ECONOMíA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
La decisión del Tribunal Internacional del Derecho del Mar fue unánime. Votó a favor hasta el juez ad hoc designado por Ghana. Se sumó para fallar para compensar la presencia de una argentina, Elsa Kelly, en el elenco permanente del Tribunal de Hamburgo.
El fallo es largo, su fundamento básico fue el alegado por nuestro país: el artículo 32 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el derecho del mar. Establece “la inmunidad de buques de guerra y otros buques de Estado dedicados a fines no comerciales” frente a embargos como el que se debatía. La norma parece escrita a medida para la Fragata Libertad.
Así sucedió, era el desenlace más sensato y posible. Claro que nada es ciento por ciento seguro... ni acá, ni en Hamburgo. Cuando una sentencia define si es pato o gallareta, siempre se puede perder. La Cancillería argentina confiaba y cortaba clavos, al mismo tiempo, según chimentan desde el Palacio San Martín.
El Gobierno cabildeó puertas adentro sobre la táctica para levantar el embargo. La mayor propulsora de la vía jurídica y quien la fundó fue la avezada diplomática Susana Ruiz Cerutti. Otros promovían una salida política, que no fue elegida.
La Fragata Libertad volverá a la Argentina. También es oportuno valorar el profesionalismo, el orgullo y el temple de su tripulación.
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Se obtuvo un buen resultado por vías legales, pacíficas, sistémicas. No hubo desbordes discursivos contra el juez de Ghana ni menos contra el gobierno de ese país. No se “malvinizó” el escenario, no hubo arrebatos patrioteros. Todo indica que el manejo técnico fue adecuado.
O sea, se conjugaron un cúmulo de conductas y métodos que suelen considerarse exóticos al kirchnerismo. O hasta imposibles para el actual gobierno.
La praxis sensata y eficaz contrasta con la desmesura de economistas, periodistas y opinólogos opositores. Gurúes económicos y vacas sagradas de la prensa leyeron el embargo como la enésima prueba de verdades irrefutables: la Argentina está “fuera del mundo”, sus políticas son demenciales. La coincidencia temporal con lo decidido en Nueva York por el juez Thomas Griesa estimuló esa línea de pensamiento frívolo, inmune a toda refutación empírica.
El embargo de la fragata se tradujo como una genialidad, una suerte de merecido castigo de los dioses por la política económica nacional.
Embarcados en el desvarío, tradujeron la decisión como imbatible. Ambos diagnósticos fueron desbaratados en el vidriado y modernoso tribunal hamburgués por juristas de todo el planeta. Muy pocos son oriundos de los países centrales, que (aunque usted no lo crea) bancan más a Argentina que a los fondos buitre, por esas vueltas de la historia.
La propuesta de las mentes esclarecidas fue bajar la cabeza y pagar una fianza millonaria en dólares. Ante la negativa del Gobierno y la elección de acciones legales, algunos particulares comenzaron una colecta espontánea que, por suerte, no se concretó. De lo contrario, los aportantes deberían ahora sudar la gota gorda para recuperarla y seguramente gastar unos buenos morlacos por la gestión.
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Simplismo, falta de información, un barniz cipayo para completar... argumentos chatarra que proliferan en estas pampas. El episodio, que se debe redondear con la gran cooperación prestada por Brasil (el socio estratégico del siglo XXI), debería servir de enseñanza a quienes expenden y consumen argumentos e información chatarra. No cabe esperanzarse, difícil que pase algo así. Esas gentes suelen ser inmunes a los datos, a la experiencia, a las enseñanzas (módicas o grossas) de la historia.
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