ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
No es usual que proyecciones realizadas por representantes del poder económico sean luego confrontadas con las cifras verificadas. En general, quedan en el olvido, ocultas, como si nunca se hubieran estimado ni provocado un estado de zozobra. En cambio, cualquier desliz retórico de algún representante de trabajadores o de organizaciones sociales es reiterado hasta el cansancio para desacreditarlo. Por ese motivo, resulta un alivio profundo cuando, con la paciencia suficiente para poder realizar las comparaciones correspondientes, se pueden empezar a cotejar los dichos con la realidad. Varios han sido los pronósticos en materia económica que luego quedaron descolocados con la propia evolución de las principales variables. Pero existen dos que merecen destacarse por los protagonistas involucrados, porque afectaba la sensibilidad de la sociedad y por el eco que los acompañó en la cadena nacional de medios privados. Se trata del trigo y la carne. Líderes del sector del campo privilegiado, tanto los tradicionales reaccionarios de la Rural como los que fueron en algún momento progresistas de la Federación Agraria, aseguraron a lo largo de este año que no había duda de que en 2010 se tendrá que importar trigo y carne para poder abastecer el mercado interno. No hay mejor camino para desmoronar esas sentencias del miedo que analistas e instituciones del propio sector las desmientan con datos contundentes. Resultan pertinentes porque brindan la oportunidad de distinguir de aquí en más la calidad de los discursos económicos, más aún ahora que están confluyendo en un solo bloque de presión cámaras industriales y del campo.
En el rescate de las estimaciones sobre la cosecha de trigo ha sido inestimable la colaboración del blog “Una bengala perdida”, que en un reciente post recuperó algunas definiciones de colección:
n César Gagliardo, presidente de Artegran, sostuvo que el área de siembra caería estrepitosamente, con lo cual, para la próxima campaña que empieza en mayo, no descarta una producción de entre 4 y 5 millones de toneladas que “ni siquiera alcanzarían para abastecer la demanda de los consumidores. La Argentina se vería en una situación crítica, ya que por primera vez tendríamos que salir a buscar trigo al exterior” (Infobae, enero 2009).
n “Si se diera el caso de una siembra de 2,0 a 2,5 millones de hectáreas, como han expresado dirigentes rurales, bien podría presentarse la necesidad de importar, con inevitables consecuencias en los precios de la harina y del pan. Una primera sugerencia será volver a las fuentes del progreso, eliminar las retenciones, que de todos modos no proveerán ingresos fiscales, y abrir las compuertas del comercio” (La Nación, junio de 2009).
El ministro de Agricultura, Julián Domínguez, adelantó que la presente cosecha de trigo será de 8,5 millones de toneladas, que la exportación del excedente de ese grano está abierta y que “hay un horizonte espectacular”, con Entre Ríos registrando una cosecha record cercana al millón de toneladas. Esas cifras y perspectivas no fueron desmentidas por analistas ni instituciones vinculadas al sector. De todos modos, ese optimismo oficial se compensa con la visión del último panorama agrícola semanal de la Bolsa de Cereales. En ese informe se afirma que “tentativamente no puede aguardarse a nivel nacional un tamaño de la cosecha mayor a las 7,5 millones de toneladas”, aunque previene que puede ser menor por factores climáticos. Una y otra cifra, la del Gobierno y la del propio sector, se ubican por encima de las 6 millones de toneladas necesarias para abastecer al mercado interno. O sea, no habrá que importar trigo en 2010 como atemorizaron dirigentes de la Mesa de Enlace. Esto no implica que por la sequía y el avance de la soja (cubrirá 19,0 millones de hectáreas frente a las 17,7 de la campaña anterior) el presente ciclo del trigo no haya sido mediocre. Ni que el Gobierno tenga una elevada cuota de responsabilidad por no haber sabido instrumentar una consistente política de precios para los productores trigueros, dejando actuar a las grandes exportadoras que los exprimen. En todo este proceso, que por cierto es controvertido y con fuerte raíz política, lo concreto es que no se tendrá que importar trigo.
Respecto de la actividad ganadera, se ha reiterado el mismo comportamiento. Se anunció con tono dramático que faltará carne en 2010 y que los precios internos se dispararán, además de asegurar que son muy malas las perspectivas para los productores. En un reciente documento de la FAA se afirma que “en poco tiempo, tal vez en 2010, tengamos problemas para abastecer incluso el consumo interno de carne”. Al igual que con el trigo, la opinión de expertos del sector es la mejor fuente para exorcizar fantasmas, así como también el doble discurso que expresan dirigentes de la Mesa de Enlace según el interlocutor de turno (notable fue escuchar la adaptación discursiva de Eduardo Buzzi en radio Continental y en Canal 7 el jueves pasado, con diferencia de un par de horas). Las siguientes son sentencias de especialistas de la ganadería:
n La ganadería argentina enfrentará “no menos de tres años de excelentes oportunidades”, pronosticó el analista Víctor Tonelli en una Jornada Ganadera organizada por la región Mar y Sierras del Movimiento CREA en la ciudad de Tres Arroyos, a principios de noviembre. Esto será así, según Tonelli, “a partir de la recuperación de la oferta forrajera y de los precios hacia fines de este año”.
n “Por el momento, el posible faltante de carne es más utilizado como argumento político para reclamar medidas de apoyo que como una realidad próxima a concretarse”, aseguró el periodista especializado Carlos Nasif. Para agregar que “es cierto que no será un año sencillo para la ganadería el que viene y, seguramente, muchos productores cambiarán de actividad o modificarán sus actuales estructuras. Pero la problemática ganadera viene desde hace tiempo”.
La situación de la producción ganadera viene arrastrando dificultades por deficiencias en la política sectorial del Gobierno, en carencias productivas y de inversión para la modernización de los propios productores, en el impacto negativo de la última sequía y en el espectacular ciclo agrario, con la soja ocupando el rol de vedette de la actividad en el campo. Por esa razón resulta paradójico el reclamo de una disminución de las retenciones a la soja que exponen los principales dirigentes mediáticos del sector, cuando esa medida perjudicaría al resto de las actividades, en especial a la ganadería y a la lechería. El panorama ganadero ofrece un escenario de menores saldos exportables, con precios internos en alza, que requerirá la intervención pública para que ese aumento sea absorbido por las elevadas tasas de ganancias de los eslabones intermedios de la cadena cárnica para que no alcancen al consumidor. En este caso, al igual que en el trigo, no se presentan condiciones que deriven en la necesidad de la importación. Del mismo modo esto no implica que pequeños y medianos productores ganaderos no se encuentren en estado delicado, y que el Gobierno no ha mostrado una política estable para el sector, privilegiando a los grandes empresarios de feed lot (engorde en corral).
Las carencias propias del sector y las que expone la estrategia oficial describen un cuadro complejo de la producción agropecuaria. Esas debilidades compartidas no otorgan pasaporte para instalar el temor en la sociedad sobre dos productos sensibles de la canasta de alimentos de la población. Ahora que las cifras y análisis sectoriales muestran que no habrá necesidad de importación de trigo y carne en 2010, aquellos pronosticadores de fatalidades tienen la oportunidad de hacer un acto de contrición.
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