Lun 01.11.2010

ECONOMíA  › TEMAS DE DEBATE: LO QUE ENCONTRó CUANDO LLEGó Y LO QUE DEJó ATRáS CUANDO SE FUE

El legado económico de Kirchner

Los especialistas destacan que el ex presidente no sólo propuso una agenda transformadora que recuperaba el ideario de la justicia social y la democratización, sino que, además, lo empezó a concretar, ampliando derechos políticos, económicos y sociales.

Producción: Tomás Lukin

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Demostró que era posible

Por Matías Kulfas *

Podría exponerse un largo inventario de medidas, obras y logros de Néstor Kirchner en su gestión presidencial, pero no creo que pase por allí su principal legado. Kirchner planteó y ganó una batalla mucho más importante que cualquier acción de gobierno: demostró que es posible recuperar la senda de la transformación, enfrentando poderes establecidos, desmembrando tabúes y desarticulando mitos. Todo ello a partir de planteos ideológicos formulados con sencillez, con una sólida voluntad política y con una notable capacidad de construcción política. Su legado no es una obra en particular, es haber demostrado que es posible avanzar en una nueva etapa de ampliación de los derechos políticos, económicos y sociales.

Hay cosas que no resultan sencillas de comprender hoy sin una mirada retrospectiva. El neoliberalismo había logrado no sólo imponer su agenda de políticas públicas, sino también su batalla cultural. Las políticas basadas en la solidaridad, la inclusión social, el pleno empleo y el desarrollo productivo habían cedido lugar a la centralidad del mercado, la “eficiencia”, el individualismo y la mirada hacia un primer mundo que era presentado como cercano. Un montón de cosas quedaban afuera de la agenda y de la práctica política. No sólo la gran cantidad de masas de trabajadores que perdían su empleo y pasaban a formar parte de un ejército de excluidos. También se consolidaba un discurso de la imposibilidad.

Cuando a finales de esa década oscurantista la crisis golpeaba con toda su contundencia, ese discurso se afianzaba aún más. No se podía discutir las elevadas tarifas de los servicios públicos porque se vería afectada la seguridad jurídica. Menos aún las rentas monopólicas que detentaban dichos servicios, los grandes ganadores de la década del ’90. Tampoco se podía cuestionar la convertibilidad, a pesar de que era una fábrica incesante de desocupados y cierres de pymes. Ni hablar de temas tan sensibles como los derechos humanos: era imposible reabrir los juicios a los responsables del terrorismo de Estado.

No se podía discutir el modelo económico, ni las privatizaciones, ni las rentas monopólicas, ni la penosa situación de sobreendeudamiento explosivo que amenazaba mes a mes a la economía argentina.

Ni hablar de la Suprema Corte de Justicia, la de la mayoría automática, la cual convalidaba una a una las arbitrarias medidas del Poder Ejecutivo, como el rebalanceo de las tarifas telefónicas que significó una nueva y brutal transferencia de ingresos hacia los oligopolios telefónicos.

Luego sobrevino la más grave crisis económica y social de la Argentina contemporánea. Se habló de banca off shore como mecanismo para recrear el sistema financiero, es decir, de renuncia a tener bancos que puedan operar dentro del territorio nacional. Se hablaba de provincias inviables, y de la necesidad de regionalizar la Argentina. De privatizar los bancos públicos. Predominaban decenas de cuasimonedas en casi todas las provincias. Y hasta en algún afiebrado laboratorio de una universidad estadounidense se escribió un documento que sostenía que el país no tenía futuro si no se creaba un comité de gobierno integrado por notables del exterior.

La Argentina estaba para cualquier cosa. Por eso no dejó de sorprender que Kirchner planteara no sólo una agenda transformadora que recuperaba lo más profundo del ideario de la justicia social y la democratización, sino que, además, lo empezara a concretar.

La mitad de las personas en edad de jubilarse estaban afuera de la seguridad social. Rápidamente se incluyó prácticamente al ciento por ciento. Los países nunca renegociaban sus deudas con sustantivas quitas, la norma era estirar los plazos ofreciendo más altas tasas de interés a los mercados. Kirchner planteó un canje de deuda con una quita del 75 por ciento. Y lo hizo. Tampoco era posible escapar de las auditorías del FMI, las cuales venían religiosamente al menos dos veces al año a monitorear la marcha de la economía y a exigir sus medidas de política económica. Kirchner les pagó con reservas, genuinamente generadas por la recuperación económica y del superávit comercial externo, y les dijo “hasta nunca”.

Parte de las rentas extraordinarias generadas por la devaluación comenzaron a ser redistribuidas mediante las retenciones a las exportaciones. Se implementó un sistema de tipos de cambio múltiple que permitió que no sólo el campo disfrutara de la bonanza: también crecieron la construcción, el comercio, los servicios y, fundamentalmente, la industria, la cual comenzó a generar nuevos empleos de manera sistemática por primera vez en treinta años. Más aún, cuando la afluencia de divisas por el salto exportador y el ingreso de capitales tendía a apreciar la moneda, Kirchner introdujo una nueva herejía: un encaje del 30 por ciento para los ingresos de capitales especulativos.

Los ejemplos abundan. La solidez del proyecto se confirma con dos avances estructurales de magnitud, ya en tiempos de Cristina Fernández de Kirchner en la presidencia: la estatización del sistema previsional y la implementación de la Asignación Universal por Hijo. Néstor Kirchner dejó mucho más que una obra de gobierno. Hoy, todos los sectores comprometidos con una sociedad más justa, incluso aquellos que no forman parte del kirchnerismo, saben que es posible seguir profundizando los derechos económicos, políticos y sociales en nuestro país.

