Sáb 24.03.2012

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Transición

› Por Alfredo Zaiat

Las importaciones crecieron a una tasa interanual del 30 por ciento en 2011 respecto del año anterior, pasando de 56.502 a 73.922 millones de dólares. El 2012 comenzó con un régimen más estricto de control sobre las compras externas que se sumó a las licencias no automáticas, los procedimientos antidumping y el valor criterio aplicado por la Aduana. Todo forma parte de una política de administración del comercio exterior. En pocos días se agregará el listado de cien productos a los cuales se les subirá la alícuota de importación por encima del Arancel Externo Común del Mercosur. Los países del bloque acordaron esta medida en la cumbre de diciembre pasado para proteger a sectores que estaban siendo perjudicados por el incremento de las importaciones provenientes de naciones en crisis que buscan colocar sus excedentes en el exterior. Esta batería de iniciativas se reflejó en el comportamiento de las importaciones en los dos primeros meses del año: crecieron apenas el 4,5 por ciento en comparación a enero-febrero de 2011. El mes pasado, momento de aplicación plena de las medidas, las compras externas bajaron el uno por ciento. El balance comercial del primer bimestre del año presentó entonces un superávit de 1892 millones de dólares, un 69 por ciento superior al mismo período de 2011.

Si la economía se pudiera analizar sólo por números inmediatos, el saldo es muy positivo y debería provocar incomodidad en economistas del establishment, cuyos deseos se siguen chocando con una realidad que le resulta esquiva. Si Argentina integrara con Estados Unidos y otras potencias un ranking de los top ten en una determinada categoría económica, sería evaluado como un acontecimiento notable por quienes postulan que el país debe imitar a las naciones consideradas exitosas. Sin embargo, los miembros de la corriente “todo lo de afuera es mejor” no son consecuentes en este caso: en un ranking de países sobre instrumentación de medidas proteccionistas, Argentina se ubica en el primer lugar del lote de diez junto a Estados Unidos, India, Rusia, China, Reino Unido, Alemania, Francia y Kasajistán. Según un relevamiento de Global Trade Alert, la cantidad de medidas proteccionistas aplicadas desde noviembre de 2008, cuando empezó a diseminarse la crisis internacional, hasta el mismo mes de 2011, fue de 192 en Argentina, seguida por Rusia (172), Estados Unidos (106), ocupando Brasil el puesto séptimo con 84. Esta prueba de herejía a los postulados liberales merecería un análisis un poco más prolijo de empresarios y sus voceros inquietos sobre cómo se está desarrollando el comercio internacional y la oportuna estrategia nacional desplegada en ese frente externo. Ese ranking expone con autoridad que los países desarrollados y potencias emergentes cuidan sus mercados, vigilan el ritmo de ingreso de los importados y diseñan políticas para equilibrar los intereses de la producción nacional con las de sus principales socios en el comercio internacional, como aquí se intenta entre los miembros del Mercosur.

Esto no implica que la evolución del comercio exterior, con fuertes restricciones a las importaciones, no conviva con previsibles dificultades y complicaciones sectoriales, afectando niveles de producción en forma temporaria hasta su adaptación. Hasta puede llegar a influir en forma negativa en la actividad general teniendo en cuenta que existe una elevada correlación entre crecimiento del Producto e importaciones. Por cada punto de aumento del PBI las importaciones han estado creciendo de 4 a 5 puntos. Es una relación elevada que se explica por el considerable grado de apertura de la economía y por décadas de desestructuración productiva con destrucción de eslabones clave de la cadena industrial, que demanda la importación de bienes intermedios y de capital, a ritmo acelerado en un ciclo de expansión industrial.

La historia de la consolidación industrial de los países desarrollados, que les amplió los márgenes de autonomía y la posibilidad de expandirse a nivel global, se reconoce en la estrategia del proteccionismo y sustitución de importaciones. El complejo y contradictorio proceso argentino de esa vía de desarrollo fue interrumpido por la dictadura militar de 1976, hoy hace 36 años. El impulso a la industria local había nacido por necesidad al comienzo de la década del ‘30 por la depresión económica mundial provocada por el crac del ’29. Claudio Belini y Juan Carlos Korol explican en el libro Historia económica de la Argentina en el siglo XX que en un primer momento, el fomento de la industrialización sustitutiva de importaciones fue resultado del efecto combinado de la devaluación de la moneda, la elevación de aranceles y la imposición de controles cambiarios y permisos previos. Señalan que “las medidas para combatir la Gran Depresión, lejos de desalentar este proceso, lo acentuaron”. Aclaran que en esa instancia no hubo una política coherente y ordenada, sino una posición pragmática que las urgencias de la coyuntura exigían para incentivar el sector. El estallido de la Segunda Guerra Mundial amplió las posibilidades para la sustitución de importaciones, que fue ya deliberada por la política industrial del gobierno peronista, al considerar de interés nacional la diversificación de la producción local, con especial énfasis en el desarrollo de bienes intermedios, porque “era un camino necesario a fin de eliminar las incertidumbres propias de una economía volcada al mercado externo”, destacan Belini y Korol.

Esta reseña muestra que la decisión de emprender un ciclo de industrialización por sustitución de importaciones fue forzada en sus comienzos, para luego pasar a ser un objetivo deliberado. Ahora ha adquirido rasgos similares. El economista Pablo Mira observa que “históricamente estos procesos rara vez se encaran mediante una política organizada, mesurada y eficiente, porque esos programas de trabajo infinitamente discutidos y rediscutidos, finalmente nunca terminan por llevarse a la práctica”. Irrumpen en forma brusca ante la necesidad, que hoy se expresa en la confluencia de varios factores: la crisis internacional, la fuga de capitales que tensiona la cuenta corriente y la proyección de una escasez de divisas provenientes del comercio exterior, agudizado por el desequilibrio del balance energético.

Las medidas de administración del comercio y el objetivo de preservar el superávit del sector externo con un tipo de cambio que se deprecia, mientras las monedas regionales se han apreciado, son imprescindibles en un contexto de crisis global con epicentro en las potencias económicas. La recesión o los síntomas muy débiles de recuperación de esos países provocan dos efectos por el canal comercial: las grandes firmas multinacionales buscan colocar sus excedentes de producción en otros mercados, a la vez que otras potencias del comercio internacional, como Brasil y China, también apuntan a otras plazas para derivar sus ventas que ya no pueden efectuar en Europa o Estados Unidos en crisis.

Ese panorama internacional asociado con la potencial reaparición de la restricción externa precipitó el camino hacia la sustitución de importaciones. Pablo Mira indica que “más allá de lo que haya disparado la decisión, lo más importante de la sustitución de importaciones son sus efectos sobre el complejo industrial local”. Esto implica, si se consolida el objetivo de mediano plazo de industrialización por sustitución, y las actuales medidas no son sólo coyunturales, que se presentarán dificultades de “una transición que es difícil predecir cuánto durará”, advierte Mira. Aunque destaca que el punto de partida es mucho más favorable que en la experiencia anterior de industrialización por sustitución de importaciones. El factor relevante en este ciclo es que se presenta la oportunidad de avanzar en la compleja tarea de reparar la desarticulación del entramado industrial, al tiempo de resolver cuestiones estructurales del desarrollo de la economía.

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