ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
Del sandwich al hambre
› Por Julio Nudler
En los últimos 20 años, el Estado nacional fue prolijamente loteado entre peronistas y radicales. Cargo por cargo, puesto por puesto, el reparto se efectuó de acuerdo a una aritmética precisa, aunque variable para adaptarse a las circunstancias. La porción más grande iba para el oficialismo, pero la oposición no se quedaba sin la suya. Cuando la Constitución de 1994, fruto del Pacto de Olivos, creó la Auditoría General de la Nación, dependiente del Parlamento, se llegó a establecer por escrito y con pulcritud la división del botín: el organismo sería conducido por la oposición, y el partido de gobierno detentaría la minoría en el colegio de auditores generales. Pero, además, se acordó que éste tomaría todas sus decisiones por consenso, como una garantía de inocuidad. En éste, como en otros casos, la formación de la Alianza y su victoria de 1999 introdujo cierta perturbación, debiendo los radicales cederles a los frepasistas cierta proporción de canonjías y sinecuras. En algunos organismos puramente oficialistas se aplicó la llamada “ley del sandwich”: en el principal cargo, un radical; de segundo, un frepasista; debajo de éste, otro radical, y así siguiendo, intercalándose como fetas de fiambre y de queso. Pero tras lo ocurrido el 27 de abril, cientos –y quizá miles- de cuadros radicales tiemblan pensando lo que les espera.
Nada muy dramático acontecerá de hoy para mañana porque las dádivas del poder tienen su inercia. Todo depende. Por de pronto, el radicalismo tiene asegurado ser la primera oposición parlamentaria hasta diciembre, cuando deberá renovarse la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. E incluso pudiera ser que la UCR continuase detentando el mismo privilegio después, sobre todo si el PJ no formaliza su fractura. Pero, desde luego, la situación es enormemente confusa. Tanto como para que, si Eduardo Duhalde y Carlos Menem se lo propusieran, sus respectivas corrientes, convertidas en partidos independientes, podrían repartirse todo el pastel. Eso siempre que los votantes mantuvieran su conducta del domingo.
Lo que nadie sabe a esta altura es cómo pasará el Estado argentino de su reglada distribución de dos decenios entre un par de partidos hegemónicos a un futuro de posible fragmentación política. Una esperanza de los radicales tras la bochornosa performance de Leopoldo Moreau descansa en el afán de independencia de Kirchner. Para no ser rehén del duhaldismo, el santacruceño deberá buscar apoyos extraños al justicialismo, pagándolos con la moneda de estilo: posiciones en los andamiajes del Estado. En este sentido, los radicales cuentan con una apreciable ventaja porque pueden ofrecer muchos especialistas con antecedentes. Es lógico: como el duopolio PJ-UCR acaparaba todos los cargos, sólo su gente puede hacer gala de experiencia.
No pocos cuadros radicales planearon una oportuna mudanza al ARI de Elisa Carrió o al Recrear de Ricardo López Murphy para poder seguir practicando su sana costumbre de vivir de la política. De hecho, una debilidad de esos dos dirigentes es la escasez de equipos con que cuentan. Pero ahora, tras quedar excluidos del ballottage, quién sabe si podrán sostener el precario tinglado que cada uno armó. Por tanto, quienes durante años han comido gracias a una UCR que funcionó como agencia de colocaciones y seguro de desempleo, no se resignan así como así a verla zozobrar.
Por ahora, la catástrofe sólo ha ocurrido plenamente a nivel nacional. Todavía quedan guaridas en las burocracias provinciales y municipales, que muchas veces tienen procesos políticos propios. Pero algo dice que los tiempos de esplendor pertenecen al pasado. Esos tiempos en que cada banco público, cada ente regulador, cada organismo autárquico, los innumerables proyectos financiados por el Banco Mundial o el BID, los cuerpos deasesores en el Ejecutivo o el Parlamento, los medios de comunicación y el servicio exterior, todo lo que pueda imaginarse, incluyendo las reparticiones más ignotas o las empresas donde subsiste una minoría estatal, cualquier celdilla en esa inmensa colmena daba a los radicales, junto a los justicialistas, la oportunidad de ganar sueldos a veces buenos, a veces impensados. Ahora, todo ese tesoro puede quedar monopolizado por los peronistas, o desperdigado entre advenedizos de la política.
En realidad, hablar genéricamente de PJ y de UCR es incurrir en una simplificación. En cada uno de esos partidos hay obviamente numerosas tribus, cada una con su cacique. Cuando éste se mueve de un puesto a otro, toda su grilla suele acompañarlo en la mudanza. Así, el Estado ha sido el escenario de frecuentes migraciones, tanto por la asombrosa ubicuidad de muchos dirigentes y cabecillas, capaces de desempeñar las funciones más diversas, como por la prontitud con que sus huestes arman las maletas y los siguen en cuadrilla.
La actual perplejidad obedece a la dificultad de imaginar un futuro sin duopolio, que puede desembocar en un monopolio peronista, compuesto a su vez por un mosaico de feudos de base provincial (duhaldistas, menemistas, adolfistas), o en una compleja transversalidad, donde la asignación de cada fuente de ingresos (muchas veces los cargos significan, además de un sueldo, el control sobre un flujo de fondos) será fruto de una negociación particular, caso por caso. En estos engorrosos procedimientos podría enredarse Kirchner si se resistiera a verse como un empleado del justicialismo bonaerense. No faltan quienes, por el bien de la patria, prefieren que ni siquiera intente pasar de esclavo a liberto. Otros confían en que pueda, desde Plaza de Mayo, armar una auténtica alternativa de centroizquierda, incluyendo a no pocos náufragos del radicalismo. En la teoría todo puede funcionar.
Un escéptico advierte que a Kirchner puede pasarle lo que a Fernando de la Rúa, que en mala hora le hizo caso a Fernando de Santibañes, quien lo inducía a olvidarse de su alianza electoral para apoyarse en otra nueva, una alianza para gobernar, se supone que bastante más a la derecha. De la Rúa terminó así entregado primero a López Murphy y después a Domingo Cavallo, para finalmente escapar por los techos de la Rosada. Si Kirchner renegase del duhaldismo y no consiguiese sustituirlo por otro respaldo equivalente, tampoco acabaría bien. Pero quizás, entretanto, le diera trabajo a algunos radicales, que buena falta les hará.