ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
Una idea recurrente es que la economía tiene que ser manejada por un súper ministro, un primus inter pares. La experiencia argentina ofrece varias muestras de ese desequilibrio. La dictadura tuvo a José Alfredo Martínez de Hoz; Carlos Menem, a Domingo Felipe Cavallo; y Fernando de la Rúa llegó al paroxismo de juntar en un mismo gabinete a seis economistas, para luego depositar su destino en Cavallo. Así le fue. En la fase de la globalización con hegemonía conservadora, la economía pasó a ser un ámbito exclusivo de los especialistas a quienes se les debía rendir tributo por su conocimiento. La presencia de un ministro todopoderoso se impuso en el país en un período dominado por el pensamiento neoliberal. Esa misma corriente evalúa que con la muerte de Néstor Kirchner se fue también el súper ministro de Economía del período inaugurado en 2003, revelando de ese modo que entienden poco y nada de lo sucedido en los últimos años. Siguen considerando que es necesario un hombre entendido en el tema por encima del resto para el manejo de la economía. Kirchner demostró que lo aconsejable para obtener resultados positivos es el camino opuesto. Expuso en la práctica con todo rigor que lo indispensable es el liderazgo político sobre la orientación económica. Impuso que la economía debe subordinarse a los objetivos políticos, y no al revés. Se trata de una rebelión cultural del sentido común, que enfrenta fuertes resistencias porque ha desnudado, de forma humillante, la fragilidad técnica y la sumisión al poder de supuestos dueños del saber económico.
El extravío sobre el lugar que cada uno debe ocupar tuvo su máxima expresión cuando dos ex ministros de Economía, considerados exitosos y por encima del resto de sus colegas de Gabinete, pensaron que podían ganar elecciones presidenciales o el Gobierno de la Ciudad. Las urnas no les brindaron las satisfacciones esperadas y regresaron al rincón. A lo largo de estos años se les preguntó a ex funcionarios si Kirchner sabía de economía. Algunos sostenían que no, otros afirmaban que había aprendido y unos pocos le reconocían ciertos conocimientos básicos. Ese interrogante tiene esa matriz tecnocrática de considerar que la política económica es un área reservada para expertos, a quienes el poder elegido por la voluntad popular debe someterse. La pregunta en esos reportajes, que hubiera incomodado a esos colaboradores que pasaron al llano, podría haber sido por qué si Kirchner no era economista y desplazó del trono la figura del ministro de Economía, en ese período se creció a tasas muy elevadas durante tantos años, se amortiguó la peor crisis internacional desde el crack del ’29, se redujo en forma considerable el desempleo y la pobreza, se emprendió un inédito desendeudamiento y se empezó a reconstruir el aparato industrial. La respuesta ausente, que seguirá oculta por esa corriente conservadora, es que la acción política ha sido dominante para la definición del objetivo económico. Es una instancia histórica notable que el liderazgo político haya determinado el ordenamiento económico, dando vuelta lo que se había naturalizado: que el poder político debe estar al servicio de los economistas del establishment. Esto es la subordinación de gobiernos a todas las demandas de las corporaciones, como ha sucedido en décadas pasadas.
El avance extraordinario de que un liderazgo político ejerza la hegemonía en el complejo espacio económico no implica por sí solo garantía de éxito. Representa una importante conquista en la disputa cultural ante el saber convencional, pero no necesariamente se debe considerar que toda decisión política en materia económica sea acertada. Es virtuosa y necesaria la soberanía sobre la política económica, pero ésta puede tener buenos o malos resultados. La elección de los ejecutores de esas decisiones también influye en ese saldo, puesto que esos funcionarios pueden tener mayor o menor habilidad para alcanzar las metas propuestas. En última instancia, de eso se trata la seducción y desafíos de la política, con sus éxitos e intentos fallidos. Y Kirchner, ejerciendo el liderazgo político en el rumbo económico, ha contabilizado resultados en ambos sentidos. Desconocen a Cristina Fernández de Kirchner quienes minimizan su capacidad de liderazgo en el escenario económico. Ha dado más de una muestra al respecto, como la valiente decisión de mantener el control de capitales pese al furioso lobby de la Bolsa. En el propio recinto, ante financistas y autoridades bursátiles, los mandó al psicólogo.
Comprender ese tipo de funcionamiento de la administración kirchnerista, que revalorizó el lugar de la política en la gestión cotidiana, facilita el abordaje de complejos y contradictorios acontecimientos económicos de estos años. Esa forma de ejercer el poder en el área económica no se traduce en que no se requieran técnicos especializados en la materia. Sus aportes son esenciales para fortalecer las metas propuestas. Brindan las imprescindibles herramientas de variada gama en la búsqueda de un determinado objetivo. Kirchner los tuvo y Cristina Fernández de Kirchner también. Como se mencionó, algunos de esos aportes fueron útiles (pagar deuda con reservas) y otros sólo colaboraron para entorpecer la consolidación de un sendero de transformaciones (el plan con el Indec).
Esa forma de ejercer el poder sobre la economía, actitud insolente que otros pudieron tener la intención pero no se animaron y otros directamente ni se lo propusieron, ha abierto un espacio de debate interesante. El elenco estable de economistas del establishment sigue dominando el discurso en gran parte de los medios y en los ambientes empresarios. Se sabe que son incansables en la tarea de confundir. Sin embargo, en estos años de cuestionamiento a ese lugar del economista rey y a instituciones internacionales símbolo de las recetas del ajuste (FMI) provocaron el surgimiento de otras voces. Centros de estudios heterodoxos, organizaciones académicas, blogs de pensamiento crítico ingresaron a la discusión revalorizando el papel preponderante de la política en la economía. Kirchner fue un atrevido en ese desafío, abriendo la posibilidad de que se haga costumbre.
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