ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: TOMA DE FáBRICAS Y AUTOGESTIóN OBRERA
La recuperación de fábricas por parte de los trabajadores tuvo su apogeo durante la crisis de 2001. Sin embargo, los emprendimientos continuaron desarrollándose. Un protagonista y dos académicos analizan cómo evolucionó la experiencia.
Producción: Tomás Lukin
Por Melina Deledicque * y Mariano Féliz **
Las experiencias de autogestión obrera han tomado impulso en la Argentina en los últimos años. Fueron los trabajadores desocupados quienes retomaron los ideales autogestivos en su lucha por resignificar los planes sociales arrancados al Estado para crear emprendimientos colectivos autoorganizados. Su lucha no era sólo por la inclusión social (empleo asalariado), sino por el cambio social a través de la creación de espacios de trabajo digno. En paralelo, la historia argentina es rica en procesos de toma de fábricas y autogestión obrera, desde la batalla por el Frigorífico De la Torre llegando al proceso que comienza en los ’80 y se multiplica en 2000/1, y que da cuenta de varios miles de trabajadores que han decidido apostar al autogobierno o autogestión: una práctica a través de la cual deciden impulsar un proceso por autoorganizar sus espacios de trabajo, sus comunidades y sus proyectos productivos.
La autogestión enfrenta la mediación del capital como actor social en la producción. La relación empleado-patrón desaparece y con ello el trabajo asalariado como forma de valorización del capital. Anulado el capital, empieza a recrearse una forma de trabajo digno, no alienado, una forma de asociación libre de trabajadores.
El capitalismo se organiza en torno de la explotación del trabajo y la primacía de la ganancia. La autogestión rechaza la acumulación por la acumulación misma. El proceso de producción ya no valoriza al capital sino valoriza a los propios trabajadores, cuyo trabajo concreto y su producción concreta pasan a tener prioridad.
Con esta forma de organizar la producción, las imposiciones “objetivas” del mercado se desnaturalizan. Los valores del capital (la ganancia como fin) comienzan a ser desplazados y entran a jugar otros valores. Se cuestionan las jerarquías impuestas por la forma de organización del proceso de trabajo capitalista ligadas a la necesidad que tienen los patrones de dominación política y división de los trabajadores. La gestión conjunta y solidaria torna al trabajo más productivo. Como todo el esfuerzo individual redunda en beneficios inmediatos a los productores directos aumenta la creatividad social y se multiplica la cooperación.
Además, permite reducir la división entre trabajo manual e intelectual, entre la concepción de las actividades y la ejecución de las mismas. La producción asociada permite no sólo la apropiación colectiva de los medios de producción sino que los trabajadores tienen la capacidad de apropiarse del conocimiento científico-técnico que da sentido a su trabajo. Pueden recuperar de esa forma el saber teórico y práctico de la totalidad del proceso de producción, jugando en esto un papel clave la rotación en los puestos de trabajo.
La autogestión tiene profundas implicancias en la subjetividad de los trabajadores que encaran –con esperanza– ese proyecto. Estos espacios de gestión y producción de la vida cotidiana, más allá de la lógica del mercado, alteran la identidad de quienes participan pues cambia la forma que tienen de relacionarse entre sí (con sus compañeros) y con el resto del pueblo. La práctica cotidiana de reflexionar al hacer permite avanzar en formas de interacción más libres y justas.
En este proceso se va creando una nueva cultura del trabajo y una nueva cultura política. Cuando alguien se acostumbra a autodeterminarse en una esfera de su vida (el trabajo) ya no aceptará sin chistar el autoritarismo y la sumisión en las otras (su vida familiar, el sistema político). Si la autogestión obrera conlleva la reapropiación colectiva de la producción socializada, ella permite avanzar en el espacio de la política en un creciente rechazo a la mediación del Estado, cuestionando la privatización de la política y reclamando la constitución de una nueva forma de gestión social, de amplia participación popular y realmente democrática.
Las prácticas autogestivas enfrentan sus límites en el marco de una sociedad dominada por el capital. Encuentran la dificultad de desplazar al mercado como espacio de venta de su producción, la compra de sus insumos y (parcialmente) la reproducción de la vida de sus familias. La necesidad de enfrentar en el mercado a empresas capitalistas limita la autonomía en la toma de decisiones. Estos son límites reales –no meramente normativos (producto de la falta de conciencia “socialista”)– y requieren el desarrollo de estrategias de mayor cooperación y articulación entre los proyectos autogestivos y los movimientos sociales.
En tal sentido, el proceso de autogestión productiva deber ser –y lo es– parte de un proceso más global de cambio social. Es parte de una práctica de construcción cotidiana de poder popular sobre la base de la autoactividad de los trabajadores.
