ECONOMíA › RAUL MONETA, JAMES CHEEK Y DE NARVAEZ, LOS GESTORES
El sueño era convertir el privilegiado predio de doce hectáreas en un gigantesco emprendimiento comercial y de diversión. La obra siempre enfrentó el rechazo de los vecinos, pero tuvo mucho respaldo político en los ’90. Aun así, no pudo ser.
› Por Raúl Dellatorre
Quienes defendieron su cesión a la Sociedad Rural sostenían que el predio enclavado en el corazón de Palermo podría convertirse en uno de los centros de exposiciones y convenciones más atractivos del mundo, más allá de la caracterizada muestra del campo que los cabañeros organizaban en cada mes de julio. Bastó que se concretara la cesión para que aparecieran quienes soñaban con convertirlo en un gigantesco emprendimiento inmobiliario. Poco tiempo después, el proyecto tomaba forma: un shopping de tres pisos, 18 cines, un parque de diversiones, un teatro para 2500 personas y un estadio deportivo para 7000. El favor de varios intendentes de la Ciudad para rezonificar el predio no alcanzó. La férrea oposición de agrupaciones vecinales frustró el negocio. No obstante, todavía en estos días seguían apareciendo firmas dedicadas a la explotación de espectáculos masivos deseosos de montar allí sus negocios.
El predio de doce hectáreas lindero a la Embajada de Estados Unidos –lo que da una idea de su privilegiada ubicación– tuvo un recorrido en los últimos 25 años paralelo a los acontecimientos políticos que se sucedieron en el país en ese mismo período. No sólo porque sus tribunas fueron testigo de hechos convertidos en emblemáticos de esta corta historia política –el contrapunto de Raúl Alfonsín con los representantes de la oligarquía y las clases acomodadas en 1988, el alineamiento de Federación Agraria y Coninagro con la Rural en la Mesa de Enlace en 2008–, sino porque la misma sucesión de acuerdos para su explotación marca la secuencia de una relación perversa entre política y negocios en esos años. El decreto que ayer anuló el Gobierno le había cedido la titularidad del terreno a la Sociedad Rural a un precio irrisorio para los valores inmobiliarios de la época. El hecho, innegable, era justificado en 1991 como una transacción “en favor de una asociación sin fines de lucro que, en los hechos, ya está a cargo del predio”. Se aludía, claro, a la Sociedad Rural. Pero eran tiempos de menemismo y la realidad no tardaba en salir a la luz, para quien quisiera verla.
Inmediatamente después de recibir la cesión del predio, la Sociedad Rural buscó conformar una firma comercial que se ocupara de la explotación del predio, es decir que lucrara con éste. El socio elegido fue Raúl Juan Pedro Moneta, a través de dos de sus empresas, Banco República y CEI. El escribano y banquero organizó la tradicional exposición rural anual y otros eventos durante corto tiempo, pero las complicaciones que atravesó en el sector bancario lo alejaron de la Rural. El espacio vacío fue ocupado por Ogden Argentina.
Ogden tenía como representante e impulsor en Argentina a James Cheek, que acababa de dejar su marca como embajador estadounidense en Buenos Aires por su particular estilo. Muchos lo recordarán con la camiseta de San Lorenzo alentando al Cuervo desde las plateas del Bajo Flores o en sus frecuentes encuentros con Menem, a quien no le iba en zaga en cuanto a salidas irónicas y desenfadadas. El simpático y pintoresco gringo dejó la diplomacia para pasar a ser el hombre fuerte de la filial de Ogden Entertainment, firma instalada en Delaware, paraíso o guarida fiscal en territorio estadounidense. En 1995, Sociedad Rural Argentina, entidad sin fines de lucro, concedió el usufructo del predio de doce hectáreas a la unión transitoria de empresas (UTE) constituida, en partes iguales, por La Rural de Palermo SA (de Sociedad Rural en su totalidad) y Ogden Argentina SA, por 30 años. Hasta el 2025.
Un dato no menor quizás, a esta altura de los acontecimientos, es que la UTE se comprometía a hacerse cargo de la deuda con el Estado por el saldo pendiente de la cesión de 1991. Además, asumía la responsabilidad por las obras que debían dar origen a un gigantesco shopping de tres pisos, 18 cines, un teatro, centros de recreación y deportes, parque de diversiones y un estadio deportivo.
La trama de relaciones entre negocios y política se fue poblando, en los años posteriores, de tantos elementos como sospechas. Según la minuciosa descripción de Horacio Verbitsky (“La política de los negocios”, Página/12, 14 de junio de 2009), pese al generoso crédito sin garantía real que obtuvo Ogden Rural del Banco Provincia en 1998, el megaemprendimiento no pudo concretarse. La oposición de vecinos pudo más que los favores de intendentes que, como De la Rúa, buscaron desafectar los terrenos de la Rural de su zonificación como espacio verde. El fin del proyecto prologó el fin de la participación de Ogden. Su reemplazante fue Francisco de Narváez.
El ex heredero de Casa Tía ingresó a la sociedad en 2003 comprando el 50 por ciento de la UTE mediante un vidrioso entramado de operaciones, que Verbitsky describe en la nota aludida. De Narváez habría pagado apenas 500 mil dólares por la transferencia, pero también se hizo cargo de las deudas de Sociedad Rural con el Estado y con Ogden Rural, que había adelantado dos millones de dólares para el pago de cuotas anteriores por la cesión del predio. De Narváez se obligó al pago de 60 mil dólares mensuales como adelanto de utilidades de explotación del predio a la Rural, pero sólo cumplió durante dos años. Además, estaba la deuda con el Banco Provincia. Pero no era su patrimonio personal y pool de empresas lo que De Narváez pensaba poner en juego en el emprendimiento, sino su capital político, que creía para entonces en franco crecimiento.
En 2004, Boulevard Norte, una de las firmas del Grupo De Narváez que intervino en la arquitectura de la operación, compró la participación de La Rural de Palermo SA en la UTE, quedándose así con el total del usufructo del predio. Uno de los compromisos que asumió entonces fue extender hasta el fin de la concesión del usufructo, 2025, el pago del canon de 60 mil dólares mensuales.
Con apoyo de los sucesivos gobiernos municipales (Jorge Telerman primero, Mauricio Macri después), De Narváez confiaba en conseguir la rezonificación que le permitiera retomar el proyecto del gigantesco emprendimiento comercial y de espectáculos. Había convocado para sumarse al proyecto a la mexicana CIE, Corporación Internacional de Entretenimientos, y contaba entre los futuros participantes en el negocio con la desarrolladora CreUrban, originalmente perteneciente al Grupo Macri pero desde hacía pocos años cedida a Angelo Calcaterra, sobrino de Franco y primo hermano de Mauricio. Pero, como en el caso de Ogden, las condiciones económicas y políticas no resultaron como De Narváez esperaba. El proyecto político y el comercial iban de la mano. Las sociedades y alianzas, también. De Narváez empezó a ver, desde hace un tiempo, que su barca hacía agua. Empezó a alivianar carga, como el intento apresurado de deshacerse del predio de La Rural. ¿Sabría lo que se venía? ¿Lo habrá logrado?
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