Jue 28.10.2010

ECONOMíA  › OPINIóN

No les tenía miedo

› Por Alfredo Zaiat

La muerte tiene una inmediata e ingrata cualidad de suspender el tiempo, en ese instante parece que no hay antes y después, sino un intervalo de nada. Es un espacio nebuloso, de conmoción. A ese shock de duración incierta le continúa el momento de reflexión sobre lo realizado y los dilemas sobre los desafíos por venir. Esa tensión, expresada en lo pasado y el futuro, se presenta con la angustia de la pérdida. Esto también tiene en términos políticos su forma de manifestarse, siendo un factor fundamental para abordar la cuestión económica durante el período inaugurado por Néstor Kirchner, puesto que esa tensión ha sido una característica dominante de estos años y que lo seguirá siendo en los próximos. Proceso con rupturas y continuidades en relación con un patrón de acumulación basado en la valorización financiera y de exclusión social que se agotó con la caída de la convertibilidad. Debate que no ha podido alcanzar hasta ahora la densidad suficiente debido a que no se reconoce, en algunos por mezquindad política y otros por limitaciones conceptuales, que el kirchnerismo es una expresión que ha hecho crujir estructuras del poder tradicional. Esa tensión dialéctica sobre lo que es y no es del recorrido de la economía desde 2003 adquiere hoy mayor dimensión por las transformaciones y las consiguientes disputas ante el repentino fallecimiento de la persona que las lideró.

El desplazamiento de los centros de decisión del gobierno de la figura denominada “economista rey”, ese profesional que establecía qué es lo que se podía hacer y no hacer en materia económica, con un supuesto saber técnico, pero que era inminentemente político e ideológico conservador, ha sido una de las contribuciones más relevantes de Kirchner en la indispensable batalla cultural sobre el sentido común. Ese cambio conceptual sobre lo que significa la economía y el ministro a cargo, como un espacio donde se dirimen intereses y poder, y la acción política, como ordenador del rumbo económico, es lo que permite comprender con mayor complejidad las diversas iniciativas de estos años. También las resistencias y el miedo que provocó Kirchner.

La más abultada cesación de pagos de la deuda a nivel mundial tuvo como desenlace también la renegociación con la quita más elevada de que se tenga registro. En dos etapas, una en 2005 y otra en 2010, ese proceso tuvo la impronta Kirchner, por la audacia en el aspecto de los números y en el desparpajo desafiando al poder financiero. Fue la referencia ineludible que incorporó el Ecuador de Rafael Correa para hacer frente a los acreedores. Sólo la intención de confundir a sectores sensibles con ese tema derivó en una imaginaria comparación de ambos procesos, que colocaba la experiencia argentina como desventajosa. La furia del mundo de las finanzas globales hacia el kirchnerismo y el castigo al país vedando el acceso al crédito voluntario en el mercado internacional son pruebas suficientes de lo que han significado el default y la posterior reestructuración.

Clausurar la injerencia del Fondo Monetario Internacional en asuntos internos de la economía, previa cancelación de la cuenta total por unos 10 mil millones de dólares, ha implicado un avance extraordinario. La posibilidad de ejercer la soberanía de la política económica, con sus aciertos y sus debilidades, es un hecho notable teniendo en cuenta los antecedentes de las últimas décadas. Esas misiones de mediocres técnicos de Washington, recibidos por el establishment con pleitesía, recorrían los senderos señalados por economistas de la city, amplificando los reclamos del poder económico. La veda a esos mensajeros del ajuste, que hoy son convocados por tradicionales voceros del neoliberalismo, ha posibilitado ampliar los estrechos márgenes de autonomía de la política económica. Varios aumentos a jubilados, control de capitales especulativos, retenciones a exportaciones agropecuarias, el fin de las AFJP, acumulación de reservas, pago de la deuda con reservas, integración latinoamericana, entre otras medidas, hubieran sido censurados por un organismo multilateral desprestigiado resucitado por las potencias del G-20.

Las rupturas y continuidades lideradas por Kirchner son expresión de un proceso de transformación en construcción, en búsqueda de la coalición social que permita su profundización. La notable recuperación del aparato industrial convive con la dificultad de no haber podido todavía modificar el patrón de especialización productiva basada en materias primas e insumos industriales difundidos (acero, aluminio, petroquímica). La estatización de empresas públicas, rompiendo la lógica de que sólo los privados son buenos administradores, cohabita con el manejo de servicios públicos por parte de conglomerados privados con escasa vocación inversora. Esa deficiencia es saldada con un Estado inversor generando una estructura híbrida de regulación en un sector sensible para el presupuesto de la población. La firme política de negociación con grupos económicos en materia de precios, con debilidades en su instrumentación y destacada vocación de intervención pública, coexistió con la crisis del Indec. Esto último fue la acción que más castigó a Kirchner, no por lo que era una necesidad de realizar cambios en el Instituto sino por la forma y la deficiencia en la estrategia de comunicar ese objetivo. Esto se ha convertido en el mayor erosionador de su liderazgo social al poner en jaque la legitimidad de la palabra oficial, grieta que facilitó el reingreso de las fracasadas voces conservadoras en materia económica en el espacio público.

Por esa fisura el poder económico encontró la trinchera para enfrentarse a un proceso político que empezó a desnudarlo. A ese mismo poder lo exaspera que los trabajadores a través de sus organizaciones sindicales hayan podido recuperar derechos y capacidad de negociación en la mesa salarial. Nunca antes hubo un período tan prolongado de vigencia de convenciones colectivas. Se empezó a desmontar la estructura de flexibilización laboral de los noventa. Quedan asignaturas en esa materia, como la forma de contratación de tercerizados, situación que emergió con dramatismo en la última semana, y la persistencia de un elevado porcentaje de empleo en negro. Pero, a diferencia de otras experiencias políticas, en ésta existe conciencia de ese problema.

De todas esas iniciativas, muy relevantes en el ondulante camino de la reconstrucción socioeconómica luego de la devastación neoliberal, sobresale la decisión de liquidar el más fabuloso negocio especulativo con los aportes previsionales de cada mes de los trabajadores activos. El fin de las AFJP es la muestra más contundente de hasta qué punto la voluntad política puede romper con el cerco que imponen el poder y sus economistas bien pagos. Casi ningún político se hubiera atrevido a tanto precisamente por la contraparte que estaba enfrente. Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner no tuvieron miedo. Esa medida, que abrió la puerta para la iniciativa más importante en reconocimiento de derechos sociales como la Asignación Universal por Hijo, explica en gran parte el cambio de posición frente al kirchnerismo de los principales grupos económicos. Cuando se los interpela sobre su oposición a una política que les ha facilitado ganar mucho dinero y que todavía les permite seguir contabilizando utilidades crecientes, no se incorpora en ese análisis el impacto que les provocó el fin de las AFJP. Están convencidos de que a partir de ese momento la tradicional forma de hacer negocios, que traducen en su-bordinar al poder político a sus intereses, se ha alterado. Eso los incomoda e inquieta.

Las evidentes fortalezas y audacias que demostró Kirchner para avanzar en transformaciones económicas y el convencimiento que expresaba de las carencias a saldar son, como canta desde sus entrañas Liliana Felipe, el miedo que le tenían porque no les tenía miedo.

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