ECONOMíA › COMIENZA UNA NUEVA CUMBRE DEL GRUPO DE LOS 20
La situación de Grecia acapara la atención y amenaza con dejar en un segundo plano el debate sobre cuál debe ser la mejor respuesta frente a la crisis internacional.
› Por David Cufré
Desde Cannes
En dos semanas se cumplen tres años de la primera cumbre de presidentes del G-20, convocada de urgencia en Washington para limitar los efectos globales de la caída de Lehman Brothers y la explosión de la burbuja de las hipotecas subprime en Estados Unidos. La sensación de zozobra era palpable. Había pánico financiero y la conflictividad social iba en aumento en países centrales. Las calles de esa capital se llenaron de policías, mientras grupos de activistas antiglobalización hacían conocer su descontento. El paradigma de la desregulación financiera, el retroceso del Estado de bienestar y la hegemonía de los economistas neoliberales entraba en crisis. Treinta y seis meses más tarde, el panorama no ha cambiado demasiado. Ayer, Cannes, la glamorosa sede de los festivales de cine, perla de la Costa Azul francesa, empezó a recibir a los mandatarios para el sexto encuentro del Grupo bajo el mismo estado de tensión, sólo que el despliegue de las fuerzas de seguridad se ha vuelto más abrumador, los indicadores sociales en los países del Hemisferio Norte han empeorado y los riesgos de descalabro financiero son aún más amenazantes. También crecieron las protestas, que pasaron de pequeños grupos de globalifóbicos a indignados de todas las latitudes. A ellos esta vez les toca manifestarse más lejos. La Cumbre de los Pueblos que los reúne quedó confinada a Niza, a 32 kilómetros de la alfombra roja del Palacio de Festivales y Congresos, por donde desfilarán hoy y mañana los presidentes. Entremedio hay policías en cada puente que cruza la autopista, carros hidrantes y persianas bajas de negocios cerrados.
La atención esta vez está puesta en Grecia. Sus socios de la Unión Europea pusieron el grito en el cielo por la decisión del gobierno de Giorgos Papandreu de convocar a un referéndum para convalidar o rechazar el acuerdo de “salvataje” internacional a su país. La canciller alemana, Angela Merkel, adelantó para ayer su llegada a esta ciudad para tener un encuentro cara a cara con el primer ministro griego, a quien también se convocó de urgencia. Los estaban esperando el anfitrión Nicolas Sarkozy y la titular del FMI, Christine Lagarde. Mientras tanto, Papandreu intentó defenderse con un argumento de que a sus “rescatistas” les importó muy poco: “La democracia está por encima del apetito de los mercados”, advirtió (ver aparte). La situación del país heleno y su repercusión en Europa y el resto del mundo amenazaba anoche con consumir lo sustancial de la cumbre del G-20, dejando en segundo plano el debate sobre cuál debe ser la mejor respuesta a la crisis internacional tras el fracaso de los intentos pro-mercado de los últimos dos años. Esto último forma parte sustancial de la agenda que trajo la presidenta argentina a esta reunión.
Cristina Fernández de Kirchner llegó ayer poco antes de las seis de la tarde a esta ciudad, tras dejar el Tango 01 en Barcelona y cambiar de avión. La acompañan el canciller Héctor Timerman; el embajador en Estados Unidos y sherpa en esta cumbre, Alfredo Chiaradía; el secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino, quien reemplazó al ministro Amado Boudou, que asumió en Buenos Aires la tarea de anunciar nuevas medidas económicas (ver página 3), y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, que participó de una reunión paralela de la jefa de Estado con la cúpula de la Central Sindical Internacional. (CSI). El resto de la comitiva la integran la ministra de Industria, Débora Giorgi, y su par de Agricultura, Julián Domínguez, quienes están trabajando en aspectos comerciales de la agenda a tratar el viernes en la reunión bilateral con Barack Obama, y los gobernadores Gerardo Zamora y Juan Manuel Urtubey.
Como lo hizo en cumbres anteriores del G-20, CFK insistirá en el plenario de mañana con un análisis orientado a la confrontación de modelos: el de la valorización financiera, que sumergió al país entre 1976 y 2003 y que ahora está causando estragos en el mundo, y otro productivista, centrado en el empleo y la inclusión social. Si bien el tamaño relativo de la Argentina dentro del G-20 es acotado, su experiencia de crisis extrema y recuperación vigorosa le da autoridad para formular su planteo. En radios y medios franceses se hizo alusión en los últimos días a esa trayectoria.
