ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
La “revolución conservadora” estaba liderada por el congresista Newt Gingrich y el senador Bob Dole. Se había articulado en lo que se conoció como el Contract with America. Era un decálogo de evocaciones reaganianas cuyas metas principales eran la eliminación del déficit público junto a la de diversos programas federales, el aumento de los gastos militares, el alivio impositivo a las clases medias altas, el endurecimiento de la lucha contra el crimen y la restauración de los valores tradicionales en torno de la familia, la moralidad y la religión. Ese movimiento había obtenido una mayoría legislativa por el triunfo en las elecciones de medio término de 1994. Clinton recibió entonces un duro revés del Congreso, donde los demócratas quedaron en minoría: el Partido Republicano rechazó el presupuesto y paralizó al Estado. Esto implicó la suspensión del giro de fondos a Vivienda, Salud, Educación, Comercio, Justicia y a varios organismos. Obligó a cerrar varios departamentos federales por falta de dinero para financiar sus actividades y a despedir a empleados administrativos que realizaron una decena de huelgas que paralizaron los departamentos nacionales y el trabajo de los funcionarios. Gingrich fue el estratega de esa decisión al conducir la bancada republicana en el Congreso norteamericano durante la administración Clinton. Esa arremetida republicana fue el comienzo de la recuperación electoral de un golpeado Clinton, que en 1996 consiguió la reelección. Esa positiva reacción fue explicada por analistas políticos en que una parte del electorado que había votado a los republicanos se asustó del excesivo radicalismo del Contract with America en las partidas sociales, además de que Gingrich y su grupo no consiguieron abandonar la imagen de oposicionistas más interesados en desmantelar conquistas sociales que en construir sistemas alternativos.
La discusión sobre el Presupuesto 2011 adquirió características similares a las de la pelea Gingrich-Clinton en 1995, aunque aquí no hay riesgo de paralización del aparato estatal. La denominada ley de leyes, iniciativa relevante para el funcionamiento del Estado, se ha convertido en fango de batalla política con un rigor opositor inédito por la puja mediática y la cercanía del año electoral. El comportamiento dentro y fuera del recinto de las diferentes expresiones de la oposición, en desesperada búsqueda de movileros, reveló que ignoran el antecedente Gingrich. La estrategia tradicional es cuestionar el Presupuesto, criticar el rumbo que supone para la economía y de ciertos legisladores negociar cambios en función del interés de los distritos que representan (obras públicas, promoción industrial) o de grupos sociales o económicos (modificaciones impositivas). Después, a medida que avanza la ejecución del Presupuesto se les presenta la oportunidad de mostrar que tenían razón en sus observaciones, lo que derivaría en un incremento de la confianza de los electores. Ese juego político que se ha reiterado a lo largo de los años desde la restauración de la democracia, y que no es un rasgo particular del Congreso local puesto que es igual al de otros países, registró un acontecimiento original: la pretensión de fuerzas de la oposición de aprobar un presupuesto propio para que sea implementado por el oficialismo.
A ese frente de disputa política se agrega un segundo vinculado con las variables económicas. Consultoras privadas, organismos dedicados a evaluar las finanzas públicas y un reciente informe del Banco Ciudad, entidad comandada por Federico Sturzenegger, economista del opositor macrismo, coinciden en que el Presupuesto 2011 contempla un escenario macro que, a diferencia de otros años, se encuentra bastante en línea con el consenso del mercado, sobre todo en materia de crecimiento económico (+8,9 por ciento en 2010 y +4,3 por ciento en 2011). Algo similar ocurre con las previsiones del tipo de cambio, donde no se esperan mayores sobresaltos, con una depreciación nominal del 5 por ciento. La principal discrepancia aparece con el índice de precios y en la consiguiente subestimación del gasto público. La pérdida de legitimidad del sistema nacional de estadísticas en relación con el IPC habilitó la posibilidad del cuestionamiento general al Presupuesto. Aunque la elaboración de las proyecciones con la estimación de una inflación del 25 por ciento, como están definidas en los dos dictámenes de la oposición, también los descalifica. Ese porcentaje no tiene ninguna base sólida ni rigor técnico. La utilización de esas estadísticas por parte de fuerzas conservadoras no sería extraño, puesto que abrevan de las fuentes de consultoras de la city, que se especializan en pronósticos errados. Lo novedoso es que corrientes políticas que se denominan de centroizquierda las hayan imitado. Esos mismos diseñadores de un presupuesto opositor no están en condiciones de exhibir pergaminos con proyecciones económicas acertadas. En una búsqueda de archivo, el saldo los deja en una posición bastante incómoda: estimación del ajuste por la fórmula de la movilidad jubilatoria, de la evolución del PIB en 2010, de la tasa de desempleo y pobreza, entre otras variables, resultaron muy alejadas de lo que decían iba a ocurrir. El ex empleado del JP Morgan Alfonso Prat Gay había asegurado que este año habría estanflación (estancamiento más inflación). Su capacidad de predicción ha sido mediocre: la economía crecerá el 9,0 por ciento. La misma que han tenido economistas de la city y otros.
En relación con las proyecciones macroeconómicas, se trata de una cuestión conceptual sobre qué significan las metas establecidas en el Presupuesto. Si se considera que las cifras fijadas para la inflación, el tipo de cambio, el crecimiento del PIB es “lo que va a suceder”, se cae en la lógica de funcionamiento engañosa establecida por los economistas del establishment: parte de suponer que existen profesionales que saben qué pasará en la economía con precisión numérica. Como se ha probado en más de una ocasión en estos últimos años, ese sendero conduce a escenarios equivocados. En cambio, si esas proyecciones son fijadas como objetivos a cumplir, la discusión adquiere otra dimensión porque se debe debatir cómo alcanzarlas y, si se superan, cómo redistribuir los recursos excedentes.
En el debate del Presupuesto 2011 se ha presentado un peculiar escenario político: gran parte de la oposición de colores diversos unidos por la misma pasión ha elegido caminar por la calle Gingrich, desconociendo la suerte que corrió el líder republicano.
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