ECONOMíA
Precios, salarios, dólar y pobres, menú del verano
Antes de que el índice inflacionario de enero le golpee en la cabeza, Roberto Lavagna intentará que el rebrote no arruine su foja de ministro.
› Por Julio Nudler
Mañana comienza la nueva gran apuesta de Roberto Lavagna. Ya mostró que la hiperinflación fue sólo la predicción apocalíptica de los gurúes liberales que, en el fondo, nunca entendieron cómo funciona la economía. Ahora su apuesta es evitar que varios puntos de alza en los precios minoristas durante el estío agraven más aún el cuadro social y compliquen las maniobras políticas del duhaldismo. Los precios, el dólar y los pobres son variables complicadas, que el ministro tratará de manejar con una mezcla de instrumentos, algunos de los cuales recuerda de los tiempos en que integraba el gabinete económico de Raúl Alfonsín, más de tres lustros atrás. Antes de saltar a la cancha se le derramó la leche, bruscamente encarecida en las góndolas, pero Lavagna prefirió por el momento contener su ira. Mientras se aguardan los acontecimientos, quizá valga la pena repasar los términos en que están discutiéndose, a alto nivel económico y monetario, algunas cuestiones clave de esta canícula. Una posibilidad es empezar por los salarios.
- ¿Cuál es el mejor camino para subir el salario real (es decir, su poder adquisitivo)? Una vía es permitir que la actual oferta excedente de dólares en el mercado cambiario reduzca el tipo de cambio, induciendo así una caída en los precios internos (deflación), que automáticamente reforzará el poder de compra de los asalariados. Sin embargo, la posición del Ministerio de Economía es que la baja del dólar no se trasladará a los precios, sino que será capturada por productores, industriales y comerciantes para recuperar sus márgenes de rentabilidad. Por tanto, se pagarían los costos de un dólar abaratado (menor ingreso fiscal por retenciones y peligro de un posterior rebote de la divisa, invirtiendo las expectativas) sin obtener los beneficios esperados. Además, el retroceso del dólar minaría el empuje de las dos supuestas locomotoras de la reactivación: las exportaciones y la sustitución de importaciones. Por ende, no sólo no habría recuperación del salario real por caída de precios: tampoco habría subas del salario nominal (y probablemente real) por efecto de la reactivación. De todas formas, no hay que perder de vista que toda esta línea de política económica se apoya en un supuesto cuya validez no puede demostrarse: que un descenso del dólar, de suficiente magnitud (a 3 pesos o menos) y carácter permanente, no se trasladaría a los precios internos. Si ese supuesto fuera falso y los precios de todos modos bajaran respondiendo a una merma del tipo de cambio, aún quedaría una duda considerable: ¿puede haber reactivación en medio de una deflación? Esta es naturalmente depresiva porque induce a postergar las compras y aumenta las tasas de interés en términos reales, desaconsejando producir a costos de hoy para vender a precios (menores) de mañana.
- Más allá de todas las especulaciones teóricas y de los deseos del equipo económico, en el Banco Central se preguntan si se está concretamente en condiciones de sostener el tipo de cambio, contrarrestando la tendencia del mercado. Los objetivos están, ¿pero existen los instrumentos? Economía quiere mantener un dólar alto, pero al mismo tiempo teme que las cuantiosas compras del BCRA para evitar que caiga, con la consiguiente inyección multiplicada de pesos, desaten una escalada inflacionaria. En otras palabras: que la oferta monetaria supere a la demanda, y así el dinero no deseado por los particulares se dirija a los bienes, convalidando su encarecimiento.
- Como ocurre con cualquier espectáculo, cada cual lo evalúa a su manera. Una película o una pieza teatral son vistas de diferente modo por cada espectador. Esto mismo puede ocurrir con el dólar y con los restantes precios. Respecto de aquél, ya alguien deslizó desde el BCRA una pregunta de difícil respuesta: ¿está revaluándose el peso o devaluándose el dólar? En otros términos: si la gran moneda patrón se está debilitando frente al euro y el real, por nombrar sólo dos ejemplos significativos, ¿no será su declinación en el mercado cambiario argentino parte del mismo fenómeno? En definitiva, sólo se trataría de un rasgo más de “normalización” en la situación económica nacional. ¿Comprarán muchos este argumento?