* UNLP y Centro de Estudios para el Cambio Social.
** Conicet-UNLP y Centro de Estudios para el Cambio Social.
Por Mario Barrios *
La autogestión de empresas por parte de sus trabajadores constituye, en la actualidad, un modelo productivo cada vez más presente en la realidad económica argentina. A pesar de las trabas propias que impone la dinámica del capital y la ausencia de políticas de Estado serias para el sector, son cada vez más las cooperativas o empresas recuperadas que logran reactivar la producción garantizando fuentes de trabajo y salarios.
Este nuevo mundo de la autogestión es amplio y diverso pero sabemos que, para enfrentar la competencia del mercado y sus exigencias de productividad, necesitamos unidad de acción en función de estrategias que permitan proyectarnos en el mediano y largo plazo. En este sentido, desde la Unión Solidaria de Trabajadores (UST) partimos del supuesto de que no es posible la recuperación del trabajo sin la recuperación del territorio y, por lo tanto, la integralidad de nuestro modelo se basa tanto en la producción como en el desarrollo comunitario; cuyo sostén es la participación popular y el compromiso de los trabajadores, recuperando la conciencia de clase y conformando, dentro de la misma, un nuevo sujeto: el trabajador autogestionado.
La UST, enrolada en la Asociación Nacional de Trabajadores Autogestionados (Anta-CTA), es tan sólo una de las experiencias surgidas como consecuencia de las desastrosas políticas neoliberales de las últimas décadas en nuestro país. La decisión de Syusa (Grupo Techint), y de su sucesora (Estrans), de retirarse y dejar a los trabajadores en la calle llevó a que la comisión interna de delegados y los trabajadores decidamos, hace ya cinco años y con el apoyo de toda la comunidad, conformar la Cooperativa de Trabajo UST Ltda., encargada de las tareas de mantenimiento de áreas verdes, parquización, movimientos de tierra, mantenimiento de caminos internos e infraestructura del Centro de Disposición de Villa Dominico.
Esta economía integradora la desarrollamos a partir de la distribución del ingreso decidida en Asamblea. Del ciento por ciento del ingreso, resolvimos que la mitad vuelva a los trabajadores en salarios y garantizamos el acceso a todos los derechos que conquistó el movimiento de los trabajadores en nuestra historia (obra social, aguinaldo, jubilaciones, vacaciones pagas, etcétera). Cabe aclarar que estos derechos laborales no están contemplados en la legislación vigente porque no tenemos un marco jurídico para el trabajador autogestionado.
De la otra mitad, el 25 por ciento se invierte no sólo en amortizaciones sino en el incremento de capital fijo con el objetivo principal de generar más puestos de trabajo (nuestra planta de trabajadores pasó de 39 en 2004 a 92 en 2009). Finalmente, el restante 25 por ciento se orienta al desarrollo social de la comunidad (vivienda, educación, salud, recreación y niñez). Desde esta concepción, la inversión del excedente es una inversión para generar más puestos de trabajo e inclusión social en la comunidad. En este sentido, construimos 100 viviendas en Wilde (Barrio San Lorenzo), pusimos en funcionamiento el Bachillerato popular “Arbolito”, que cuenta con más de 50 alumnos y brinda título oficial (además, de implementar un convenio de extensión universitaria con la Unqui y otro de las mismas características que estamos por concretar con la UBA), construimos el Polideportivo, como eje articulador de todas las actividades recreativas y culturales, y estamos construyendo un centro de abaratamiento para el desarrollo de un mercado popular. También está en marcha el inminente centro de salud y el proyecto de un Centro Recreativo, educativo y de producción agroecológica, en la ribera de Villa Dominico, entre otros.
Todo esto es posible en la medida en que llevamos a la práctica “la integralidad” trabajo-territorio, es decir, la retroalimentación entre la producción y la organización social, como red de contención y apuesta a la participación popular. Simplemente buscamos recuperar esa “vieja subjetividad”, la noción de que todos somos trabajadores. Por ello, desde Anta proponemos, en el marco de la CTA, la sindicalización de los trabajadores autogestionados como herramienta política que oponga la igualdad y justicia social a la exclusión que imponen los sectores dominantes.
En este escenario, consideramos indispensable el desarrollo de políticas activas de Estado que reconozcan esta experiencia del campo popular y aporten a la consolidación de las mismas facilitando el acceso al crédito y elaborando un marco jurídico que reconozca al trabajador autogestionado. Si ello ocurriera, se estaría aportando a la consolidación de esta experiencia de clase que construye la inclusión social con eje en el trabajo.
* Presidente de la Unión Solidaria de Trabajadores (UST) y secretario general de la Asociación Nacional de Trabajadores Autogestionados (Anta).
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