* Presidente de AEDA-Director del Banco Nación.


El trabajo y el empleo

Por Enrique Deibe * y Marta Novick **

La Plaza del triste 27 de octubre y de los días subsiguientes tuvo una enorme concurrencia de jóvenes, trabajadores con sus cascos que alguno luego colocó sobre el féretro, cartelitos de gente humilde llenos de cariño y de agradecimiento como el escrito a mano por una viuda de un estibador portuario, Hugo Moyano diciendo que para los trabajadores después de Perón y Evita, venía Néstor Kirchner, y Hugo Yasky hablando de una marca en la historia argentina dejada por la presidencia de Kirchner. ¿Qué tienen en común estas situaciones aparentemente diferentes?

Quizá puedan explicarse por lo que Cristina Fernández de Kirchner dijo a poco de asumir como Presidenta: lo que define a este proyecto político es el “trabajo”. Y cuando se habla de trabajo, lo es como factor de inclusión social, como dador de ciudadanía, como fuente de derechos, como principal articulador entre la esfera económica y la social, como el nexo entre la macroeconomía y el bienestar de los hogares. Ha sido esta gestión la que volvió a plantear la importancia del empleo, la dignidad del trabajo, de la protección social, de relaciones laborales maduras y de una mejora en la distribución del ingreso.

Las políticas laborales y de empleo han sido un eje central de las políticas públicas desde el 2003, las que permitieron disminuir abruptamente el desempleo, lograr una baja importante en el empleo no registrado, una recuperación del salario real, una reducción de la pobreza y un significativo crecimiento de la cobertura de la protección social. Y esto comenzó desde el primer momento del gobierno de Kirchner. Y esto es lo que los trabajadores, los humildes, los mayores que no tenían acceso a la jubilación, porque habían perdido sus oportunidades laborales y toda esperanza, los jóvenes que recuperaron el futuro, reconocen y agradecen a Néstor y Cristina.

Estos días se recordó mucho que fue el ex presidente quien enfrentó a Bush y le puso un freno al ALCA en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata en diciembre del 2005. Lo que no recibió el mismo énfasis fue el lema propuesto por Argentina en lugar del libre comercio: “Crear empleo para erradicar la pobreza y garantizar la gobernabilidad democrática”. En esa línea, ya en el 2004 se había derogado la legislación flexibilizadora de los ’90, con un nuevo instituto que instalaba por primera vez en la normativa laboral de América latina la promoción del trabajo decente como objetivo de gobierno, y había comenzado una dinámica inédita y fructífera en materia de negociación colectiva.

En el 2002, el 21,5 por ciento de la población activa se encontraba desocupada, un valor nunca antes registrado en nuestro país. Esta situación cambió radicalmente a partir de 2003, momento a partir del cual se observó una reducción constante y significativa, que da como resultado que desde el cuarto trimestre de 2006 la tasa de desempleo tenga un valor inferior a los dos dígitos, luego de permanecer durante 13 años por arriba de ese valor. En el segundo trimestre de 2010, la tasa de desempleo alcanzó al 7,9. La negociación colectiva acompañó este crecimiento y aumentó su cobertura en un 43 por ciento, al incorporar a más de dos millones de trabajadores a las paritarias, mejorando sus ingresos, protegiendo sus derechos y garantizando seguridad social para ellos y sus familias. El incremento del empleo registrado y de la negociación colectiva permitieron la incorporación de dos millones de niños y adolescentes a las asignaciones familiares correspondientes a los hijos de trabajadores registrados. A ello debe agregarse que desde el 2009, la Asignación Universal por Hijo cubre a otros 3,6 millones de menores de 18 años.

Se recuperó la inspección del trabajo y la lucha contra el trabajo no registrado, y se reinstaló el salario mínimo –a partir de la convocatoria, en 2004 después de 13 años de inactividad, del Consejo del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo–, tanto en su rol institucional de promoción del consumo como en el de elevar los salarios más bajos de la escala. El salario mínimo se incrementó 820 por ciento respecto del valor que, sin modificaciones, había tenido durante todos los años ’90.

Estos números no sólo son resultado de políticas activas de empleo y trabajo, son el producto de un conjunto coherente de políticas públicas entre las que deben señalarse las monetarias y macroeconómicas, de inversión pública, de educación, de ciencia y tecnología. Estas son las líneas que sigue profundizando el gobierno de Cristina Kirchner.

Probablemente, los números se desconozcan (los medios monopólicos los ignoran o los tergiversan), pocos saben de las políticas específicas, sea para la defensa del empleo, para la recuperación del salario, para la extensión de la protección social (es mejor informar sobre noticias marginales o aplicar censura a las acciones de gobierno), pero sí lo saben los miles y miles que hoy tienen empleo, que tienen más dignidad, los mayores y los jóvenes que están más protegidos que pueden acceder a más bienes, y que, a pesar de la enorme tristeza, saben que hay un horizonte a defender. Esto es lo que todos pudimos ver y sentir con la gente presente en la Plaza, en la casa de Gobierno, en las calles, rindiendo homenaje a Néstor Kirchner. Y no se equivocan.

* Secretario de Empleo del Ministerio de Trabajo.

* * Subsecretaria de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio de Trabajo.

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