“Acá todos hablan de Argentina. Dicen que hace diez años estaba muy mal y ahora es de los países que más crecen. ¿Es verdad?”, quiso saber el taxista que llevó al cronista de Página/12 desde el centro de acreditaciones hasta el hotel. “¿Y cómo hicieron?”, repreguntó, mientras recorría una ciudad vacía. El radio más exclusivo de Cannes, pegado a la playa, adonde se lucen edificios de estilo veraniego, con amplios balcones curvos y colores alegres, está bloqueado. Son veinte cuadras a lo largo por seis a lo ancho a partir del mar cerradas al paso. Hay vallas en las esquinas, carros de policías y miles de agentes. El gobierno francés desplegó 12 mil efectivos para una ciudad con 70 mil habitantes. Quienes viven en esa zona, a 14.000 dólares el metro cuadrado y tiendas con pantalones a mil euros, necesitan credenciales para llegar a sus departamentos, mientras seis colegios permanecen cerrados, lo mismo que el espacio aéreo y las marinas adonde están amarrados yates y veleros solitarios. Los hoteles de lujo, las palmeras características de esta ciudad y las playas con bañistas sólo se ven en su esplendor en una serie de postales que entregó la organización de la cumbre a la prensa junto con un bolso con regalos. “La historia se escribe en Cannes”, dicen unos carteles muy prolijos en todo el trayecto de Niza, el aeropuerto más cercano, al encuentro del G-20. Frente a ese intento por embellecer el paisaje y darle calidez a la recepción de los mandatarios conspira el ruido constante de las sirenas que movilizan a las delegaciones, que asemejan a Cannes a una ciudad en conflicto armado más que a la tranquila y exclusiva villa de la que se siente orgullosa.
La historia que el gobierno argentino aspira escribir aquí retoma los ejes de su participación en los cónclaves anteriores. Uno de ellos es la necesidad de terminar con el esquema de desregulación financiera a escala global e imponer reglas de juego distintas a algunas instituciones claves en ese sistema: los organismos de crédito, empezando por el FMI, los paraísos fiscales y las calificadoras de riesgo. Salvo en este último caso, las grandes potencias no parecen dispuestas a acompañar esos requerimientos. Estados Unidos e Inglaterra son quienes dan más aire a los paraísos fiscales, radicados algunos de ellos fronteras adentro, como el estado de Delaware y la city londinense, más allá de lo que digan en los discursos públicos. A esos países se suman Alemania y Francia en su resistencia a conceder más poder a las naciones emergentes dentro del FMI, pese a la presión de los Brics. Y en general son limitados los intentos por generar una nueva regulación financiera. Un punto en el que las potencias van cambiando de posición es en relación a las evaluadoras de riesgo, como Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch, a las que ahora estarían más dispuestas a controlar. En buena medida esto se debe a que las calificadoras sacudieron a Europa y a Estados Unidos con bajas en sus rankings.
El otro aspecto central de la agenda argentina es la promoción del empleo. Es un caballito de batalla de Cristina Kirchner, quien en cumbres anteriores buscó aliados para que esta dimensión de las políticas públicas fuera incluida en los debates. En septiembre de 2009, en el encuentro de Pittsburgh, finalmente el G-20 sumó a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como invitado permanente. Argentina contó con el apoyo de Brasil y otros miembros de los Brics, pero también de Estados Unidos, Francia y Alemania. El avance de aquel momento se vio interrumpido tiempo después, cuando algunos de esos mismos gobiernos centrales fueron abandonando opciones keynesianas para combatir la crisis y se inclinaron por planes que buscan recuperar “la confianza de los mercados”. “Es tiempo de recuperar la confianza de los pueblos, antes que la de los mercados”, discrepó el mes pasado el ministro de Trabajo argentino, Carlos Tomada, en la reunión de ministros del área del G-20 en París. Tras la cumbre de Pittsburgh, nunca más las declaraciones finales de presidentes volvieron a mencionar la cuestión laboral. Argentina empujará para recuperar ese espacio, y en este punto las perspectivas son favorables porque Francia, el país organizador, también decidió levantar esa bandera.
Argentina coincide con Francia y Alemania en uno de sus objetivos más ambiciosos, que es avanzar en la creación de un impuesto internacional a las transacciones financieras. La resistencia de Inglaterra y Estados Unidos dificultan su implementación, al menos a corto plazo. En cambio, el gobierno de CFK confrontó con el francés cuando éste quiso regular los precios de los productos agrícolas, principal rubro de exportación de América latina. Esa avanzada habría quedado neutralizada y no habría cambios en esta reunión. “Se viene un G-20 duro”, anticipó días atrás el canciller Timerman. El clima en las calles de Cannes así lo refleja.
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