- También la suba de precios que reflejará el IPC durante este verano dejará espacio para la controversia. Los monetaristas culparán a la expansión de medios de pago, y por tanto al Banco Central. Pero éste buscará demostrar que el respingo del índice no guarda relación alguna con el programa monetario. Los combustibles subieron porque el barril de crudo se fue a las nubes por Irak y Venezuela. Las prepagas aumentan las cuotas por los costos dolarizados de los servicios de salud. La sustitución del turismo al exterior por el de cabotaje acentuará el impacto estacional de este consumo sobre la estadística. Todo esto es cierto, pero también es verdad que con menos pesos dando vueltas habría más restricciones para remontar los precios finales.
- Lo que Roberto Lavagna pretende, en el fondo, es mostrar que él puede manejar los precios relativos. Por ejemplo, elevar las tarifas de los servicios públicos, pero al mismo tiempo conseguir que bajen los valores de la canasta básica de alimentos. Es cierto que La Serenísima le asestó una cachetada en la víspera misma del inicio de las negociaciones, anunciando un aumento en los lácteos. Pero el ministro no se dará por vencido. El necesita demostrarle a Eduardo Duhalde que puede compatibilizar dólar alto con alimentos más baratos, reduciendo así el masivo número de pobres e indigentes. La empresa no es sencilla: se trata de mover los precios relativos a contramano. Que después de una tremenda devaluación, suban los no transables (servicios, salarios) y bajen los transables (alimentos). Esto no es precisamente lo que suele ocurrir después de las devaluaciones, y tampoco ocurrió en el caso argentino 2002. Salvo que se crea que ese proceso de reacomodamiento en las relaciones entre los precios ya concluyó y puede ingresarse en una segunda etapa, en la que se reacomodan un poco las cargas. Contra las ilusiones de Lavagna están quienes muestran, con el IPC en la mano, que el traslado de la devaluación de los precios al consumidor fue en el año de apenas 17 por ciento, y que fatalmente tiene aún camino por recorrer. Y aunque en alimentos, específicamente, el traslado promedió el 30 por ciento, también puede tender a acentuarse, sobre todo si se confirma la buena tónica en el precio mundial de algunos bienes primarios que exporta el país. Para contrarrestar estas fuerzas, Economía intentará cortar los vasos comunicantes entre el mercado externo y el interno mediante acuerdos diferenciales, con estímulos impositivos, subsidios y cierta intervención en la cadena de formación de precios, además de la posible elevación de retenciones para rebanar un poco más el dólar exportador de ciertos productos sensibles. Así como con los Planes para Jefes y Jefas de Hogar Desocupados pudo maquillarse la estadística del desempleo, quizás estas nuevas medidas resulten un buen afeite para los índices de precios.
- Tampoco son de efecto inequívoco las medidas de aflojamiento del control de cambios. El primer paquete de disposiciones liberalizadoras, que en teoría debían posibilitar y generar una mayor demanda de dólares, no torció la tendencia bajista de la divisa. No obstante, en el Central no se muestran sorprendidos por esta aparente contumacia del mercado. Es que cuando alguien desbloquea la salida, la consecuencia más probable es que estimule una mayor entrada. Facilitar la remesa de dólares al exterior puede tener como resultado un mayor ingreso neto. Uno entra a un lugar si sabe que después podrá salir. De todas formas, la liberalización proseguirá, no para evitar que el dólar baje, sino porque es bueno para las empresas y para la economía, según dicen. Mientras tanto, la exacerbación de la lucha política en los próximos meses podría estimular una fuga preventiva de capitales, y regalarle a Economía la demanda de moneda extranjera que tanto desea. No hay mal que por bien no venga.