ECONOMíA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Suponer que en junio del año pasado un setenta por ciento orgánico votó contra el oficialismo fue un abuso de la estadística o una simplificación interesada. La negatividad frente al Gobierno es un factor determinante en cualquier elección, en este sur o en otras latitudes, pero las críticas se diseminaron en distintas ofertas, para nada idénticas, para nada amalgamadas. Producida la victoria de un colectivo virtual, comenzó la disputa por la porción mayor de ese patrimonio. Esa competencia se exacerba a medida que se acercan las presidenciales, máxime tomando en cuenta que el kirchnerismo recuperó terreno.
El juego de la silla es frenético, las críticas entre aliados potenciales crecen en estridencia e intolerancia. Los poderes económicos les piden unidad, pero los dirigentes no pueden en aras de tal quimera resignar sus intereses propios, la lógica de sus partidos, sus necesidades cotidianas.
Algunos datos objetivos, tan menospreciados en las crónicas-promedio, ayudan a comprender cuán difícil es unificar personería cuando se ocupan diferentes espacios de poder, con distintas ideologías y persiguiendo fines no homogéneos. Por ejemplo, como estudió el politólogo sueco Perogrullo Larsson, un gobernador tiene una serie de tareas, urgencias y necesidades diferentes de un legislador. He ahí uno de los factores para que Hermes Binner actúe distinto de Elisa Carrió, Luis Juez o Francisco de Narváez. No es el único pero sí muy relevante, aunque esté de moda subestimarlo.
Todas las mañanas de un gobernador (si no nos cree, pregúntele a Mauricio Macri) son el amanecer de un día agitado. Las demandas son acuciantes, tanto de modo estructural como coyuntural. No es moco de pavo mantener la gobernabilidad de una provincia como Santa Fe, con un tejido social complejo y una estructura económica diversificada. Un legislador del Grupo A puede situarse en los antípodas del gobierno nacional todos los días. Si la Casa Rosada explica que el sol sale por el Este y se pone por el Oeste, cualquier repúblico dirá lo contrario, se indignará ante las mentiras, conseguirá un constitucionalista mediático que le dé razón. Como el archipiélago opositor no construye su programa futuro, sino que tiene como misión principal desacreditar a la Presidenta buscando su veto, ni siquiera tiene que someterse al teorema de Baglini.
El menú cotidiano de un senador o un diputado papabile es consagrarse a su armado político, laburar si cabe en el Congreso y pensar a qué programa de cable concurrirá o qué camisa se pondrá para cenar con un megaempresario.
La agenda de un mandatario provincial es más sofisticada y más exigente. Sabe que necesita tener liquidez y solvencia, que la “caja” es algo imprescindible. Está forzado a tener relación cotidiana, dialéctica, con el gobierno nacional y con las intendencias, fuera cual fuera su color partidario. Debe atender a las necesidades rutinarias de la administración y a imprevistos que le pueden costar la carrera.
Binner ha conseguido para el socialismo la primera gobernación de la historia, es un patrimonio formidable, que vive puesto en jaque. El régimen federal es capcioso, la coparticipación debe reformarse, pero las exigencias para la respectiva ley-convenio son incumplibles. Así las cosas, un mandatario provincial debe tirar y aflojar permanentemente con la Nación, con un sentido práctico (lo que no es sinónimo de amoral ni de corrupto) del que puede prescindir quien teoriza ante un micrófono.
Binner tensa la cuerda en algunas ocasiones, en otras acuerda, de eso se trata la política. La provincia de Santa Fe (a instancias de su gobierno socialista) demandó al Estado nacional ante la Corte Suprema de Justicia. El tribunal viene analizando el expediente. No es un secreto que aspira a que esos conflictos no lleguen a sentencia y se zanjen políticamente. Pero, aunque se aplicara a resolverlo, tardaría mucho tiempo.
El gobernador ha rezongado más de una vez a la Presidenta por la distribución de los impuestos nacionales. Hizo esfuerzos por mejorar la recaudación de impuestos provinciales, incluso vía una moratoria que tuvo buenos resultados. Las moratorias tienen buena acogida cuando los contribuyentes ven un horizonte favorable, en otras etapas no pagan. He ahí un sondeo más preciso que algunas encuestas. Pero aun con esos recursos frescos (y transitorios) la provincia cubre el 30 por ciento de sus necesidades corrientes, según el ojímetro del líder socialista. Parece poco, pero es una marca alta si se confronta con otras provincias, las del NOA y el NEA llegan a la mitad, siempre a ojo de buen cubero.
