ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
Existe una mirada turista sobre la economía de Estados Unidos y Europa que desestima la existencia de una profunda desigualdad en esas potencias mundiales. El recorrido de placer por ciudades de países desarrollados, con sus imponentes edificios, autos modernos e infraestructura urbana eficiente, con la colaboración cultural de Hollywood ofreciendo al mundo el “sueño americano”, ha construido la idea de sociedades integradas y dinámico ascenso social. La crisis que estalló en 2008 y que aún no ha cesado ha permitido correr el velo sobre la situación laboral, social y de distribución del ingreso en esas economías. Un artículo publicado en el Financial Times detalla que el estadounidense promedio gana lo mismo en términos reales desde 1975; que los ingresos medios de las familias japonesas, después del pago de impuestos, cayeron en el decenio finalizado en 2005; que los salarios en Alemania se han reducido en los últimos diez años. Este ciclo de deterioro en los ingresos reales de los trabajadores en esas economías maduras estuvo disimulado por el auge del crédito, fondos canalizados por el sistema financiero que compensaron la pérdida del poder adquisitivo del salario. De esa forma las familias estructuraron un presupuesto de gasto superior a sus ingresos, sistema que hoy está en graves problemas por la fase recesiva de esas economías, las quiebras de bancos, el estallido de la burbuja especulativa del crédito, el monumental endeudamiento estatal y de los hogares y el aumento del desempleo.
La agudización de la desigualdad es hoy una de las características más notables de países desarrollados. Durante el período de predominio de las políticas keynesianas y de la conformación del Estado de Bienestar, iniciado para salir de la Gran Depresión del ‘30 y profundizado en los años de la posguerra, se redujo la brecha entre los extremos de la pirámide de ingresos. Fueron las décadas de menor desigualdad, proceso que empezó a revertirse con el avance de las políticas neoliberales y de hegemonía de las finanzas sobre la producción. Ese deterioro no se reflejaba en toda su dimensión por el desarrollo de la economía de la deuda, que ahora quedó al desnudo. El ingreso promedio de los trabajadores estadounidenses se mantuvo estancado con un Producto Bruto Interno creciendo en forma sostenida. Se sabe que la evolución de la riqueza per cápita de un país no permite conocer su distribución, y en Estados Unidos ha aumentado su PBI pero gran parte del incremento de las porciones de esa torta de ingresos fue a manos de los grupos de mayor patrimonio. En ese mismo artículo del Financial Times se detalla que el 1 por ciento de los norteamericanos con ingresos más altos acumulaban el 8 por ciento del total de la riqueza en 1974, pasando a acaparar el 18 por ciento en 2008.
Un informe publicado por Boston Consulting Group, mencionado por el economista Carlos Weitz en el suplemento Cash, indica que menos del 0,002 por ciento de la población mundial acumula más de la tercera parte de la riqueza existente en el conjunto de naciones. Durante el 2010 sólo 103.000 personas concentraban el 36,1 por ciento de los activos del planeta. En la revista World Wealth Report se destaca que Estados Unidos lidera esa elite, con cerca de 40.000 ricos que acaparan activos por más de 30 millones de dólares cada uno. Esa tendencia de ampliación de la brecha de desigualdad provocó en el periodista e historiador Gregory Elich la definición de que la potencia mundial se encamina a “un modelo del Tercer Mundo”. En el documento Desigual batalla en EE.UU.: estamos asistiendo a una implacable guerra de clases desde arriba precisa que ese modelo está constituido de “una enorme riqueza y privilegios para los más ricos, y desempleo, caída de los salarios y servicios sociales inadecuados o inexistentes para el resto de la sociedad”. En Estados Unidos más del 9 por ciento de la población sigue desempleada, tasa que se mantiene en ese nivel desde hace casi dos años. Elich señala que si se suman los trabajadores desalentados y los subempleados activos, que buscan mejorar sus condiciones materiales, casi una sexta parte de la fuerza laboral se encuentra en situación precaria. El desempleo en jóvenes, latinos y afroamericanos es aún más grave, con una tasa que se acerca al doble. Elich indica que “sin embargo, los legisladores no han pensado siquiera en un programa de empleo”, y por el contrario “la tendencia ha sido a la reducción en los beneficios en un momento de mayor necesidad, al mismo tiempo que exigen más recortes de impuestos para los ricos”.
Esa tensión es la que se expresa en la negociación de la Casa Blanca y el Congreso de Estados Unidos para subir el límite de la deuda de 14,3 billones de dólares. Los republicanos, cada vez más con influencia de los grupos más conservadores reunidos en el denominado Tea Party, proponen un fuerte recorte del gasto público en áreas sociales. Por lo pronto, lograron aprobar en la Cámara de Representantes la propuesta conocida como “cut, cap and balance” (recorta, limita y equilibra), que eleva el techo de endeudamiento en 2,4 billones de dólares, a cambio de una reducción de 111.000 millones de dólares en el presupuesto federal del año fiscal que empieza el 1º de octubre, elevando el ajuste a 6 billones de dólares durante la próxima década. Ese plan busca desmantelar la red de protección social con una modificación profunda del sistema de pensiones y de los programas de sanidad para ancianos y familias por debajo del umbral de la pobreza. Ese plan no sería aprobado en el Senado, pero en esa carrera contrarreloj para evitar la cesación de pagos parcial del 2 de agosto, la administración de Barack Obama ha ido cediendo en su objetivo de subir impuestos a los ricos, como también a actividades muy rentables, como la petrolera, para mejorar las cuentas fiscales. Frente a un horizonte inquietante, Obama convocó para hoy a los líderes de las bancadas demócratas y republicanas para alcanzar un acuerdo.
La distribución regresiva del ingreso, con líderes políticos atrapados por los intereses del poder económico en el marco de una crisis que agudiza las tensiones sociales no es exclusiva de Estados Unidos. Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) advierte sobre la ampliación de la brecha de ingresos en Europa entre mediados de la década del ’80 y el 2010. La desigualdad se afianzó en 17 de 22 países de ese continente. En ese documento se destaca que hasta las naciones con mayor equidad, como Dinamarca y Suecia, no pueden eludir esa tendencia al incremento de la desigualdad. Ese proceso reconoce su origen en la fragmentación y heterogeneidad en el mercado laboral.
Una investigación realizada en el Banco Central de la República Argentina ilustra esa dinámica de la desigualdad en la puja sobre ingresos, en una serie de productividad y salario real por hora para el lapso de 1990 a 2009 en países desarrollados (Estados Unidos, Alemania, Japón y Reino Unido). El resultado es que las ganancias de productividad se trasladaron principalmente al renglón de beneficios empresarios, con escasa o nula incidencia en la mejora del salario real de los trabajadores. La mayor brecha se observa en Estados Unidos, con un índice base 100 de 1990 alcanzó casi los 250 en el eje de productividad, mientras que en el del salario real se ubicó en 120.
El lenguaje aplicado por el saber convencional en materia económica orienta a pensar que las crisis son fenómenos naturales o causados por acontecimientos imprevistos, que denominan “Cisne negro”. Ocultan que la desigualdad, la profundización de una distribución del ingreso regresiva, es la base para entender la actual debacle de las economías centrales.
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