Sáb 23.11.2002

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Una caída permanente

› Por Julio Nudler

Con el desarme del corralito, Roberto Lavagna remueve –se diría que sólo simbólicamente, por los largos doce meses transcurridos y la irreversible licuación patrimonial causada– uno de los elementos que contribuyó a diferenciar la actual crisis argentina, dándole la profundidad y la permanencia de una destrucción institucional. Por aquí pasa, precisamente, la distinción entre lo que podría considerarse sólo como una prolongada recesión/depresión, que puede dejar paso a una etapa de veloz recuperación y crecimiento para recobrar el vasto terreno perdido, y un fenómeno por completo diferente, de otra gravedad. Este consistiría en una sensible merma en el Producto potencial de la economía, es decir, en la riqueza que puede generar y el bienestar que puede prodigar. En este caso, ni pensar que en algunos años pueda recuperarse el nivel de vida promedio anterior. El empobrecimiento es permanente. Se podrá volver a crecer, pero a un ritmo demasiado lento. No hay retorno al país que fue, con su ingreso per cápita promedio, salvo en el largo plazo y con reformas muy profundas y trabajosas.
Una semana atrás, Guillermo Mondino presentó en Tucumán, en el encuentro de la Asociación de Economía Política, un trabajo en el que analiza precisamente la discusión entre “optimistas” y “pesimistas” a propósito del verdadero carácter de la crisis. Antes del corralito y de la masiva fuga de capitales que se precipitó desde mediados del 2001, la idea dominante era que la economía estaba viviendo un largo y doloroso ajuste deflacionario, que iba corrigiendo el retraso del tipo de cambio y la consiguiente falta de competitividad.
Ocurrido el colapso, se lo interpretó como el estallido de una caldera, que no aguantó la presión combinada de un peso sobrevaluado, el exceso de deuda pública, las adversas condiciones externas y algunas políticas desafortunadas. Este diagnóstico implicaba suponer que la devaluación, la flotación cambiaria, más una adecuada renegociación de la deuda y una mejor performance fiscal, permitirían revertir rápidamente la caída. En unos años, este derrumbe sería apenas un mal recuerdo.
Sin embargo, el alud no había arrasado sólo algunos (muchos en realidad) puntos de PBI sino también valores como la cultura del crédito y la validez de los contratos, y la confianza en su cumplimiento. Al destruirse toda la estructura de transacciones intertemporales, el país pasó a operar de contado. No contándose con la palanca del crédito, hacen falta mucha más energía, más recursos, para lograr un mismo resultado, y por tanto el Producto alcanzable por una economía que funciona sin financiación es mucho menor. También su ritmo de crecimiento será más pausado.
Quienes atribuyen importancia clave a la destrucción institucional sufrida no creen que será posible crecer significativamente mientras no se encaren reformas exhaustivas en la política, la justicia, la organización federal, etc. Como nada de esto se hizo hasta el momento, tendría poco de extraño que demoren tanto los primeros signos de reactivación. La economía sigue en el pozo porque ha perdido, con carácter permanente, una gruesa porción de su anterior capacidad de generar riqueza. De hecho, el PBI cayó 20 por ciento en los cuatro años que van del segundo trimestre de 1998 al de 2002.
Para calcular cuál es la pérdida de Producto potencial, Mondino comienza por señalar que el stock de capital con que cuenta la economía se redujo un 3 por ciento por efecto de una inversión neta negativa. En el caso argentino, esto resulta en una caída del 1,5 por ciento en el PBI potencial. Pero hay también una significativa mengua en el empleo. Aunque por el bajón del salario real y el mayor costo del capital habrá una sustitución de capital (equipos, máquinas) por trabajo, la oferta laboral disminuirá. Mondino estima su disminución de largo plazo en un 8 por ciento, por factores como la desnutrición, el desaliento o la emigración. Ello a su vez determina un descenso del 4 por ciento en el Producto potencial.
Por ende, sumando la caída de los factores productivos se llega a un decremento del 5,5 por ciento en ese PBI potencial. Pero éste sería sólo el impacto inmediato. En el largo plazo se multiplica el efecto cuando todo cae: la inversión, la incorporación de tecnología y la fuerza laboral. Utilizando cierta fórmula econométrica, Mondino concluye que el Producto por trabajador se resentirá en el largo plazo un 35 por ciento, bastante más que lo sucedido hasta ahora. Esto significaría, no sólo que la caída experimentada es de carácter permanente, sino que además continuará, a menos que se realicen las correcciones imprescindibles.
Mondino, que prefiere distanciarse de los pesimistas, no cree que la caída vaya a continuar porque espera que la inversión se recupere. Pero advierte que, para ello, es preciso recrear mecanismos de acumulación. Reconoce, sin embargo, que la alta tasa de interés (la estima en un 15 por ciento real) conspirará contra el repunte de la inversión, cuya rentabilidad debería aumentar por la vía de otros mecanismos, como una mayor productividad de los factores de producción.
En una visión que no tome en cuenta la destrucción institucional, determinada por el (para muchos inevitable) colapso de la convertibilidad, con una tasa de desocupación del 21,5 por ciento hay seguramente mucho margen para aumentar el Producto sin chocar contra límites en la capacidad productiva, habiendo además una marcada subutilización de las instalaciones fabriles. Sin embargo, reutilizar mano de obra no será tan sencillo porque la devaluación golpeó a los servicios (no transables), que ocupan el doble de trabajadores que el sector transable (industrias), favorecido éste por el dólar alto. Además, es mucho más difícil mover fuerza laboral de los servicios a la industria que al revés.
Valiéndose de cierto modelo, y calculando que la tasa de desempleo estructural ronda entre 12 y 13 por ciento para la Argentina actual, Mondino presume que con medidas orientadas a regenerar actividad económica podrían recuperarse entre 7 y 8 puntos porcentuales, pero que de los 20 puntos en que cayó el PBI, 12 ó 13 no serían recuperables, constituyendo una pérdida permanente, sólo superable a largo plazo mediante cambios decisivos en las instituciones políticas y económicas.
Se diría que desmantelar el corralito es un guiño en esa dirección, pero apenas un guiño.

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