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Desde otros sitiales se puede ningunear el Fondo solidario de la soja, que remite dinero fresco cotidianamente. Los gobernadores piensan que es insuficiente pero que ayuda mucho.
La Asignación universal por hijo (AUH), establecida y solventada por la Nación, tiene un impacto enorme. Debatir sus carencias o sus límites de implementación es imperioso, tanto como percibir que ha mejorado la ecuación cotidiana de miles de santafesinos muy humildes, dinamizando las economías locales y el pequeño comercio. Un gobernador registra esos avances, trata de capitalizarlos en beneficio propio. No lo tienta cuestionar los progresos ni obstaculizarlos.
El alegato de Binner a favor de mantener las retenciones a la soja como prerrogativa del Ejecutivo no expresa sumisión, sino sentido común. Sus premisas son diferentes de las de varios de sus aliados porque son diversas sus circunstancias.
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El Grupo A no es uniforme desde el punto de vista ideológico. Las diferencias se potencian en simultáneo con las internas. Ricardo Alfonsín, Margarita Stolbizer y Binner no piensan igual que los peronistas federales, los cívicos o la mayoría de los radicales. Los legisladores socialistas acompañaron (en un caso propiciaron) iniciativas progresistas del kirchnerismo: la ley de medios, el matrimonio igualitario. Sosegado en sus modos, Binner bancó las presiones de los multimedios y de la clerecía católica. Elisa Carrió, que ahora despotrica contra él, también se bifurcó del socialismo en esos relevantes debates.
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La UCR es un partido con implantación nacional, el socialismo domina un territorio y sobrevive en algunos. Los otros referentes del Grupo A carecen de armado partidario, son individualidades con alguna potencia electoral. Algunos han gobernado, pero ahora la mayoría no tiene un distrito a conservar sino a ganar o a recuperar: Eduardo Duhalde, Felipe Solá, De Narváez, Carrió, Juez, Carlos Reutemann.
Binner, como Macri y como la gobernadora fueguina Fabiana Ríos, se enfrenta a una ecuación distinta. Más allá de los anhelos nacionales, es prioritario conservar su feudo en 2011. Llegó a la gobernación en alianza con los radicales y los cívicos, cuya gravitación es bien distinta. Los radicales tienen una estafeta, un comité y concejales en cada pueblo, para empezar. En muchos, también intendentes. El de Santa Fe, la capital provincial, es una figura con proyección: se llama Mario Barletta. Los boinas blancas apuran a los socialistas para que sea candidato a gobernador por la versión doméstica del Acuerdo Cívico y Social. Suena a reclamo excesivo, acaso con ánimo de regateo, pero los socialistas deben manejarse con pies de plomo para no traspapelar un aliado esencial, máxime si Lole Reutemann se anota en esa carrera. Todos, radicales y socialistas, precisan que para el año que viene los santafesinos estén conformes con su posición económica y la asocien a la gestión gubernamental. Las personas del común suelen votar por muchas causas, sus intereses concretos priman en ese combo. Solo un aprendiz en política, como lo son tantos cronistas, puede imaginar que orienta sus preferencias fundándose en la dureza de los discursos.
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El maximalismo del Grupo A es, a menudo, una bravata subsidiada (por así decirlo) por la fe en el veto presidencial. De ahí proyectos muy precarios como el del 82 por ciento móvil resuelto en pocas líneas, sin indicar los recursos que lo financiarán.
Quienes gobiernan están condenados no a la esclavitud, pero sí a una racionalidad común, quizá menos explosiva que discursos flamígeros aunque más cercana al planeta Tierra. Cualquier gobernador frunce el entrecejo si se desfinancia al Estado nacional, porque sabe que esas campanas doblan por él. Lo hacen para consolidar sus proyectos, en defensa de las propias premisas. Lo mismo que hacen sus colegas-adversarios, que navegan más ligeros de equipaje, liberados de la tarea de gestionar.
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