Dom 10.03.2013

ECONOMíA  › OPINION

Integración

› Por Alfredo Zaiat

La ampliación del espacio comercial es el aspecto más destacado de los procesos de integración regional en el análisis económico convencional. El crecimiento del flujo de intercambio de bienes y servicios entre los países latinoamericanos es un factor de indudable importancia. Ofrece la posibilidad de ensanchar márgenes de autonomía en el marco de la globalización, además de permitir el desarrollo de potencialidades productivas propias motivado por la dinámica de un comercio incremental entre socios. El elemento distintivo, sin embargo, del inédito ciclo de integración regional iniciado con el nuevo siglo ha sido la afinidad política y amistad entre los presidentes, cuyos promotores fueron Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva. Período donde se ha establecido la base para la constitución de instituciones regionales (la Unasur, Banco del Sur), incorporado a Venezuela como socio pleno al Mercosur, y creado un ambiente de cooperación respetando las particularidades y diferencias de cada miembro. El comercio intrarregional ha aumentado pero no en la misma intensidad que el compañerismo y respeto político entre sus líderes, expresado en toda su dimensión en la histórica confluencia de presidentes latinoamericanos en la capilla ardiente erigida en la Academia Militar donde se realizó el velatorio de Hugo Chávez. Para algunos, el actual ciclo político en la región es emancipador y, para otros, es de profundización de la identidad integracionista. En una u otra está la marca de un cambio cualitativo en términos históricos, puesto que la integración pasó a ser considerada políticamente estratégica, incluyendo pero subordinando la visión del comercio creciente en un mercado ampliado como eje ordenador de la integración latinoamericana.

La secuencia tradicional fue alterada. El aumento del comercio no fue la condición indispensable para la creación de vínculos de confianza entre los países. Fue la empatía de los líderes regionales surgidos de la crisis neoliberal que dejó sociedades devastadas la que motorizó los lazos de unidad. Y desde esa circunstancia se ha incrementado, con tensiones y diferencias, el intercambio comercial. La integración asumió así una impronta política y no solamente interesada en captar nuevos mercados. La prueba para la región es institucionalizar esos avances para que puedan perdurar en la ausencia de esos liderazgos políticos, como el de Chávez. Ese desafío tiene como una de sus misiones principales vencer la resistencia del sector más tecnocrático del gobierno brasileño.

Las contribuciones de Raúl Prebisch en las década del ’50 y ’60 desde la Cepal se han rescatado en la práctica al coincidir la mayoría de los países de que si las perspectivas de la periferia no son auspiciosas para el intercambio con el centro, la opción preferible es desarrollar el potencial del comercio intrarregional. Además de la afinidad política y la expansión del comercio recíproco, la complementación productiva, la cooperación energética y la construcción de una arquitectura financiera regional son necesarias para consolidar las bases de la integración. Se presenta la oportunidad de poner en funcionamiento instituciones propias, por ejemplo, diseñando una arquitectura financiera regional para, precisamente, protegerse del factor de inestabilidad global que significa el FMI y las políticas de ajuste que promueven Estados Unidos y Europa. La profundización de la integración es la condición necesaria para obturar la eventualidad del retroceso conservador de colocar a América latina en una posición pasiva en la economía mundial.

Este es el lugar que la corriente económica de la ortodoxia propone y por ese motivo cuestiona los liderazgos de la región y en consecuencia al actual proceso de integración, amplificando las previsibles diferencias en el ámbito comercial. En más de una ocasión han asegurado que el Mercosur estaba agonizando por tensiones entre los dos socios mayores (Argentina y Brasil), expresión de deseos que colisionó con la realidad. La incorporación de Venezuela como socio pleno a ese bloque regional ha sido la respuesta más contundente. La resistencia de los sectores conservadores al actual ciclo de unidad latinoamericana tiene su razón en una cuestión conceptual que postula la integración pasiva a la economía mundial. Esta idea postula que las economías nacionales son segmentos del mercado mundial, el cual determina la asignación de los recursos, la distribución del ingreso y la posición de cada una de ellas en la división internacional del trabajo, en las corrientes financieras, en las cadenas transnacionales de valor y en la creación y gestión del progreso técnico. De allí deriva la propuesta de política económica basada en la apertura con pocas restricciones al mercado mundial, la especialización en la exportación de materias primas, la reducción del Estado y el abandono de la pretensión de construir proyectos nacionales de desarrollo.

La profunda crisis en Estados Unidos y en Europa y los cambios en la geopolítica mundial con la irrupción de nuevas potencias permiten abrir una brecha para el cuestionamiento de esa ortodoxia dominante durante décadas. El dato destacable en este período es la creciente asimetría en la evolución de las denominadas economías emergentes, entre ellas las latinoamericanas, con el recorrido de las potencias. Precisarla no implica minimizar el escenario de incertidumbre ni las consecuencias del estancamiento de esas economías que equivalen a casi la mitad del PIB mundial. Significa poner en cierta perspectiva lo que está sucediendo en el reordenamiento de la economía global. Este ciclo adquirió dinamismo desde el inicio del nuevo siglo que por su permanencia puede considerarse una tendencia de largo plazo. En su primera década, las economías avanzadas crecieron a una tasa del 1,7 por ciento promedio anual, las emergentes lo hicieron al 6,3 por ciento, siendo estas últimas las determinantes para que el Producto mundial contabilizara una expansión del 3,7 por ciento. Este resultado, por magnitud y continuidad, refleja transformaciones estructurales en el funcionamiento de la economía internacional.

En un mundo donde las potencias económicas conviven con descalabros financieros, estancamiento, default sociolaboral, restricciones de derechos de trabajadores y jubilados, y pérdida de legitimidad política de gobiernos sometidos a instrumentar ajustes recesivos, la integración política, el crecimiento del comercio recíproco y el esfuerzo de cooperación productiva atendiendo las significativas asimetrías de las economías de la región son los desafíos de los líderes latinoamericanos para enfrentar en mejores condiciones el nuevo escenario global, ahora sin la presencia de uno de sus más entusiastas promotores.

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