24,9). En la ciudad de Buenos Aires el empleo en negro afecta al 29,0 por ciento de los asalariados, frente al 28,3 del cuatro trimestre de 2007. En el Gran Buenos Aires, en cambio, bajó a 40,6 por ciento desde el 42,7 de un año atrás.
Del mismo informe del Indec surge que la peor situación en materia de empleo la sufren las mujeres de hasta 29 años. En este caso ya no se trata de empleo en negro, sino de desocupación. El 15,4 por ciento de ellas está desocupada (aunque eran el 16,4 hace un año). Un escalón más abajo se encuentran los varones de hasta 29 años, con una tasa de desempleo de 10,6 (antes 9,8). La desocupación en las mujeres de entre 30 y 64 años es de 6,3 por ciento, y entre los hombres de la misma edad, de 4,1.
Por otra parte, el organismo oficial divulgó otro informe que muestra la composición del gasto familiar por escala social. Los datos corresponden al área metropolitana. Dividida la sociedad en cinco quintiles, el más adinerado destina el 23,3 por ciento de sus ingresos a alimentos y bebidas, frente al 31,3 del quintil de menores ingresos. En cambio, en esparcimiento la relación es inversa: los más ricos gastan el 12,1 por ciento de su presupuesto y los más pobres, 8,7.
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