ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
La crisis internacional más devastadora desde el crac del ’29 ofrece la oportunidad de revisar ciertos conceptos referidos al vínculo de los países con su deuda y el mercado financiero. Que exista esa posibilidad no significa que sea aprovechada, pero, a diferencia del período previo, se presentan las condiciones para revisar ideas consideradas incuestionables durante años. Algunas provienen de las corrientes del pensamiento crítico, como la que sostiene que la deuda externa sigue siendo una restricción relevante de la economía doméstica. Otras emanan de los sectores conservadores, como la que reclama la necesidad de la colocación de deuda en la plaza internacional como signo de recuperación de confianza de operadores del exterior.
Esta última misión puede tener el objetivo de definir una tasa de interés por debajo de los dos dígitos para facilitar líneas de financiamiento externas al sector privado. También puede pretender que se exhiba de ese modo el respaldo de inversores internacionales. En el pasado se ha transitado ese sendero sin beneficios considerables. La estrategia de colocar deuda en el mercado externo, como la del bono Global 2017 entregado por los intereses caídos de bonos en default en el último canje, implica resignar la jurisdicción nacional en caso de pleitos. Teniendo en cuenta el antecedente de la cesación de pagos y la intensidad de los juicios entablados en Tribunales de Estados Unidos y Europa contra Argentina, esa cesión de soberanía en materia judicial no resulta muy alentadora. Más aún con la referencia inmediata de los Tratados Bilaterales de Inversión. En la década pasada bajo el paradigma neoliberal y las recetas del Consenso de Wa-shington se argumentaba que así se alentarían inversiones extranjeras supuestamente protegidas de los riesgos de la inestabilidad política e institucional de países denominados emergentes. La característica distintiva de ese tipo de tratados fue la resignación de soberanía del Estado argentino, ya que esos convenios establecieron la prórroga de jurisdicción en favor de tribunales arbitrales. En caso de controversia, en lugar de intervenir la Justicia argentina, entiende un tribunal de arbitraje (Ciadi, dependiente del Banco Mundial). Por ese motivo, el país afronta más de treinta demandas millonarias ante el Ciadi, con suerte diversa, a raíz de supuestos incumplimientos de los TBI.
Existe un entusiasmo asombroso en la plaza financiera y en el Ministerio de Economía por la posibilidad de emitir una ampliación del Global 2017 u otro título similar a una tasa por debajo del 10 por ciento anual. Ese papel de deuda se colocaría bajo normas de legislación internacional, como en la segunda ronda del canje, sin detectarse la necesidad imperiosa de conseguir esos fondos por esa vía. A nivel local se registran importantes excedentes, como la abundante liquidez contabilizada por los bancos, que más que alcanzarían para suscribir esa emisión de deuda, bajo jurisdicción local. Esta opción implicaría dejar atrás esa trampa que colocan en el camino de las economías periféricas grandes bancos de inversión y calificadoras de riesgo con la colaboración de voceros locales. La debacle de las potencias económicas facilita el escenario para ampliar los márgenes de autonomía respecto del capital financiero externo, y una de esas formas sería no reiterar el error de emitir deuda bajo legislación internacional.
Esta opción implicaría definir con autoridad, ya superada la etapa del default del 2001, aunque resta la normalización con el Club de París, que la estructura de la deuda pública y su intervención en el patrón de acumulación del capital han registrado una transformación notable en estos años. El Ministerio de Economía no muestra mucho esfuerzo en precisar esos cambios puesto que insiste con que sería un logro la emisión de deuda en el mercado internacional a tasas de un dígito. Tampoco expone el programa financiero y el cuadro de los pasivos externos, entre otras variables clave. Es llamativa la pobreza del sitio de Internet de esa dependencia en ese campo informativo; no así en las actividades del ministro. Esto colabora para que el tema de la deuda permanezca en el debate público como si no hubiera cambiado nada de la economía local y mundial.
Para muchos analistas de la centroizquierda e izquierda resulta más sencillo mantener los esquemas rígidos de evaluación, inalterables en el tiempo, porque permite transitarlos por el camino conocido. Pero hoy la deuda no es una restricción para la economía, ni por magnitud ni por su horizonte de vencimientos, ni por las condiciones de la economía global (tasas bajísimas, commodities en alza y nuevas potencias en ascenso). Se trata de una cuestión sustancial debido a que la continua expansión de la deuda desde 1976 hasta el default y la resolución del corralito se ha constituido en uno de los más formidables obstáculos para el crecimiento del país. Investigar los responsables de ese período resulta necesario para comprender los cambios cualitativos y cuantitativos de la etapa que se abrió a partir de la renegociación de la deuda en cesación de pagos.
La escasa información oficial sobre la deuda es cubierta por un interesante documento elaborado por el Estudio Bein & Asoc. Default no... ¿Investment grade? Luego de mencionar que fue como armar un rompecabezas a partir de la información segmentada publicada por los organismos estatales, Bein alcanzó a determinar la composición de las tenencias de deuda en el sector público. Es un dato muy relevante para evaluar el grado de importancia de la deuda como restricción del desarrollo económico y, por lo tanto, cuál es el margen de acción de la política económica. Del total de la deuda pública, que ascendía a 154.229 millones de dólares a fines del año pasado, unos 60 mil millones son pasivos intra sector público (títulos en manos de la Anses, Banco Central y otras dependencias oficiales). Se sabe que la refinanciación de esa deuda no genera ninguna dificultad, como se observa en usuales operaciones que realizan todos los tesoros de los países desarrollados y potencias emergentes. Esto implica que la deuda neta sin esos pasivos desciende a 94.143 millones, que se reduce a 77.934 millones sin considerar las obligaciones con organismos internacionales (Banco Mundial y BID, entre otros). Con esas cifras la relación de la deuda que flota en el mercado y el PBI se ubica en apenas el 25,1 por ciento. Para fines de este año, esa porción de la deuda habría descendido a 72.800 millones, 20,8 por ciento del Producto. Bein explica que “las cancelaciones netas con superávit financiero hasta 2007, la licuación de la deuda indexada a partir de entonces (calculó que la subestimación de la inflación generó un ahorro de 78 mil millones de pesos, equivalente a 19.700 millones de dólares al tipo de cambio actual), la estatización de los fondos de pensiones, la colocación de letras a organismos intra sector público y la compra de deuda en el mercado a precios de default, junto con un fuerte crecimiento del PIB en dólares (parte por cantidades y parte por caída del tipo de cambio real) generaron un desplome en el ratio deuda a PIB que flota en el mercado”.
De acuerdo con la investigación de Bein, respecto de fines de 2005, cuando ya se había concretado el primer tramo del canje de la deuda en default, la caída de ese ratio alcanza a 30 puntos porcentuales y a 31 mil millones de dólares en términos nominales. “La trayectoria del desendeudamiento en el mercado como consecuencia del no acceso al crédito no sólo se sostuvo sino que además se profundizó”, señala Bein, para agregar “a pesar del hecho de que la política fiscal siguió siendo sistemáticamente expansiva” diluyendo el superávit de las cuentas públicas. La estrategia de desendeudamiento genera como contrapartida una fuerte caída de las necesidades de financiamiento en el mercado, que se reduce aún más con la oportuna utilización de reservas para aplicarlas a cancelación de obligaciones. A la vez, con el saldo positivo de las cuentas externas, la recuperación del excedente fiscal y las generosas reservas del Banco Central, el margen para el manejo de la deuda se vuelve muy holgado y, si se quiere, evita ingresar en el circuito especulativo del capital financiero externo.
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