Sáb 18.04.2009

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

Think tank

› Por Alfredo Zaiat

La crisis global con epicentro en la potencia mundial ha abierto la puerta para empezar a debatir ideas, estructuras y políticas en el ámbito económico que durante décadas se habían erigido en verdades absolutas. La caída del Muro de Wall Street no ha sido sólo la explosión de una burbuja especulativa de una exuberancia irracional del capitalismo, sino que ha puesto en terreno de discusión una forma de pensar y abordar la cuestión económica. Esto no significa que el poder financiero dominante y hoy golpeado vaya a retroceder sin dar batalla. Es probable que se repliegue para preparar la reconstrucción de su hegemonía dado que aún preserva importantes espacios en el ámbito de decisiones políticas, en organismos multilaterales, en las tecnoburocracias y en centros difusores de ideas denominados think tank. La penetración de concepciones financieras para el análisis del complejo universo de la economía ha sido lo suficientemente profunda para aún sobrevivir al actual derrumbe. Si bien en una magnitud irrelevante ante la debacle global, la crisis argentina de 2001 expresó el fracaso del neoliberalismo y lo dejó en evidencia como un modelo de exclusión. Pero superado el shock del desmoronamiento y con la recuperación de la economía, esas ideas han vuelto a exponerse con bastante vitalidad. Incluso en un contexto internacional que no es muy propicio para esa corriente, porque su fracaso global es tan ostensible que resulta una extravagancia doméstica la potente presencia de sus abanderados en la política y en la economía. Existen varias razones para comprender ese renovado vigor del pensamiento neoliberal y su influencia cultural en un sector de la población. Una de ellas refiere a la debilidad de los partidos políticos y a la dificultad para constituir fuerzas sociales que puedan canalizar la ausencia de esos espacios de expresión. Esa fragilidad empezó a manifestarse con la salida política de la hiperinflación, se profundizó en la década del ’90 y fue contundente con el estallido de 2001. Pero esa debilidad no se refleja solamente en alianzas oportunistas o en candidaturas controvertidas en los momentos de la contienda electoral, sino en la capacidad que perdieron gran parte de los partidos o fuerzas políticas de ser protagonistas del debate de ideas. Como fruto de la lógica impuesta por el predominio del mercado, esa tarea quedó en manos de grupos de técnicos e intelectuales reunidos en think tank, destacándose los dedicados a temas económicos.

En estas semanas de intensa batalla en la esfera de la política por las próximas elecciones aparece un reclamo generalizado acerca de que no se discuten ideas. Pese a que el oficialismo plantea que lo que estará en puja será entre dos modelos económicos diferentes y, por lo tanto, se juegan concepciones encontradas, esa carencia tiene su origen en que los think tank han pasado a ocupar el ámbito de debate o elaboración de proyectos para ser ofrecido al poder de turno. La administración kirchnerista no ha cedido a la tentación de apropiarse de cuadros técnicos e iniciativas a libro cerrado de ese tipo de centros de estudios, pero también ha renegado de tener uno propio o una articulación con grupos cercanos, como el reunido en el Plan Fénix u otros con una visión desde el progresismo más o menos crítica. Esto se traduce en un escenario lábil cuando propone ese debate económico. También es cierto que esos cuadros técnicos no podrían haber venido de la estructura del PJ, porque ese partido político como los otros, además de la pérdida de densidad y legitimidad social, no los tiene en forma orgánica. En los primeros años de la democracia recuperada los partidos tradicionales invertían recursos en formar y preparar técnicos para elaborar políticas que luego se llevarían a la práctica en caso de acceder al poder. Pero esa tarea quedó marginada y el mercado de los think tank ha ocupado ese lugar.

El término think tank, que se ha traducido como “laboratorio de ideas”, tiene su origen inmediato en la Segunda Guerra Mundial. El investigador del Centro Argentino de Estudios Internacionales Ariel González explica que, “si bien la palabra think tank nació luego de la Segunda Guerra Mundial haciendo referencia a una habitación segura donde podían discutirse planes y estrategias, y se utilizó por primera vez en los años ’50 para describir a las organizaciones de investigación por contrato, como la RAND Corporation, la mecánica y la esencia de estas instituciones cuasiuniversitarias nacieron a principios del siglo XX”. En el documento Radiografía de los Think Tank en el diseño de la política exterior: un abordaje exploratorio, González destaca que una característica singular de las TT de esa época era su interés por “despolitizar el proceso político”, particularidad que se mantiene hasta ahora. En un relevamiento para un ranking global, realizado por Foreign Policy y la Universidad de Pensilvania, Filadelfia, Estados Unidos, se detectó la existencia de 5465 think tanks en 170 países de todo el mundo.

“Las fuerzas profundas que impulsaron este crecimiento sideral fueron la interrelación creciente de expertos con el sector empresario y político que llevó a impulsar institutos con tendencia ideológica marcada”, apunta González. Esos centros apuntan a vincular sectores empresariales, políticos, académicos y –en este último tiempo con mayor énfasis– el de los medios masivos de comunicación. González precisa que el objetivo de ese tipo de instituciones es el de ser el centro de una telaraña conectando a cada uno de esos sectores. Para lograr este objetivo requiere de tres condiciones: 1) preservar la credibilidad, 2) ganar la atención de los que deciden y 3) asegurarse financiamiento.

Este último aspecto resulta clave para comprender el predominio de centros de estudios del sector privado que luego pasan sus técnicos al Estado para cuidar el interés de grupos empresarios. Grandes firmas y bancos son el sostén financiero de muchos think tank, que por lo tanto se convierten en difusores de ideas, en arquitectos de proyectos y, finalmente, en ejecutores de iniciativas que benefician a sus “filántropos”. Así, profesionales que muestran el aura de independientes son técnicos de think tank que se instalan en espacios del poder político o en medios de comunicación para impulsar políticas públicas que vienen a servir a intereses sectoriales. Varias de esas organizaciones también ofrecen servicios de consultoría cuando en realidad se presentan como instituciones académicas. Se transforman así en instrumentos de presión de determinadas elites políticas y económicas, que se sirven de ellas para alcanzar mayor influencia.

Los think tank hoy son un supermercado de ideas que emplea a profesionales de distintas disciplinas para influir en la sociedad a través de los medios de comunicación y, por lo tanto, para impactar en la opinión pública. Se presentan con una oferta difícil de rechazar por las fuerzas políticas porque vienen a cubrir la deficiencia que tienen para formular políticas. Uno de los modelos exitosos de think tank en Argentina ha sido el de Fundaciones de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), que con el financiamiento de las grandes empresas nacionales y multinacionales tuvo una decisiva influencia con sus ideas para preparar durante la década del ’80 el proceso de privatizaciones que derivó en los años ’90. Otro think tank, la Fundación Mediterránea, directamente desembarcó en el Ministerio de Economía de la mano de Domingo Cavallo.

En el actual contexto político, económico y social, con un Estado que se recompone en forma muy lenta y con la licuación de las estructuras políticas tradicionales, ese tipo de organizaciones intervienen en forma creciente en el debate de las ideas, ya sean conservadoras o progresistas, aunque predominan las primeras. Ante esas carencias de las organizaciones políticas, la discusión sobre el modelo económico en disputa se desarrolla en otros ámbitos que no son las urnas y con otros protagonistas que no son los candidatos a un cargo electivo.

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