Mar 10.09.2013

ECONOMíA  › OPINIóN

Potestad

› Por Néstor Restivo

Anoche se presentó en el auditorio de Radio Nacional el libro Cuentas pendientes, los cómplices económicos de la dictadura, de Horacio Verbitsky y Juan Pablo Bohoslavsky, en el cual los autores plantean que el juzgamiento de agentes económicos de genocidios y terrorismo estatal había tenido un promisorio antecedente en los juicios de Nuremberg, pero que esa línea jurídica se interrumpió por dos razones: la emergencia de la Guerra Fría, para la cual el capitalismo debió dejar de lado cuestionamientos a grandes empresas, y sobre todo la instalación del paradigma según el cual es el Estado, y ya no la órbita privada y en ella el sector económico más poderoso, el lugar donde reside “la bestia de los derechos humanos”.

Esa lectura es central para entender por qué a partir de entonces el establishment económico y financiero mundial y local vino quedando impune de crímenes (también calamidades sociales) que casi siempre los tuvieron y los tienen como verdaderos beneficiarios e instigadores o cómplices directos o indirectos.

A pocas cuadras del auditorio de la presentación del libro –en el que colaboraron varios especialistas y se da cuenta de las investigaciones que ahora, finalmente, lleva adelante la Comisión Nacional de Valores, o los juicios contra los dueños de La Nueva Provincia o el Ingenio Ledesma, automotrices y otros casos de participación civil en el genocidio– hay una instalación artística que echa algo de luz al porqué de la estigmatización del Estado para ocultar otras responsabilidades.

Ricardo Pons es un videoartista que ya en 2004 había presentado Potestad. El título aludía al reclamo de algunos sectores de la sociedad hacia el entonces presidente Néstor Kirchner, quien los ignoró, para que usara la potestad estatal de la represión y del uso de armas para reprimir al movimiento piquetero. En este 2013, Pons (autor de Proyecto Pulqui 2, Ciudad Anarquista Digital y otras obras) instala su obra en La Oficina Proyectista y sigue impactando. En ese brevísimo espacio, a sólo una cuadra de Plaza de Mayo, una baliza policial potente va arrojando luz roja en círculos sobre cuatro paredes donde el artista colocó fotos, algunas intervenidas y otras sólo accesibles por el Archivo General de la Nación, de diversos casos de represión: el golpe y bombardeo de 1955 que el diario La Nación dice ignorar, la Noche de los Bastones Largos de 1966, las cacerías de la última dictadura, la represión del régimen de convertibilidad en 2001 y el asalto al Hospital Borda este año, entre otros casos de violencia paradigmática. En una de las fotos aparece la palabra “Estado” sobre una puerta encadenada. Y los sujetos de represión son ciertamente policías y militares, es decir estatales con el monopolio de las armas. El día de la presentación se dio un interesante debate entonces sobre por qué el Estado, que debería ser protector de derechos, mediador de intereses, regulador de poderes, es visto generalmente como el gran violador de derechos humanos, una obra maestra de simulación de los grandes factores económicos –que se valen del Estado para sus fines– para encubrir su responsabilidad primaria.

El libro de Verbitsky y Bohoslavsky, como otros aportes artísticos de los últimos años, libros, películas, diversas formas de difusión cultural, contribuye a la necesidad de desandar ese ocultamiento para llegar a la verdad y de allí a la justicia.

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