ECONOMíA › OPINION
› Por Washington Uranga
Hace tres años cuando en esta misma época del año se celebraba la Exposición Rural, el vicepresidente Julio Cleto Cobos vivía quizá su momento más resonante de estrellato mediático y, como consecuencia de ello, de supuesta vigencia política. Hoy, aquellos mismos que lo exhibieron en las pantallas y en los actos públicos, los que publicaban sus declaraciones equiparando sus dichos a los de un estadista llamado a cambiar el rumbo de la Argentina, ignoran totalmente al mendocino y ni siquiera le reservan un lugar entre los invitados de segunda línea.
Desde el arco político, la mayoría de las y los dirigentes de la oposición buscaban entonces una foto con Cobos. Esas mismas fotos hoy están guardadas y a nadie se le ocurriría exhibirlas como acto de campaña. Ni Francisco de Narváez, ni Elisa Carrió, ni Ricardo Alfonsín, ni Eduardo Duhalde, los mismos que antes alimentaron la figura de Cobos para oponerla a la de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se acuerdan ahora de su antiguo aliado a quien en su momento elevaron a la condición de héroe patrio. Nadie ambicionó la compañía de Cobos en una lista y él mismo prefirió ponerse al margen, seguramente en una de sus decisiones políticas más inteligentes de los últimos tiempos porque le evitó, por lo menos esta vez, seguir quedando en ridículo.
¿Qué pasó con Cobos?
Si se trata de ponerle un título podríamos denominarlo “el síndrome Cobos”. Y bajo ese título se podría caracterizar la situación de un tipo de dirigentes políticos que llegan al estrellato mediático usados por el aparato comunicacional y por las corporaciones, sustentados en un conglomerado coyuntural de intereses que necesitan utilizar a determinados personajes para, haciéndoles creer que son verdaderos líderes, lúcidos y preclaros, y que por ese motivo cuentan con su respaldo y el de las “masas” convertidas en audiencias. Y de la misma manera que son útiles en determinado momento, los “cobos” acaban siendo fácilmente descartables cuando ya no son rentables a los intereses de quienes los pusieron en la cúspide de la escena mediática.
¿Usted cree que hoy existe algún productor televisivo llamando a Julio Cobos para insistirle y rogarle que concurra a los programas políticos? ¿O algún operador político de la oposición gestionando una entrevista para su jefe y una foto con el vicepresidente en el Senado? Los teléfonos de Cobos ya no suenan. Y no porque los productores periodísticos o los operadores políticos desconozcan la manera de hallarlo.
Existe una única explicación posible. Cobos fue (no sin su complicidad) víctima del viejo método de usar y tirar. En el lenguaje del barrio eso tiene un calificativo que al lector no se le escapa seguramente, pero que es mejor obviar en estas líneas. Pero Cobos no es el único. Es un emergente de una manera de hacer política. De la dirigencia política, pero mucho más de aquellos que, desde la economía, desde las corporaciones y desde los medios, usan y tiran permanentemente sólo en función de sus intereses.
¿Hay otra manera de hacer política? Sí que la hay. No les pasa lo mismo a quienes tienen un proyecto, a los que miran a mediano y largo plazo sin urgencias ni inmediatismos, dejando de lado las ansiedades y planteando objetivos que incluyen a actores diversos e intereses complementarios. Quienes así lo hacen y perseveran, finalmente perduran. Así no tengan primeras planas y sean ignorados por las corporaciones mediáticas. Aunque atraviesen muchas derrotas y pierdan muchas batallas. Porque la política es una actividad noble que adquiere su sentido verdadero cuando está cerca de las necesidades de la gente. Y esto tiene valor en sí mismo. Entonces, aun cuando este segundo tipo de dirigentes no arribe nunca a la cima del poder habrán aportado ideas, sentidos y, sobre todo, contribuirán a mejorar la calidad ciudadana y a recuperar el valor de la política.
¡¡Ah!!... si alguien sabe dónde está Cobos, por favor, comuníquese con la redacción. Gracias.
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